Sí, decir Arena México, de inmediato nos envía al mágico mundo de los costalazos, donde el color de los equipos, el misterio que las máscaras suponen, los egos, los piques, los vuelos, las llaves, la sangre, el sudor y tantas cosas más hacen que se desborden cada vez que se abren las puertas del local que es delimitado por cuatro calles: Dr. Lavista, Dr. Lucio, Dr. Rio de la Loza y Dr. Carmona y Valle, obviamente, en la colonia Doctores de la Capital de México. Sin embargo, este local no sólo es lucha libre, sino que ha albergado una cantidad interesante de historia deportiva y cultural en nuestro país.
Mucha gente que vivió en los ochentas recordará como en diciembre había una función de cierre de temporada luchística, para dar paso a una temporada del clásico espectáculo de patinaje sobre hielo. También los, en ese entonces, bien vistos circos hacían temporada en la famosa Catedral de la Lucha Libre, como olvidar las tres pistas que el Circo Hermanos Atayde desplegaba.
También existieron durante este tiempo varios conciertos de diversos géneros musicales, tan variados que van desde la música vernácula de Antonio Aguilar y Vicente Fernández, hasta cosas más rockeras como Maldita Vecindad y El Tri. Florida la historia de la Arena México que le ha dado para albergar también eventos políticos, religiosos y empresariales.
Pero si la lucha libre ha sido lo principal que la Arena México alberga, en otros tiempos el boxeo también logró un lugar predominante en su historia. Los grandes púgiles que dio el país en la segunda mitad del siglo XX desfilaron por las grandes murallas de la Doctores: Rubén “el Puas” Olivares, Chucho Castillo, Carlos Zárate, “Pipino” Cuevas, Julio Guerrero, “Famoso” Gómez, Memo Téllez, Miguel Castro y Raúl Rodríguez, sólo faltó Julio César Chávez. Mil anécdotas dejó el boxeo, miles ratos de alegría, otros no tanto, como cuando el nacional Gilberto Román defendía el Campeonato Mundial de Peso Súper Mosca CMB ante el ganés Nana Konadu, quien impresionó a los jueces llevándose la decisión unánime ante el desconcierto y la tristeza de los presentes.
Y es que llevar el nombre de un país no es simple, vuelve al inmueble en casa, en cuna, en refugio, en aliento. Eso sucedió durante los Juegos Olímpicos de 1968, donde la Catedral se convirtió en el vendaval de pasiones por el boxeo amateur, y donde con todos los asistentes se vieron las hazañas mayores de Antonio Roldán y Ricardo Delgado haciendo que el himno nacional retumbara en la bella Arena México en dos ocasiones. También fue hazaña lo de Agustín Zaragoza y Joaquín Rocha, quienes consiguieron medalla de bronce durante la justa veraniega.
Fue el 27 de abril, que con la venia de las autoridades, se llevó a cabo la inauguración formal, cuando los dos máximos ídolos rudos: Médico Asesino y Santo hicieron mancuerna para enfrentarse a una dupla de maestro y alumno: Rolando Vera y Blue Demon, hoy hace sesenta años.
Pero es verdad, la Arena México fue imaginada por don Salvador Lutteroth como un coso hecho para la lucha libre, para que la gente vibrara con el accionar de los gladiadores enmascarados o malencarados, con la pasión de los técnicos, con la agresividad de los rudos, con las ansias que genera la incertidumbre que sólo el deporte espectáculo por excelencia puede provocar. Ya lo vaticinaban los grandes diarios de la época, por ejemplo Esto publicó el mismo día del corte de listón:
“Hoy abre sus puertas la majestuosa ARENA MÉXICO que será un motivo de orgullo para el México Deportivo… será uno de los mejores locales para espectáculos bajo techo haya en el mundo entero. Con capacidad cercana a los veinte mil espectadores, la NUEVA ARENA MÉXICO fue construida aprovechando los últimos adelantos técnicos en la materia y puede asegurarse que todas las localidades estarán aglomeradas.”
Mientras tanto El Universal Gráfico ansiaba el momento:
“Por fin esta noche tendrá lugar el acontecimiento que los fanáticos estaban esperando por largo tiempo: la inauguración de la grandiosa Arena México que dará a nuestra capital y a nuestro país el más majestuoso y grande local cerrado que se haya visto en estas tierras”
A lo largo de seis décadas, el Coso de la Doctores ha visto miles de luchas, (entre cuarenta y cincuenta mil), de los cuales, en cientos de ellos, ha habido una apuesta: ya sea un campeonato (alguna vez la México tuvo sus propios títulos, además de los nacionales o los mundiales), también se han hecho apuestas de orgullo personal: cabellera contra cabellera, cabellera contra máscara o la epítome de las pasiones: máscara contra máscara. La primera de estas fue entre el máximo ídolo, Santo, enfrentando al fortachón Gladiador (Luis Ramírez) el 21 de septiembre de ese año. La lista de encuentros así es larga, cada uno se cuenta por sí sólo, a cada uno le traen recuerdos diferentes: Rayo de Jalisco Jr. vs. Cien Caras; Villano III vs. Atlantis; Solitario vs. Ángel Blanco; Huracán Ramírez vs. El Enfermero; Santo vs. Espanto; y un largo etcétera que de sólo evocarlas hacen que la sangre se encienda, y se añore lo que se vio, aunque sea sólo en cromos a blanco y negro.
La lucha libre ha evolucionado en estos sesenta años, ha cambiado mucho, sin embargo el local no, aunque es cierto que tiene varias remociones estéticas (quizá la principal sea el bello mural de Miguel Valverde que engalana el lobby), lo claro es que sesenta años no pasan en balde sobre una estructura que tiene que soportar de manera continua a varios miles de aficionados, además, los estándares mínimos que Protección Civil requiere para un local de este tipo, sino han sido rebasados, están por serlo. Algunas otras instalaciones, como los sanitarios, también parece que se remontan al 56.
Pero aun, a pesar de eso, el local de la Doctores, la Catedral de la lucha libre en México, la majestuosa Arena México sigue abriendo sus puertas para que todos los aficionados, religiosamente aparezcan a vivir y vibrar a la par de los gladiadores, que cada ocasión salen a jugarse la vida en sus lances suicidas, que llevan su cuerpo al límite para marcar una diferencia, esa diferencia que hace tan popular a la lucha libre de cualquier otro deporte: la interacción entre atleta y aficionado. Ese diálogo tan florido y tan peculiar es el que envuelve a la lucha libre, y que la Arena México se ha encargado de dar a conocer, tanto para los turistas que hoy en día llegan por decenas en cada función, como para los que no han podido asistir, pero que a través de la magia de la televisión y el internet pueden ser, en distancia, testigos de esa magia de color, de ese arte que existe cuando dos hombres buscan superarse a sí mismos, contando como únicos recursos su cuerpo y su inteligencia. ¡Felicidades Arena México!