26/04/2024

Jorge Barraza: ‘¿Este es el refuerzo que trajeron...?’

Domingo 26 de Abril del 2020

Jorge Barraza: ‘¿Este es el refuerzo que trajeron...?’

Sergio Galván Rey alcanzó idolatría en Once Caldas, el título en 2003, la Copa Libertadores en 2004, el pase estelar al Metrostars y el rótulo de máximo goleador en la historia de Colombia con 224 tantos.

Sergio Galván Rey alcanzó idolatría en Once Caldas, el título en 2003, la Copa Libertadores en 2004, el pase estelar al Metrostars y el rótulo de máximo goleador en la historia de Colombia con 224 tantos.

Buenos Aires -

Un montoncito de ilusión. Eso era Sergio Galván Rey la tarde del 26 de enero de 1996 cuando descendió del avión en el aeropuerto de Manizales. Un joven de 22 años, un nueve de magros 65 kilos y 1,71 m. Como si fuera un basquetbolista de 1,85. Quién diría… Lo llevaron directo del avión a entrenar después de más de un día de viaje Tucumán-Buenos Aires-Bogotá-Manizales. Imaginamos la cara del técnico del Once Caldas, Orlando Restrepo, al verlo llegar. Le habían dicho que llegaría un goleador argentino; su mente pensó en Kempes, Batistuta, Palermo… Pero vio entrar al vestuario un muchachito menudo, recatado y silencioso. Frunció el ceño: no le vio uñas de guitarrero.

Hay, en Argentina, una anécdota similar con René Houseman. César Luis Menotti tenía en Huracán un plantel aceptable pero corto, apenas trece o catorce jugadores. Su necesidad de efectivos era perentoria; los dirigentes le prometían y aseguraban, pero nada… Se fueron de pretemporada al mar y no llegaba nadie. Y pasaban los días. Hasta que sonó el teléfono: “Concretamos el pase de un chico de Defensores de Belgrano, mañana va para allá”. Huracán, siempre endeudado y coqueteando con la quiebra, había logrado el préstamo de un punterito de 19 años que militaba en primera división “C”. Lo mandaron solo, en tren, a Mar del Plata. Viajó de noche y llegó a primera hora de la mañana al hotel donde concentraba el Globo. Antes del entrenamiento, los jugadores tomaban el desayuno y, desde las mesas, vieron un flaquito que se registraba en la recepción. Alguien del cuerpo técnico pasó el dato: “Es el nuevo delantero”. Menotti también frunció el ceño.

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Lo miraron: era una cosita chiquita, pelito largo, pantalones Oxford; el bolsito lo llevaba a él. La decepción fue unánime: “¿Este es el refuerzo de Huracán…?”. En vez de cambiarse, Houseman se fue a dormir. Más desilusión. “Tal vez esperaban un alemán, rubio y grandote, yo pesaba cuarenta kilos mojado, pero después me vieron jugar y cambiaron de opinión”, recordaba el Garrincha argentino. Tres meses más tarde era la sensación del campeonato. Y al año siguiente, figura albiceleste en el Mundial de Alemania.

Sergio se sintió Houseman aquella tarde manizaleña. “Cuando llegué y vi la cara de los hinchas, de los periodistas y hasta de los propios compañeros… Todos pensarían lo mismo: ‘¿Este es el delantero argentino que trajeron…?’. Y si preguntaban en Argentina quién era yo tampoco iban a saber mucho, allá no me conocía nadie. A poco de llegar perdimos un partido y al técnico se le escapó una frase que siempre recuerdo: ‘Claro, ¿cómo no íbamos a perder? Vea los delanteros de ellos y mire los nuestros…’. Y en la calle igual, un día iba caminando y escuché a dos muchachos: ‘Mirá, mirá, ese es Galván…’. Y el otro le contestó: ‘Uy… parece un muñequito’. Yo me reí y seguí de largo”.

Con los defensores rivales no era muy diferente. Galván no impactaba por presencia. “Los zagueros te hablan, tratan de achicarte, pero la mayoría de las veces es pura boquilla. Igual, tenés que andar como la gacela, siempre atento para que no te cacen. De movida, cuando uno entra al área se da cuenta cómo viene la cosa...”.

