La muchedumbre enardece en las gradas de la arena mientras sus ídolos de lucha libre disputan un combate tan violento como peculiar: tres guerreras se enfrentan, a pelo suelto y puño limpio, contra tres enmascarados mucho más corpulentos en una infartante "Guerra de sexos".
Entre puñetazos y patadas voladoras, esta batalla parece la personificación de los problemas de género en México, donde el machismo fuerza a las mujeres a seguir batallando por la paridad social mientras miles son asesinadas y violadas cada año.
"¡Pinche vieja, vete a la cocina y a chingar a tu madre!", se escucha desde la tribuna -donde hay niños y ancianos- mientras la luchadora Brillo de Luna, vistiendo un leotardo con lentejuelas y botas altas, paraliza con un gancho izquierdo a Guerrero Nazi, su adversario.
Lejos de indignarse, a Brillo de Luna le parece "muy bonito" que el público masculino la insulte en este combate deportivo-coreográfico, donde según los protagonistas las victorias no están predeterminadas.
"Significa que estás haciendo bien tu trabajo, los estás desestresando, los estás provocando, porque están sintiendo la adrenalina de quererte pegar y sacan su frustración gritándote", en vez de humillar o golpear a sus esposas cuando vuelvan a casa, explica esta deportista de 42 años y que lucha desde los 15.
A esta madre de tres chicos, y una de las pocas luchadoras que pelea sin máscara para "mostrar la belleza mexicana", le emociona participar de las llamadas luchas mixtas -permitidas hace unos 20 años- porque representan la "lucha de poder".
"Queremos demostrar al público y a ellos que nosotras también podemos, que no solo ellos y su fuerza, sino nosotras y todas las habilidades que tenemos, podemos sacar adelante una lucha y rendirlos", comenta esta guerrera que suma casi 70 victorias contra hombres.
"NO CUALQUIERA ES LUCHADORA"
Brillo de Luna pelea hombro a hombro con Suástica, que lleva la cruz bordada en su leotardo, y Melisa, de largos cabellos rizados. Tres veces por semana entrena con sus compañeras Princesa Legna y Lilly Star.
Todas han enfrentado críticas, a veces de su propia familia, por dedicarse a un deporte considerado "masculino".
"En un cartel de lucha, son cuatro (espacios) para hombres y uno para mujeres", lamenta Princesa Legna, detrás de su máscara turquesa.
Casi nunca hay vestidores para mujeres, "tienes que estarte cambiando frente a ellos", relata. "Con el simple hecho de la mirada, tú misma te sientes acosada".
Maltratar a las mujeres "está bien, pero no mucho", dice bromista Guerrero Nazi, antes de enfrentarse en el ring contra su propia madre, Suástica.
Este luchador que eligió su nombre "porque suena atemorizante" y no por razones ideológicas, asegura ser "menos rudo" cuando pelea con mujeres.
Pero las guerreras llevan las cicatrices del combate: hematomas en los brazos, rasguños en las piernas, contusiones en la espalda.
"Se siente feo" ver a su mujer lastimada, pero "es su trabajo, es parte de lo que se tiene que pagar por hacer lo que le gusta", dice Gabriel Martínez, esposo y entrenador de Brillo de Luna.
"No cualquiera es mujer luchadora", replica ella, orgullosa.
Martínez también es luchador pero no soporta que un hombre golpeé a su esposa: "Por eso la mayoría de las veces prefiero no verla".
Esto no frena a la poderosa Brillo de Luna que, bañada en sudor y gruñendo, se impulsa desde las cuerdas para derribar al fornido Payaso Pambacín.
MÁS QUE UNA LICENCIATURA
Desde joven, Brillo de Luna buscó "otra cosa" que el cuidado del hogar y tiene una suerte poco común en México: no sólo tiene un esposo feminista, sino que su padre la apoyó incondicionalmente en su deporte.
La lucha "es la carrera que me dio mi papá. Me pagó un gimnasio, me compró tenis (zapatillas deportivas). Siempre le dio mucho orgullo", cuenta ella en un gimnasio ubicado en un peligroso barrio del central Estado de México, foco rojo de feminicidios.
En un país donde las niñas no siempre acceden a la educación, Brillo de Luna sólo estudió hasta secundaria. Pero asegura que ser luchadora le da "un reconocimiento diferente a cualquier licenciatura".
"Ser luchadora me da un plus porque somos reconocidas. Si te tomas una foto con una luchadora, tu familia te va a decir '¡wow, la conoces, la abrazaste!'".
La menuda Lilly Star, de 28 años y que divide su tiempo entre la lucha y la maternidad, reconoce que en el cuadrilátero se siente "feliz porque la gente te aplaude y te admira".
¿PROMUEVE LA VIOLENCIA?
Como entrenador, Martínez asegura que la lucha ayuda a las mujeres "a enfrentar los miedos y al propio marido que las tiene oprimidas".
Según él, varias de sus alumnas han llegado al entrenamiento con golpes que recibieron en casa. La lucha "sube su autoestima" y les permite repeler y hasta contestar los golpes, relata.
"No es un orgullo la violencia, es un orgullo que la mujer se dé su lugar y ponga en el lugar que se merece a esa gente misógina", opina.
Pero Tania la Guerrillera, luchadora de cabellera blanca con 41 años de experiencia, considera "nefasto" que se promuevan luchas mixtas.
"Si se está tratando de erradicar la violencia de hombre contra mujer, ¿qué mensaje damos al público cuando enfrentamos hombres contra mujeres de diferente categoría, de diferente peso?", cuestiona.
Brillo de Luna, junto a Melisa y Suástica, supieron aguantar codazos, empujones, azotes y tirones de cabello, hasta que lograron un contundente golpe al estómago de Guerrero Nazi que las proclamó ganadoras de esta "Guerra de Sexos".
Mientras al enmascarado le cuesta digerir la derrota, la tribuna se desgañita entre alaridos de júbilo y furia.