Con tres luxaciones en año y medio, Óliver no quería que sus hombros se la jugaran en su regreso al Atlético. Por eso, el pasado 26 de mayo, se sometió a una cirugía estabilizadora en la Clínica Ruber Internacional de Madrid. Y se operó, además, de los dos, a la vez, y no de uno y después el otro como le aconsejaban los médicos que hiciera.
Esta cirugía no es complicada. Ni tampoco larga su recuperación. Pero sí tiene un postoperatorio más molesto y doloroso. Como cuando te quitas las muelas del juicio, que te las puedes extraer las cuatro a la vez pero es mejor (y menos aparatoso) cuando lo haces de una en una. Pero claro, así se tarda más. Y eso, precisamente, era lo que Óliver no quería.
Al jugador le daban igual los dolores y molestias. Él lo que quería era aprovechar las vacaciones para hacer la rehabilitación completa y estar así listo para Simeone desde el primer día de la pretemporada. Y lo ha logrado. En los dos primeros días de trabajo del Atleti, participa y corre como uno más. Sólo ha habido una excepción: no ha entrado en los partidillos diseñados por el técnico argentino para trabajar la posesión en espacios reducidos. Él ha sido comodín. Siempre en la línea que cerraba el campo, nunca en el fragor del área. Y hay una explicación: Óliver debe evitar acciones de choque o contacto en las dos próximas semanas para no recaer de su lesión. Es precaución. Catorce días más. Y se acabó.
Y es que Óliver es especial. Un jugador muy Arda. Diferente. El Oporto, donde jugó cedido el año pasado, lo sabe bien y ambiciona otra cesión. Pero deberá esperar a que los rojiblancos configuren su plantilla definitiva. Ahora mismo, Óliver entra en los planes de club y entrenador para la 2015-16. Y la primera opción del futbolista también es seguir en Madrid, aunque no desdeñaría jugar otro año en Portugal si por las altas y bajas se queda otra vez sin hueco en el equipo de su vida.