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En sus 62 años, Diego tuvo varias facetas. Como los superhéroes. Fue mago del balón, cantante, presentador de tv, bailarín y gran fabricante de titulares. Esta última cualidad fue aprovechada por Juan Presta, hoy de 68 años, periodista argentino que fue enviado especial por “Tiempo Argentina” a México para jugar su propio Mundial. Juan, entonces, fue las manos del “D10s”. Se encargó de transcribir al papel las 19 cartas-columnas de Maradona, algo que los argentinos tomaban como si su ídolo les escribiera personalmente.
“Un día me quedaron como 20 líneas en el camino y no había forma de llenar. No se me ocurría nada más que poner. Entonces pasó un colega argentino que se llamaba Héctor Drasser y le pregunto si había hablado con Maradona en esos días. Me dice que sí, que le habló sobre el tema de las iglesias y me pasa la grabación donde Maradona le pide a la gente que vayan a orar por el equipo. Al otro día, todas las iglesias de Buenos Aires estaban llenas. ¡Vaya uno a saber cuándo y en qué circunstancias lo dijo! Pero yo no tenía otra cosa para poner y eso me venía bien. Eso sí, yo le había prometido que no iba a poner una sola línea que él no dijera, y lo cumplí a rajatabla”, nos cuenta a través del teléfono el propio Presta en esta entrevista para conocer el detrás de escena del Diego columnista.
—¿Cómo se dio el trato para que Maradona escribiera una columna en medio del Mundial?
El contrato se firma con Guillermo Coppola en Argentina con la gente de “Tiempo Argentino”. Antes de irme a México me enteré de la posibilidad, aunque ahí el contrato todavía no estaba firmado. Recién estando allá me avisaron que todo estaba listo.
—¿Tenía preferencias para hablar con Maradona o cómo se dieron los encuentros?
Yo tenía las mismas limitaciones que el resto del periodismo. En la selección atendían cada dos días. Solamente tuve dos entrevistas exclusivas con él porque se lo pedí y él hizo la gestión. Me avisaban por dónde salía, yo lo alcanzaba y le hacía dos o tres preguntas como máximo. Lo guiaba hacia dónde podía ir la columna. Después le grababa todo lo que decía y sacaba conclusiones de ahí.
—¿Cómo era Diego en cuanto al trato? ¿Se mostraba reticente a firmar una columna que, en teoría, no escribía él?
Al principio fue bastante frío porque no me conocía. No era amigo mío. Desconfió bastante y estaba en su derecho, yo también lo haría. En definitiva yo estaba escribiendo en nombre de él.
—¿Cuándo cambió todo?
Cuando llamó desde Buenos Aires, Doña Tota, y le dijo: “Dieguito, qué bien escribes”. A partir de ahí se acabaron todas las dudas y la desconfianza.
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