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Pizarristas y antipizarristas, cinco años después de su retiro, podemos coincidir en una cosa: el delantero peruano era el único gran motivo de orgullo de los hinchas peruanos, de los que quedaban, que allá por el 2000 envejecíamos sin saber lo que era clasificar a un Mundial. De hecho, cada final de Bundesliga, cada Champions ganada, era lo más parecido a sentirse en la élite. No era el Mundial, pero sí estar presentes en el mundo.
Veintitrés años después, y con un solo peruano jugando en la primera división de una de las cinco ligas más importantes del mundo -Renato Tapia-, el cable se ve en las redacciones de deportes para seguir la carrera de Luis Advíncula, ex delantero, lateral mundialista, y hoy convertido nuevamente en pieza de ataque de Boca Juniors. Ya no está Pizarro, tampoco Vargas ni Jefferson, está a punto de irse Paolo. La dimensión que lo que pasa “con el peruano de Boca” puede explicarse con una breve búsqueda en Google -su historia, la Bombonera, Maradona, Riquelme- pero sirva este dato para entenderla, en el contexto de los millones de Arabia y la MLS: Edison Cavani, entero delantero uruguayo, aceptó volver a Sudamérica porque el xeneize “es uno de los más grandes del mundo”. El Matador sabe de grandezas: jugó en Arsenal, Napoli, PSG. No tenía que regalar ningún elogio porque a él nadie se lo regaló.
Advíncula es su compañero y es, cada fecha en que juega la SuperLiga Argentina o define su pase a la siguiente fase de la Libertadores -la noche de miércoles igualó 0-0 con Racing por el boleto a cuartos de la copa-, el imán peruano que atrae para agendar sus partidos, seguir las redes de un club extranjero, pagar la suscripción del cable de STAR+. No es suya la responsabilidad de la carencia de otros cracks, y por el contrario, su (re)volución, acondicionada a las exigencias de un fútbol donde físico y táctica se diseñan en un laboratorio, es mérito triple. Pienso en la agresiva crítica que le caía en sus primeros años, cuando en lugar de tirar un buen centro, lanzaba una roca. Pienso en el misterioso mes que pasó en un club ucraniano -Tavriya Simferopol- siempre afectado por las guerras. Pienso en el penal que falló en el repechaje y en cómo un ampay pudo dejarlo sin Rusia 2028.
Y pienso en lo que significa este 2023 para Luis Advíncula. Un futbolista que, en la madurez de los 30, entendió que su carrera necesitaba disciplina y sacrificio, crecimiento e inteligencia; que esa era la forma de traspasar la pantalla y dejar en el aire la idea de que ahora volvemos a ver el fútbol argentino con obsesión “porque juega un peruano”. Vienen días de selección y hay que decirlo: se suma Advíncula y es un ejemplo. Y como no nos sobran, hay que ponderarlos, el triple.