En marzo de 1976, de vuelta del Sudamericano de Natación en Punta del Este, Uruguay, hicimos escala de un par de días en Buenos Aires y lo primero que hice fue buscar una librería que me había recomendado ese incansable lector que fue Mauro Velásquez Villacís. Gastón Thoret, León Febres-Cordero y Roberto Frydson se incorporaron a la expedición en busca de libros de natación. Yo rastreaba de todo en una ciudad de gran volumen editorial. Había miles de obras de todas las materias, pero fuimos a la sección Deportes y encontramos tal cantidad de libros que hubiéramos tenido que comprar nuevas maletas para llevarnos lo que nos entusiasmaba. A mí, de primera me atrajeron dos títulos: Siento ruido de pelota, del inmenso Diego Lucero, y una novedad inquietante por el título: Burguesía y gangsterismo en el deporte, escrito por alguien a quien admiraba, como lector de la revista El Gráfico desde mi niñez: Dante Panzeri.
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Habrá en el periodismo deportivo actual, tan penosamente pobre en lo intelectual, salvo las honorables excepciones de rigor, que no sabrán a quién me refiero. Otros habrán oído el nombre, pero jamás intentarán leerlo porque no les importa el tema de la decencia y el honor profesional, en lo que Panzeri era y sigue siendo –a 42 años de su muerte– un maestro. Empecé a devorar el libro desde que salimos de Buenos Aires a Guayaquil y cada página era causa de mi asombro. ¡Cuántas verdades hasta entonces ocultas, denunciadas con el lenguaje directo, frontal y valiente de Panzeri!
Hace muy poco, en plena pandemia, Sebastián Kohan Esquenazi rescató la trayectoria del periodista en un documental titulado Buscando a Panzeri, de más de una hora. “Lo quiero por su valentía, porque no claudicó con nadie en un país donde el fútbol logró sacar lo peor del país. No todos sus colegas querían quedar pegados con quien hablaba de despilfarros, más allá de que el tiempo le dio la razón. En sus notas criticaba la desmesurada importancia que se les daba a los directores técnicos, las exorbitantes sumas de dinero que se pagan a los jugadores y la dudosa moral de los dirigentes”, dijo Kohan.
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En Burguesía y gangsterismo en el deporte, libro publicado en 1974 con recopilaciones de sus notas, se lee: “Donde el fútbol limite su incidencia material a la que tuvo siempre (siempre se jugó por plata), veremos el equilibrio entre el placer y la ambición. El placer solo no puede sobrevivir económicamente, pero la ambición sin placer mata al individuo como generador de un espectáculo y hace que el espectáculo también se suicide”.
El desconocimiento entre la mayoría de nuestros periodistas del legado del genial Panzeri es tan grande como la cantidad de veces en que jóvenes y veteranos cronistas recurren a Fútbol, dinámica de lo impensado, su libro más famoso, para explicar el talento de jugadores como Messi, ciertos resultados asombrosos o aquellos partidos que escapan a la lógica del aburrimiento. La obra fue escrita para invitar a sus lectores a “no ver el fútbol como se lo está mirando”, poniendo en el punto de mira al “show internacional de la seriedad”, cuyos oscuros generales encorbatados no cejan en su empeño de transformar el juego en productivo negocio.
El Gráfico, legendaria revista argentina, lo tuvo de redactor durante 17 años y luego tres más como director, hasta su renuncia, en 1962. Una nota en la edición digital del 8 de julio de 2013, suscrita por Andrés Burgo, dice que Panzeri era “rebelde, intenso, irreverente, frontal, inconformista, fiscal innegociable. Si hubiera que salvar del fuego una sola de sus virtudes, primero habría que rescatar su libertad. No decía lo que quería, sino lo que creía, y por eso se llenó de prestigio y de enemigos. Un prócer gigantesco de nuestra profesión”. Y prosigue: “Sus artículos debían leerse con La Marsellesa (himno nacional de Francia) de fondo. Sus palabras fueron, según el caso, barricadas o puntas de lanza. Su obra especuló menos que el vuelo de un meteorito. Eligió ser mil veces más agudo que poético. Desbarrancó más de una vez, pero no le importaba. Despotricó porque al fútbol le faltaban ‘dirigentes, decencia y wines’, pero su proclama quedó incompleta: también le faltaban periodistas como él. Y 34 años después de su muerte, le siguen faltando”.
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Para su compatriota y colega Diego Bonadeo, “Dante Panzeri fue el tipo que cambió la crítica deportiva en la Argentina, el más grande, el más trasgresor y visionario, a niveles que ni él mismo sospechaba. Cómo considerar si no a alguien que, cuatro décadas atrás, proponía modificaciones en el reglamento del fútbol que hacían reír a los auditorios: por ejemplo, impedir que el arquero tocara la pelota con las manos si le llegaba de un compañero o que se le dieran tres puntos al equipo que ganaba un partido. O que describía los manejos de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), a los dirigentes irresponsables, a los directores técnicos oficiando como jefes de compras, las mentiras periodísticas, la irracionalidad de las hinchadas, de manera tal que al lector le parecerá que estos textos fueron escritos la semana pasada”.
Está “desactualizado”, dirán hoy los contumaces encubridores del poder. El Gráfico destaca frases que son sentencias de ayer, hoy y siempre. Como si fueran aforismos, Panzeri decía de su trabajo: “Todo periodista tiene que estar preparado para perder amigos. La actividad no tiene por objetivo ganarlos”; “el periodista es y debe ser un descontento”; “ni la popularidad ni el gustar son los objetivos de la misión periodística”; “somos fiscales, no jueces, y debemos ser parciales a favor del bien y en contra del mal”; “con la verdad se vende menos, pero se gana más”; “aunque siempre muy resistida, la verdad fue siempre respetada. La mentira es aplaudida, pero nunca respetada. Los periodistas tenemos que meditar cuál de los dos negocios es mejor”; “el periodismo es el cumplimiento de la obligación de enseñar a pensar a la gente”, “yo no busco adeptos. Es más, en algún caso me molestan”; o, cuando un lector de El Gráfico escribió que su opinión debía ser más importante que la de la revista porque “el cliente siempre tiene la razón”. Panzeri lo negó: “El Gráfico no es una tienda ni una fiambrería. Entre el cliente y la verdad seguimos optando por la verdad, que entendemos es la mejor manera de defender al cliente”. Fue tan leal a sus convicciones que cuando los dueños de El Gráfico le ordenaron publicar una columna de opinión sobre fútbol, escrita por un ministro de Estado, Panzeri dio la vuelta a su escritorio a recoger sus cosas y se fue.
Fue un opositor del Mundial 1978 que él consideraba un argumento político de la dictadura. Se lo dijo en la cara al poderoso almirante Lacoste, presidente de los organizadores, y lo publicó en los medios en que laboraba cuando disentir con los militares era un riesgo de muerte. Falleció tres meses antes de la Copa del Mundo, pero quedó su legado.
Recordaré siempre sentencias como estas: “Yo no participo de la comodidad del periodismo sin opinión. Antes el periodista era un individuo que veía, pensaba y opinaba. Ahora oye y después repite”. Y me acuerdo de muchos ‘periodistas’ de hoy. (O)