En Lima, que se resiste a aceptar el invierno, y no amanece gris, como siempre, sino soleada y tibia, el desayuno será breve. Pasará lo mismo en las alturas del Cuzco o en el eterno verano de la norteña Piura. Hoy es un día especial. El estómago amanece cerrado. No sólo porque juega la selección. Tampoco porque disputa las semifinales de la copa por segunda vez consecutiva. No. Estos son ingredientes que alimentan la tensión, los nervios, la angustia. Pero el más importante, el que comenzará a poner la piel de gallina minutos antes de las 6 y 30, es que se juega contra Chile.
No hay partido que le importe más al peruano. No hay cita con el televisor que sea más impostergable, no hay cerveza que se beba con más ansias. Cuando los niños comienzan a patear un balón, y se imaginan un equipo al frente, sus inocentes mentes dibujan un rival vestido de rojo. Cuando el adolescente juega con el Perú en el playstation, del otro lado, en el mundo virtual, estará La Roja.
Pero hay que ser sinceros: el peruano no espera este partido con ilusión y esperanza desmedidas, no apuesta que se ganará por goleada, ni mucho menos. El Nacional de Santiago es el campo más difícil del mundo para la blanquirroja. Porque la hinchada chilena es constante, dura, tiene preparados cánticos y carteles específicos para esta noche, que ha sido en los últimos años siempre oscura, densa, pesada para la bicolor. Desde 1985 la selección peruana no gana en Santiago.
Han pasado exactamente treinta años. La historia dice que la de esta noche es una misión casi imposible. ¿Puede Perú dar la sorpresa, revertir la tendencia de este clásico cuando se juega en campos mapochos? Habría que preguntárselo a Simeone, que cambió el devenir del derbi madrileño, que lo volvió imprevisible, apasionante. Sí que se puede dar la sorpresa, sí que se puede cambiar la historia. Y no hay mejor escenario que el del Nacional, donde, en 1997, Chile ahogó las esperanzas de un país tras un 4-0 que dejó al Perú fuera de Francia 98, previa pitada monumental al himno peruano. El “Somos libres…” desapareció en medio de los cánticos chilenos, se diluyó en la noche santiaguina, y penetró para siempre la memoria de los peruanos.
Como dijo Gareca, el Perú debe jugar con las ansias y la presión del público chileno. La Roja –que presenta uno de los mejores planteles de su historia- nunca ha ganado una Copa América, y esta vez la cita es en casa, ante su gente, y frente al rival de toda la vida. La presión la tienen ellos.
Conforme pasen las horas, el corazón latirá un poco más rápido, las mariposas en el pecho reemplazarán el hambre, las oficinas cerrarán más temprano y las pantallas gigantes se multiplicarán en todo el país. El Perú está esperando. Tiene una deuda pendiente con la historia. Se siente obligado a dar la sorpresa. Y tiene las armas para hacerlo. Se viene, con todos sus ingredientes, el hermoso clásico del Pacífico.
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