—¿Cómo se encuentra en estos momentos?
—Ya estoy listo para la regata de este lunes. Me encuentro con fuerzas, aunque me duele un poco la pierna, pero en el barco para llevar la rueda ya tengo bastante.
—¿Es cierto que su mujer Inés le ha dicho que después de esto se han acabado las regatas?
—Mi mujer no me deja hacer muchas cosas, pero yo procuro hacerlas en cuanto puedo.
—Caer al mar de noche, con un golpe en la cara y sin chaleco salvavidas es algo que poca gente puede contar. ¿Es usted un tipo con suerte?
—Hubo un momento en que creí que no lo iba a poder contar, pero sabía que tenía que aguantar porque ¡todavía no había hecho testamento ni nada! Me dije a mi mismo: “¡No puedo irme así de vacío!”. Ciertamente, es como si hubiese resucitado.
—Tiene usted una moral de hierro, ¿no?
—Puede, pero pensé que era una pena dejar la vida así, de golpe, con toda la familia que tengo: hijos, nietos, mi esposa, y sin decir adiós. Eso me afectó un poco, pero como me encontraba bien yo sólo pensaba en luchar hasta el final.
—¿Se vio perdido en algún momento?
—En el tiempo que estuve en el agua no sabía si iba a salir o no de esta. Era de noche, al principio no había ningún barco cerca porque los que me estaban buscando se encontraban lejos, pero me mantuve firme.
—¿Sintió miedo o pánico?
—En ningún momento me dejé llevar por el pánico. Yo veía tierra, pero sabía que estaba a doce millas (22 km) de distancia y que por tanto no iba a llegar, pero pensaba: “Mientras el cuerpo aguante, hay que ir nadando”. Lo que quería era no cansarme, porque estaba seguro de que la solución era que me recogiesen, no que yo llegase a nado a la costa.
—¿Y qué le pasó por la cabeza?
—Me aferré a la idea de que tenía que sobrevivir, en pensar en que iba a poder salir y que no me había llegado aún la hora. Y si me ahogaba que no fuese por falta de voluntad para sobrevivir. Eso sí, no me quité mi reloj que, aunque pesaba, habría servido para identificarme. Además, no se paró en ningún momento.