Lanús llenó de luces el cielo de la Libertadores, la encendió, le dio vuelo y significado a una Copa que venía lúgubre de tan poco agraciada, vacía de luminarias. Sacudió esa opacidad con una hazaña para los tiempos. Tener que remontar un 0-2 haciendo cuatro goles cuando apenas quedaba medio partido… Y frente a un River que metió miedo la noche del 8-0 al Wilstermann… Era una montaña demasiado alta para escalar. Además, estando noqueado, aturdido por el comienzo contundente del equipo millonario. Pero lo hizo, tenía el milagro adentro, oculto en el pecho de sus hombres, y lo volcó en el césped, componiendo la mayor actuación en sus 102 años de historia. En 1981 comenzaba su resurgimiento como campeón de Primera “C”, hoy es finalista inédito de la Libertadores. Ha subido peldaño a peldaño. El martes le tocó gloria, gloria grande. Está bien, se la ha ganado.
Los condimentos de la ya célebre noche ayudaron. El héroe de la espectacular victoria fue José Sand, de 37 años, surgido como estrella de las inferiores de River y que nunca pudo ratificar en Primera su rótulo de promesa. Había marcado un récord de 138 goles en las divisiones menores, pero en Primera, nada, por eso un relator radial que sigue la campaña riverplatense lo bautizó con el hiriente apodo de “Casi gol”. Era hostigado por los hinchas. Hasta que se fue del club y, desde otras veredas, comenzó a hacerle goles a su exequipo. Sobre todo en Lanús. En la final de la Supercopa de este año, Lanús le ganó a River 3-0 con tres de Sand. La relación Sand-River es tormentosa, por eso hace unos días él declaró: “Por River no siento ‘casi’ nada”.
Que se intente desmerecer la proeza granate por un penal no concedido a River es mezquino, injusto. En todos los partidos hay un gol en offside, un penal mal sancionado; no se lo festeja, desde luego, pero es parte de la imperfección de este juego. River ha sido a lo largo de la historia, muy afortunado con tales imperfecciones, demasiado, sobre todo en esta última época. En el primer tiempo también hubo un grosero agarrón en el área millonaria al zaguero de Lanús, García Guerreño que pasó de largo. Sobre la posible expulsión del lanusense Román Martínez, seguramente la merecía. River ganó una Libertadores y una Sudamericana moliendo a patadas a Boca (y a otros) con la connivencia de árbitros distraídos. Nunca le expulsaban. Ponzio y Funes Mori fueron verdugos implacables. Hay que tener memoria.
De ninguna manera nos pareció un escándalo arbitral. Pese a ese penal, que para nosotros fue, sin duda, River igual seguía ganando 2 a 0 el partido y 3-0 el global. Tenía una ventaja inmensa. Se le escurrió por la fe de Lanús, que hizo cuatro goles válidos. El que pierde de forma tan desventurada siempre busca aferrarse al salvavidas de la excusa. Lo hizo el PSG cuando cayó 6 a 1 ante el Barcelona. Hasta el minuto 87, el Barsa estaba tres goles abajo… Sí, pudo haber alguna equivocación del juez, pero mirémoslo desde el prisma del perdedor: te tenían que hacer seis goles, tres de ellos en seis o siete minutos… Y te los hicieron, a otra cosa. Hay que hacer introspección, ver en qué se falló. Pero no caben iracundias ni gritos de “nos robaron”. Lanús había perdido 2-0 ante San Lorenzo en cuartos de final y también supo remontarlo y avanzar, algún mérito anímico tiene.
El 0-2 devenido en 4-2 trae el recuerdo, inevitable, del célebre Peñarol 4 - River 2 de 1966, cuando los de Núñez también iban 2-0 arriba y los de Spencer lo volcaron. Eso le valió el mote de Gallinas del que no se despegó más. Esto del martes también se lo van a facturar en el tiempo.
El fútbol argentino, siempre vilipendiado (adentro y afuera) tiene sobre todos los demás el plus de la pasión total, que contagia al futbolista y genera partidos volcánicos como este ya histórico Lanús 4 - River 2, e involucra emocionalmente incluso a hinchas de otros países. Nadie, pese a su neutralidad, puede ser indiferente a esto. Es un espacio donde se manifiesta en su máxima expresión el jugador-hincha. Puede triunfar y ser ídolo en Europa, pero es allí donde el futbolista libera su espíritu amateur y entrega todo sin medir nada. Nadie simboliza mejor esta peculiaridad que Lautaro Acosta. El Laucha es Lanús, es el escudo del club, la camiseta granate, la representación viva de su gente. Un solo Acosta en un equipo ya pesa, hace diferencia, transmite.
River, justo es decirlo, también se fue dejando un flashazo inolvidable en esta edición 2017: el fulminante 8 a 0 a Wilstermann del que habló el continente. Y algo más: con errores o aciertos, River afronta todos los torneos para ganarlos, con seriedad suprema; muy ponderable. Pasa que los contrarios también juegan, como decía el Canario Iriarte, con esa aguda simpleza de los hombres de campo.
También Barcelona se fue dejando la estela de su participación singular. Fijando un récord que tal vez dure un siglo: le ganó a cuatro equipos brasileños -Botafogo, Palmeiras, Santos y Gremio- y a tres de ellos de visita. Nunca había pasado. La dura derrota en Guayaquil caló hondo, pero esta victoria en Porto Alegre recupera la autoestima y, en parte, la sonrisa. Salvó el honor, dejó orgullosos a sus hinchas. No pasó con indolencia por la Copa, entró para dar guerra, mostró personalidad, el técnico Guillermo Almada hizo una buena lectura de partidos y rivales. Después de muchos años retomó la buena estrella en torneos internacionales, lo que adora su gente. Quedar entre los cuatro semifinalistas entre 47 equipos califica de por sí la actuación.
Se viene una nueva final argentino-brasileña, la 14ª. de la historia copera, la que más se dio. Un dato notable: en 58 ediciones, 34 veces llegaron a la máxima instancia clubes argentinos y 33, brasileños. Sin intentar quitarles mérito, pues supieron alcanzar la orilla, Lanús y Gremio dan fe de que era una copa para el que se atreviera.