El Comite Olímpico Internacional (COI) ha desestimado la petición de la Federación Internacional de Fútbol Americano (IFAF) de convertirse en deporte olímpico en los juegos de Tokyo 2020. No es la primera vez que esto sucede, y deja bien clara la ceguera del COI respecto al football.
El grupo de encargados de tomar esta decisión no esgrime razones para la misma. Hay varias hipótesis que podemos seguir para justificarles. Que es un deporte violento podría ser una de ellas, que está demasiado profesionalizado en su estructura otra, que el seguimiento fuera de los Estados Unidos es muy escaso una más, y que el número de federaciones nacionales implantadas con toda seriedad en el mundo se contarían con los dedos. Pero tanto estas, como cualquier otra que se pueda esgrimir, se desmontan con contraejemplos de otros deportes que sí que son olímpicos y a los que aquejan los mismo males.
La razón final, estoy seguro, es la de siempre: el dinero. El fútbol americano sería un deporte marginal en Tokyo 2020 que no generaría beneficios televisivos, que no atraería al público general y que costaría más de lo que metería en caja porque los grandes patrocinadores no se iban a mover por este acontecimiento. Por eso ni siquiera se considera su inclusión.
La IFAF, por su lado, se ve abandonada en este tipo de peleas por la NFL que considera este movimiento poco menos que de frikis y con un impacto similar al de una hormiga contra un Fórmula 1 en séptima a fondo en la recta de Monza. Y sin el apoyo de la NFL todo lo que se haga en el mundo del fútbol americano internacional está limitado a su propio nicho. Algo que no tiene porque ser malo, pero que les impide alcanzar cotas mayores.
Pero es un error. Y gordo.
Por el lado de la NFL, porque todos sabemos de su ansia expansiva. El crecimiento de un deporte no se consigue a base de partidos fuera de los Estados Unidos sino con la implantación en la sociedad de las primeras semillas que luego se convertirán, con mucho tiempo, cuidado, mimo y suerte, en árboles. A la liga no le costaría nada tener un apoyo continuo a lo que hiciese la IFAF, pero en su ceguera, la misma que la del COI, creen que no tiene nada que ver con ellos.
Un mundial, como el que organiza la IFAF, tiene un impacto nulo en deportes que no son seguidos por el gran público. Unos juegos olímpicos, sin embargo, son capaces de sentar a la gente a ver badminton, vela o taekwondo, que no es que sean el paradigma de la masividad. La inclusión del fútbol americano en ellos haría que los países participantes tuviesen a sus aficionados al deporte, en general, con un ojo pendiente de los resultados. Habría fútbol americano, en momentos puntuales, y más en peleas por medallas, en escaparates con los que nunca ha soñado fuera de los países que todos sabemos.
Por supuesto, eso no haría que la afición creciese de un día para otro, ni sería un billete a la masividad pero, insisto, sería una semilla que habría que aprovechar. Semilla que a quien más beneficiaría sería a la propia NFL.
Y con respecto a la ceguera del COI, hay que estar muy perdido para no darse cuenta del potencial de un deporte que mueve las masas que mueve en América del Norte. El dinero no llegaría en la primera edición, pero con un trabajo serio se convertiría en una fuente futura. Cualquiera de nosotros, seguidores de este deporte, sabemos de la capacidad de adicción que tiene.
La competición, obviamente amateur pues los jugadores profesionales no tendrían ningún sentido en este contexto, sería beneficiosa para todas las partes. Sólo los prejuicios, y una muy limitada visión cortoplacista por parte de COI y NFL, hacen que se sigan perdiendo oportunidades de llevar el football a cuanta más gente mejor. Y los jugadores, entrenadores, federaciones nacionales y directivos de la IFAF tienen que quedarse, una vez más, en los márgenes de la legitimidad olímpica.