05/11/2024

"El sobreviviente", por Ricardo Montoya

Viernes 20 de Abril del 2018

“Foreman era un hombre rudo y sin carisma que cumplía a cabalidad el rol que le asignaba la vida: interpretar al malo de la película”.

“Foreman era un hombre rudo y sin carisma que cumplía a cabalidad el rol que le asignaba la vida: interpretar al malo de la película”.

A todo termina acostumbrándose el hombre. Aun a quedarse solo. Uno a uno, como en un viejo western de Sergio Leone, la muerte fue recogiendo a sus colegas: Ken Norton, Joe ‘Smokin’ Frazier, Ron Lyle y el gran Muhammad Alí. Todos se han ido. Apenas queda él: el más fuerte de todos, el más temido y, en su tiempo, el más odiado. Él, para recordarnos vía Twitter, el dorado tiempo jurásico de un boxeo que ya no existe más.

George Foreman, cuando joven, era la encarnación del resentimiento, una furia administrada con economía de movimientos, devastadora. Un hombre rudo y sin carisma, con cara amenazante que cumplía a cabalidad el rol que le asignaba la vida: interpretar al malo de la película.

Tras obtener el oro olímpico en México 68 decidió seguir la ruta que sus poderosos nudillos le indicaban. Se hizo profesional a los 20 y mandó a dormir a sus primeros rivales sin despeinarse. En su octava pelea un peruano, Roberto Dávila, ‘El Grandazo de Surquillo’, fue el primero en resistirle, de pie, toda la distancia. No hubo muchos otros. Foreman noqueaba casi siempre; nunca desperdiciaba golpes y tenía una técnica heterodoxa pero eficaz que giraba en torno a su enorme poder. La revista “The Ring” lo ubica como el segundo mejor pegador de la historia de los pesados.

Luego de proclamarse campeón del mundo destrozando a Joe Frazier, despachó temprano a Ken Norton y a José Román. Luego viajó a Zaire dispuesto a terminar con la carrera de Muhammad Alí. ‘El Bocón de Kentucky’, como se lo conocía a Cassius Clay, ya tenía 32 años, había perdido con Frazier y con Norton en los últimos meses, y acusaba la larga inactividad a la que se lo obligó tras la negativa de ir a Vietnam. Foreman, en cambio, tenía 24, estaba invicto y había puesto fuera de combate a 37 de sus 40 víctimas. Además, hacía 3 años y catorce peleas que sus rivales no llegaban al quinto asalto. Era una bestia temible. No solo maltrataba a sus oponentes, sino que los obligaba a subordinarse. Por eso su caída fue una de las mayores sorpresas deportivas del siglo XX. No estaba listo en ese momento para lidiar con ella.

Ahora en retrospectiva las cosas se ven distintas: sabiendo el desenlace, si pudieras volver atrás, ¿cambiarías algo de esa pelea con Alí?, le preguntó un cibernauta. “Nada en lo absoluto. Esa pelea transformó mi vida. Gracias a ella soy otra persona”, respondió George en Twitter. Y es rigurosamente cierto. Tras la debacle y un par de contiendas más, cayó en una profunda depresión que lo alejó de los cuadriláteros por una década. Se acercó a la religión, se volvió pastor de su Iglesia y, con el correr de los meses, hasta su imagen de ogro amargo cambiaría por la de un hombre dulce y en paz consigo mismo.

Después vino la gran sorpresa: en uno de los retornos más inverosímiles que registre el deporte de cualquier época, regresó al ring 17 años después para arrebatarle el título mundial a Michael Moorer. Esta vez, ya con el amor de la gente en la espalda, Foreman, en el desafío más grande de su vida profesional, pudo acariciar la tersa piel de la victoria.

Ahora, ‘Big George’, que es como lo llaman sus fanáticos, pasa sus días comentando algunas peleas para distintas cadenas de televisión. Tuitea seguido y añora el calor de los viejos buenos tiempos. Se sabe un dinosaurio en vías de extinción. El último vestigio noble de un deporte que ha perdido a todos sus héroes.

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