Según una encuesta realizada en octubre de 2015 por CNN y Kaiser Family Foundation, el 49% de la población estadounidense considera que el racismo es un “gran problema” hoy día. Estos resultados vienen a señalar una lógica tendencia al alza, tras los numerosos casos de violencia policial en los últimos meses. Podría decirse que está “socialmente aceptado” afirmar en estos momentos que EEUU es un país racista, especialmente con la población negra. Llegado a este punto, me gustaría conocer los resultados de otra hipotética encuesta: ¿Se considera usted racista? Con casi toda seguridad, no creo que los resultados fueran tan esclarecedores.
La autocensura ha sido un mecanismo habitual de la conciencia estadounidense en todos los ámbitos, desde los medios de comunicación, pasando por el arte (el famoso código Hays de Hollywood) o la política. Lo reprobable de esta dictadura de lo correcto son las contradicciones que genera en una colectividad, conviertiendo la moral en simple impostura. Y claro, una compañía tan tradicionalmente arraigada como es WWE también bebe de esta psique para con su imagen pública. El mes pasado, los rumores de que Hulk Hogan volvería a la compañia justo a tiempo para Wrestlemania 32 se diluyeron cuando él mismo confirmó en su cuenta de twitter que por ahora nadie lo había contactado desde su salida el pasado verano.
Los rumores apuntan a que Vince McMahon estaría esperando un tiempo prudencial para traerlo de vuelta, pues nadie cree que esta situación sea definitiva. Hogan fue despedido por motivos “socialmente inaceptables”: comentarios discriminatorios, en este caso y en su mayoría, hacia la población negra. Personalmente, no considero que puede tacharse a Terry Gene Bollea de racista, como también considero que ya ha dado ejemplos de su informalidad.
Siempre me he mostrado muy sensible al racismo y debería ser un tema serio, pero veo como la consideración por los derechos civiles, que tanto costó conseguir, se ha utilizado y se utiliza para fines puramente estéticos en compañías que no predican con el ejemplo tras bastidores. En el reciente caso de Titus O’Neil, únicamente la desafortunada campaña contra McMahon redujo su sanción. He aquí el ejemplo de las actuaciones de cara a la galería y la preocupación mediática de la WWE por no parecer una compañía que discrimina por motivos raciales o por xenofobia.
En mayo de 2015 (nótese, antes del escándalo del Hulkster), JTG puso sobre la mesa los límites a los que un luchador afroamericano puede llegar en WWE: “La empresa en sí no es racista. (…) Tampoco diré que no lo son, pero definitivamente hay un sistema en el que los talentos afroamericanos pueden llegar hasta determinado lugar.” ¿Es esto cierto o son cavilaciones de un exluchador frustrado? Parece discutible citar a JTG como ejemplo de talento, pero eso no le quita potestad para denunciar un hecho palpable. En más de medio siglo de historia, sólo hemos visto tres campeones mundiales representando dicha minoría en WWE: Booker T, Mark Henry y The Rock. Puede argumentarse que la sempiterna mayoría de blancos es una buena razón, pero, sobre todo en los últimos años, no puede decirse que hayan escaseado potenciales que al final se maltrataron.
No pondré el ejemplo de Titus O’Neil. Sí pongo el ejemplo de Shelton Benjamin, este sí, quizá el luchador afroamericano más desaprovechado y uno de los atletas más puros que ha pasado por la empresa. Pongo el ejemplo de Bobby Lashley, frenando su ascensión con una derrota titular ante John Cena en The Great American Bash 2007 y haciendo muy poco por evitar su posterior salida. Pongo el ejemplo de MVP, que demostró calidad de sobra en sus pocas rivalidades serias como mid-carder (grandes combates contra Chris Benoit y una entretenidísima rivalidad con Matt Hardy) y que nunca fue instalado como estelarista. Y también pongo el ejemplo de los mencionados Booker T y Mark Henry, campeones mundiales pero nunca portadores del Campeonato WWE, el máximo premio. Ambos sufrieron bookeos, digámoslo suavemente, “desafortunados” en momentos clave de su carrera. Booker, en su rivalidad con Triple H de camino a Wrestlemania XIX, con promos de dudosa sensibilidad racial; y Henry con su esteriotipado gimmick de Sexual Chocolate, tras emanciparse de Nation of Domination. Todos podrían haber tenido mucha más relevancia de la que tuvieron, algunos incluso llegado al nivel top de los realmente grandes.
“Al igual que todos, yo también tengo un poco de racista”, confesaba Hogan en el polémico vídeo. Quienes se echaron las manos a la cabeza con estas declaraciones, ¿verían con buenos ojos a un luchador de color como cara de la WWE? El “verdadero americano” representa las contradicciones de la sociedad yanqui, una sociedad mediatizada que necesita señalar a quienes por un instante descuidan la autocensura y se muestran tal y como son. Entonces le tocó a Hogan, ahora le toca a Donald Trump, otro personaje impresentable en términos formales, al que sí considero xenófobo. Repasando la hemeroteca, no deja de ser ¿curioso? que para la “Battle of the Billionaires” en Wrestlemania 23, Trump escogiera a Bobby Lashley.