28/03/2024

Infiltrada Xeneize: el día que fui a ver a River por Pablo Aimar

Domingo 31 de Mayo del 2020

Infiltrada Xeneize: el día que fui a ver a River por Pablo Aimar

El Payasito volvió a jugar en el Monumental un 31 de mayo de 2015 ante Rosario Central por el torneo argentino.

El Payasito volvió a jugar en el Monumental un 31 de mayo de 2015 ante Rosario Central por el torneo argentino.

Soy hincha de Boca Juniors. De la única vez que fui al estadio Monumental a ver a River recuerdo dos cosas: había luna llena y era el regreso de Pablo Aimar. Le rogué a mi hermano menor, hincha de River, que me llevara a la cancha con él. Le expliqué que quería ver la vuelta de Aimar al fútbol argentino después de 14 años. La vuelta del ídolo de Messi. Tardé varios días en convencerlo. Lo logré bajo una condición: "Vamos, pero que nadie se entere de que sos hincha del rival", sentenció.

Mi hermano tenía miedo por una razón válida: no habían pasado ni 20 días del Superclásico del gas pimienta por la Copa Libertadores. Sospechaba que quizá se me escaparía un "dale Boca" en la mitad del partido entre River y Rosario Central, pero no. Le repetí una y otra vez que mi sueño y deseo era ir a la cancha con él para presenciar el regreso de Pablo Aimar. No importaba el resultado, no importaba el rival, no importaba el torneo. Solo el Payasito, con la 35 en la espalda y la banda en el pecho.

El ingreso al estadio fue tranquilo. La previa también. Quizá cuando más temió mi hermano -no tanto por mí sino por él- fue cuando los equipos entraron a la cancha y la hinchada empezó a gritar en contra de Boca: "Tiraste gas, abandonaste, lo suspendiste porque no tenés aguante [...] borombombom borombombom el que no salta abandonó". Vi que mi hermano me miró de reojo. Él sabía que yo no iba a saltar y también sabía que no iba a gritar nada a favor de Boca ni pelearme con ningún hincha de River. Había entendido que estaba ahí por Aimar y nada más. Por amor al fútbol y no a un escudo. Por amor a un jugador y no a un club.

No voy a mentir. Cuando todo el Monumental saltó, tuve sentimientos encontrados. Primero sentí paranoia. Me imaginé que el estadio entero sabía que yo era hincha de Boca y que se preguntaban por qué no saltaba ni cantaba ni vestía la camiseta de la banda. Después sentí pudor e impotencia. Como si 50.000 personas hablaran mal de tu pareja y vos escucharas y no hicieras nada para defenderla. Ya cuando estaban por la estrofa final, sentí envidia. De ver cómo disfrutaban y se divertían cantando y bailando por haber eliminado a su clásico rival en la Copa Libertadores. Y cómo, encima, coronarían ese suceso con la mejor frutilla del mejor postre: la vuelta de Aimar.

Habían pasado 405 días del último partido de Aimar en Malasia y no estaba en las mejores condiciones físicas. Fue al banco de suplentes. No entró en los primeros 45 minutos. En el entretiempo mi hermano volvió a mirarme de reojo -creo que fue un acuerdo tácito no dirigirnos la palabra durante todo el partido-, pero me observó para ver si estaba bien. Y sí. Estaba bien. Contenta de poder disfrutar un partido con él en una cancha tan grande e importante. Siendo yo de Boca, jamás imaginé que eso podría suceder. Es lindo compartir momentos así con un hermano más allá de los colores. Es lindo y posible. Porque aunque muchas veces no parezca, las rivalidades también pueden ser sanas.

Volviendo a lo que importa. No, no grité el gol de Teo Gutiérrez a los 13 del primer tiempo. Y no, tampoco me abracé con mi hermano. Ese era otro acuerdo táctico. Lo único que yo iba a festejar era el regreso de Pablo Aimar. Y eso ocurrió a los 30 minutos de la segunda parte. Cuando Gallardo lo llamó, le habló, lo abrazó y lo besó. Como cualquier padre cuando despide a sus hijos en la puerta del colegio el primer día de clases: “Entrá, jugá con tus amigos y disfrutá”.

Tuve la suerte de que la luna llena colgara justo por encima de nuestras cabezas y de que el lado de la cancha en el que más jugó Aimar esa noche fuera el que daba a la tribuna en la que estaba con mi hermano. ¿Vieron en las obras de teatro cuando se apagan las luces, pero queda un foco prendido que da de lleno en la cara del protagonista? Bueno, eso mismo pasó con Aimar y la luna. Lo iluminó durante los 15 minutos que jugó y por más que habían otros futbolistas en cancha, nadie le sacó los ojos de encima al Payasito.

Con 35 años, demostró que su talento es como los alimentos no perecederos: no se deteriora con el paso del tiempo, ni con la humedad, ni con la presión. En la segunda pelota que tocó, sacó a bailar a Gómez Andrada y Villagra. Los dos jugadores de Central lo acorralaron en la esquina del córner y el 10 -ahora vestido con la 35- giró sobre su pierna derecha como giran las bailarinas cuando saben que tienen el foco -o la luna llena- encima. Giró y se llevó la pelota con la parte de afuera del empeine. Bien de crack. Después Mayada lo ayudó con un taco y le devolvió la pelota al pie y Aimar tiró un pase al medio y la pelota volvió a él y tiró otro pasé a la medialuna del área y la pelota volvió a él. Siempre la pelota vuelve a él.

Aquella noche Aimar tuvo varias jugadas en las que se lució con pases precisos. Esos 15 minutos fueron mucho y poco a la vez. Todos los que estuvimos en la cancha quisimos ser el juez de línea que en un tiro de esquina lo saludó con un beso y abrazo. Todos quisimos ser también la luna con esa butaca de lujo.

A los 44 minutos del segundo tiempo hizo un gol Mayada. Su primer gol oficial en River. El del 2-0. Un dato anecdótico en un partido de esos que quedan en el recuerdo no por los goles, no por el triunfo, sino por un nombre: Pablo César Aimar.

“Mucho ahogo, mucho nervio”, fueron sus palabras cuando terminó el partido. “Quería que mis hijos vivieran esto desde adentro, en ninguna de las canchas a las que fueron se vive el fútbol así", explicó emocionado. Cuando soltó el micrófono, levantó las manos, y agarró de un puñado a los miles y miles de hinchas que estábamos ahí presente. Aplaudió, agradeció, sonrió y se fue volando en una manta imaginaria que formaba el canto de todos: “Olé olé olé olé Pabloooo Pablooooo".

Ese fue el primer momento de la noche que mi hermano dejó de mirarme de reojo y se relajó. Creo que incluso, por unos segundos, cantamos juntos. Mientras el estadio comenzaba a vaciarse, me senté por última vez en las gradas del Monumental y observé la luna llena. “¿Sabés si ya estaba programada esta hermosa luna para hoy o si salió especialmente por el regreso de Aimar?”, le pregunté.

Sé que me respondió lo que yo quería escuchar, pero fue la respuesta más linda de todas: “Sí Mery, salió por Aimar y porque vos y yo vinimos por primera vez a ver a River juntos”, susurró entre sonrisas mientras me daba un semi abrazo y me hacía señas de que ya era hora de irnos.

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