- Jerónimo Pimentel
El fin de un torneo tiende a polarizar el análisis: hay ganadores y perdedores, decepciones y revelaciones, buenos y malos. Es como si el fútbol sufriera un ataque de maniqueísmo. Hagamos el ejercicio, por una vez, de sumergirnos en los grises.
1. Chile es un gran campeón. Siempre es complicado para la clase media sudamericana (Colombia, Chile, Ecuador, alguna vez Perú) enfrentarse a Argentina y Brasil de local. La historia invita al repliegue y el repliegue obliga a repensar el esquema, sobre todo si este es ofensivo. Sin embargo, la traición a la identidad por miedo rara vez reditúa. A su vez, jugar de igual a igual contra selecciones que suelen poner a los mejores del mundo en la cancha es una temeridad que pocas veces compensa. Sampaoli entendió bien este dilema y, sin exponerse, impuso un estilo de presión alta, sin renunciar a una primera línea de 5. El resultado fue sensacional: durante todo el torneo, Argentina tuvo una posesión promedio por encima del 60%, pero, en la fi nal, apenas alcanzó el 43,1%. Este logro se tradujo en remates (18 a 8) y, a la larga, en un dominio que hizo de todos los mediocampistas de ‘La Roja’ estrellas: Aránguiz (el mejor), Vidal y Valdivia. El proyecto bielsista, después de 8 años de consistencia, es total: hemos asistido a la refundación del fútbol chileno. El problema para Sampaoli, ahora, es mantener el rendimiento, lo que suele ser más arduo que alcanzar la cima.
2. Preocupa Brasil, no Argentina. Que no pueda obtener títulos desde hace 22 años no significa que Argentina juegue o haya jugado mal. Martino es un técnico competente y ha creado un equipo con defectos, pero funcional. Ha recuperado el balance entre sus líneas (quien escribe prefiere a Banega sobre Biglia) y será sin duda uno de los animadores de la Eliminatoria. La sequía de títulos se debe a una suma de decisiones erradas (poner a Maradona de DT fue una ridícula forma de perder el tiempo), pero sería tonto castigar este proceso por ese cúmulo de tropiezos. Lo de Brasil, en cambio, es harto más problemático: la ‘canarinha’ es un equipo desconocido, peleado con su identidad, traumatizado por su Mundial fallido y –oh sorpresa– carente de fi guras. Si aparecen y fuera posible acompañar a Neymar un poco mejor, igual la idea detrás es preocupante: cada partido nuevo en las manos de Dunga es un metro más de tierra sobre la tumba de Telé Santana. Brasil, desde hace ya demasiado tiempo, juega horrible, y la contundencia de ese descalabro empieza a amenazar la leyenda de los pentacampeones.
3. La clase media como oportunidad. Ecuador y Paraguay han desaprovechado esta vitrina: el primero por intrascendencia (como se ha visto, les basta imponerse en Quito); los segundos, por falta de recursos. Venezuela, por su parte, se encuentra con una nueva frontera: la que separa ya no al débil del competitivo, sino al competitivo del candidato. Lo de Colombia es una incógnita autoinfligida que soporta dos lecturas: si se entiende que el grupo alcanzó su pico en el Mundial, estarán obligados a poner fi n al proyecto Pékerman e iniciar una transición; si se ve como un hipo, el entrenador argentino se verá urgido a recuperar crédito pronto para justificar su permanencia, lo que condicionará sus próximos partidos. En ese contexto, Perú debería aprovechar esta suma de dudas, crisis y declives para fortalecerse sobre dos columnas: tiene idea de juego y un proceso convincente sobre el que hay un rápido consenso (para dirigencia, jugadores, hinchas y prensa). Gareca sabe que en Sudamérica todo es difícil, pero también sabe que en el fútbol, como en la política, no existe vacío de poder.
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— DT El Comercio (@DTElComercio) July 6, 2015