Las últimas horas del año que se fueron ya y las primeras del que transcurre son apropiadas para hacer un recuento de lo vivido y de lo que esperamos vivir; de lo que nos pasó en los 365 días que fueron y lo que aspiramos que sean los 366 (año bisiesto) que vendrán. Nos resultó inevitable pensar en el fútbol que vivimos en el 2019 y en el que veremos en el 2020. ¿Existe alguna esperanza de que el campeonato nacional mejore en su nivel? Lo visto en el último certamen fue muy discreto en lo técnico. Escasas apariciones de futbolistas jóvenes asentados en la primera categoría y promesas que trajo la Selección sub-20, de las que se espera tengan suficientes oportunidades para consolidarse si los entrenadores y los dirigentes tienen la valentía para arriesgar fichas por la juventud.
Se quedaron el 2019 los clubes grandes, los usualmente favoritos: Barcelona, Emelec, Liga de Quito, El Nacional. Hubo un desacierto generalizado (salvo un par de figuras) en la contratación de refuerzos extranjeros, mientras los nacionales fracasaban rotundamente. Destacable lo de Delfín de Manta que con la cuarta parte del presupuesto de los ‘poderosos’ se llevó el cetro del torneo nacional en una final emocionante.
¿Qué pasa con el fichaje de extranjeros en nuestro fútbol? ¿Por qué antes llegaban figuras de renombre que quedaban en la historia, mientras hoy fracasan en el noventa por ciento de las ocasiones? Me vienen en la memoria los casos de jugadores de cartel que arribaban en vuelos regulares, eran recibidos por dirigentes y se hospedaban en los hoteles de la ciudad. Hoy llegan con un currículum trucho escrito por su representante; los esperan una nube de micrófonos, cámaras de televisión y un centenar de micrófonos. Los relacionistas públicos y asesores de imagen, más una docena de forzudos contratados por la seguridad del club, espantan a manotazos micrófonos y cámaras para que el astro llegue a la limusina contratada sin tener contacto con el público atraído por un periodismo deportivo obsecuente.
En 1951 llegó a Río Guayas el argentino Juan Deleva. Traía en su palmarés haber sido uno de los goleadores del campeonato argentino de 1947 como centro delantero de Independiente de Avellaneda, formando una artillería de auténticos cracks: Camilo Cervino, Vicente de la Mata, Deleva, Mario Fernández y Reinaldo Mourin. Los que saben algo de la historia del balompié argentino podrán calibrar la clase de Deleva. En una época en que para ser portada de la revista El Gráfico había que ser un jugador de dimensiones colosales, Deleva apareció en el número 1466 del 15 de agosto de 1947. Con él llegó Eduardo Spandre, procedente de River y de Tigre, de cuya calidad futbolera y sabiduría técnica no osarán dudar los enemigos de la historia. A ambos era común verlos en las tardes saboreando un café en el Salón Costa, sin temor al asedio popular. ¡Y esos sí que eran grandes!
Juan Deleva, portada de El Gráfico 1947.
Por mi barrio rondaban, con intenciones románticas que terminaron en matrimonio con dos hermosas chiquillas, Teodolindo Mourin y Jorge Caruso, dos recordados jugadores de ese Río Guayas poderoso que dejó una huella muy profunda como campeón invicto del primer torneo profesional de la Asociación de Fútbol. En la esquina de Aguirre y Pedro Moncayo nos los presentó Gerardo Layedra, el manejador de la delantera de Everest, quien era nuestro vecino y entrenador honorario de nuestro equipo juvenil. Sencillos personajes llenos de calidad humana fueron Teodolindo y Jorge que gastaban muchos minutos para charlar con nosotros. Nada de arrogancia ni soberbia, pese a su grandeza futbolera.
También en mi barrio vivieron Fabián Bastidas, marcador de punta de Emelec a inicios de los años 50 y más tarde mi profesor vicentino (no respetó la vecindad, pues me dejó para abril en matemáticas) y Júpiter Miranda, portovejense, estupendo jugador de Emelec. A la casa de los Bejarano Morán, ubicada junto a la nuestra, llegaban los jugadores de Barcelona. Pepe Bejarano levantó en la parte delantera una cancha de voleibol y allí jugaban grandes partidos a inicios de los 50 Enrique y Jorge Cantos, Manuel Valle, Enrique Romo, Nelson Lara, Sigifredo Chuchuca, Fausto Montalván y muchos más. La cercanía con ellos era muy sencilla.
Recuerdo un episodio significativo: el famoso Ñato Romo había tapado hasta el viento en un clásico. Vivía en Luque entre Pedro Moncayo y Quito, en la casa de los Martín Muñoz. Al día siguiente del clásico los muchachos del barrio lo fuimos a visitar sin cita previa. Teníamos curiosidad por ver cómo tenía las manos después de los cañonazos eléctricos en tiempos en que los arqueros no usaban guantes y el balón no era el artefacto saltarín de plástico que es hoy. Romo y su esposa, hermana de los Cantos, nos atendieron de maravilla. Nos sirvieron colas y galletas, pero lo anecdótico fue la charla sobre Barcelona y el papel de los arqueros dada a unos chiquillos anónimos por uno de los más famosos personajes futboleros de ese tiempo.
El Barcelona de la idolatría fue una conjunción de talento y carácter. Sus forjadores fueron muchos y nació entre 1947 y 1948. Se consagró en 1949 con la victoria ante Millonarios y la gira invicta a Colombia, más el título logrado en 1950. Pero nadie puede negar que el amor del pueblo hacia la divisa oro y grana lo sembraron, en mayor grado, Sigifredo Chuchuca y Enrique Cantos. El Cholo y el Pájaro, el primero con sus goles imposibles a base de oportunismo y fiereza, y Cantos con sus cabriolas indescifrables y su bicicleta levantaban al público de sus asientos y provocaban el estallido asombrado de miles de gargantas. Chuchuca volvía al centro de campo levantando levemente la diestra después de cada gol. No había coreografías ensayadas, ni bailecitos, ni meneo de posaderas ni amontonamientos en el piso.
Eduardo Spandre, en Río Guayas en 1951
Emelec no tendrá nunca jugadores de la dimensión de Carlos Raffo, Jorge Bolaños y el Loco José Vicente Balseca. Los tres lo sacaron de la condición de equipo aburguesado, pituco, preferido de las élites y lo llevaron a la consideración popular. Balseca con sus maniobras irrepetibles, su manejo del balón, sus centros y sus goles, el Flaco Raffo con su instinto de goleador insuperable, y el Pibe Bolaños por la magia que arrancaba de sus botines maravillosos.
Solo menciono a unos cuantos maestros que nos hicieron emocionar. No encontramos comparación alguna con los distantes jugadores de hoy. No usaban aritos, ni diademas ni peinados de gabinete. Los pantalones les quedaban grandes. Se les caían los polines y no usaban tobilleras. No tenían tatuajes. No ganaban como para pagarse un auto último modelo. Llegaban al estadio en bicicleta y su equipaje cabía en una bolsa de papel de las que vendían en los mercados. Eran muy cercanos a la gente. Y qué gran categoría futbolística tenían y cuánto corazón ponían en la cancha.
Hoy la realidad es otra. Es que, como dijo Jorge Valdano, el gran dinero le ganó por goleada al romanticismo. (O)
¿Existe alguna esperanza de que el campeonato nacional mejore en su nivel? Lo visto en el último certamen fue muy discreto en lo técnico. Hubo escasas apariciones de futbolistas jóvenes.