Efectivamente, Galván era un completo desconocido en su tierra. Jugaba en Concepción Fútbol Club, un equipo mínimo del interior de Tucumán. Los planetas se chocaron en su vida: en 1995 lo dirigió Guillermo César Reynoso, quien fuera dos veces conductor de Emelec. Reynoso, dueño de un ojo clínico para ver jugadores, llevó decenas de muchachos a Ecuador, Colombia, Bolivia, Perú, Chile. Él lo recomendó al Once Caldas.

Tal vez Galván prefiera no recordar ese 1996. Año duro, pródigo en soledad, tacaño en alegrías. El Once Caldas vegetaba de media tabla para abajo y Sergio se hallaba en un limbo futbolístico. El técnico no lo había pedido y casi no lo ponía; venía fin de año, él sabía que finalizaba su préstamo y debía volverse a Tucumán… pero nadie le hablaba. Llegó Navidad y seguía en la indefinición, pasó las fiestas solo y apartado del equipo, el DT ya le había informado que no lo tendría en cuenta. Le pidió si podía seguir entrenando. “Sí, hacé lo que quieras”, le respondió.

“Pero me tocó entrenar solo, separado del resto, mis compañeros en una cancha, yo en otra. Fue feo. Así estuve una semana. Pasó el Año Nuevo y se reanudaba el campeonato. De pronto, me llaman de la secretaría del club un jueves y me dicen que fuera a entrenar con el grupo por la tarde. En la práctica de fútbol me ponen con los titulares, me pareció raro. ‘Vas a jugar el domingo’, me dijo Restrepo. ¿Qué pasó…? Había otros cuatro delanteros, dos habían llegado al límite de amarillas, de los dos restantes uno se lesionó y no tenían a quién poner. Enfrentábamos al Cúcuta y pensaron ‘llamemos a Galván, todavía está acá’. Era por ese domingo nomás. Pero pasó lo que nadie podía imaginar: ganamos 7-0 y marqué los primeros cinco goles. Ahí cambió mi historia. Si hubiese sido un gol no hubiera variado mi situación, dos tampoco, fueron cinco… En la semana me llamaron para decirme que harían uso de la opción de compra de mi pase: 80 000 dólares. Sin embargo, el fútbol y la vida me llevaron al límite”.

El fútbol y la vida le reintegrarían sonrisas por lágrimas: la idolatría en el Once, el título nacional en el 2003, la Libertadores en el 2004, el pase estelar al Metrostars y el rótulo de máximo goleador en la historia del fútbol colombiano con 224 anotaciones. En lo personal, se enamoró de Manizales, de una manizaleña, del Once Caldas, de Colombia…

“De chico era de Boca, como toda mi familia, ahora soy del Once Caldas, mi esposa también, en realidad la hice yo. Mis hijos hinchan por Atlético Nacional, donde también pasé una etapa linda de goles y títulos. Me nacionalicé colombiano antes de irme a Nueva York; amo a Colombia porque llegué sin que nadie me conociera y me dio la posibilidad de desarrollar mi carrera. Mi historia es colombiana. Nunca me sentí discriminado por ser argentino, siempre está eso de que somos agrandados, pero la gente te tiene que conocer, tratar. Justamente lo único que me quedó pendiente es haber jugado en la selección de Colombia, creo que podría haber andado bien en la del profesor (Reinaldo) Rueda”.

A diferencia de una abrumadora mayoría de futbolistas de clase pobre, Sergio proviene de un hogar de profesionales: abogado José, su padre; profesora Victoria Rey, su madre; abogada, médico y procuradora sus hermanos. “Mi papá me compró el pasaje para viajar a Manizales y me dio unos pesos para tener los primeros días. Pero lo más importante que traje fue la ilusión. La ilusión es el motor del éxito. También estaba muy enfocado en cómo lograrlo, sabía que era la oportunidad de mi vida y que dependía de mí alcanzarlo”.

No quiere ser técnico, prefiere la docencia; por ejemplo, entrenar a los delanteros de un equipo, enseñarles los secretos del área, del gol. Le encanta su actual ocupación: comentar fútbol por televisión. Es una revelación en TV. En el campo trataba con delicadeza la pelota, en el set tiene afinidad con el micrófono. No está allí solo por ser un exfutbolista, opina bien, es analítico, criterioso, mesurado, posee un lenguaje apropiado. “En tiempos de coronavirus, las efemérides son oro puro”. Y este 25 de abril se cumplieron diez años del récord goleador de Sergio Galván, aquel que recibieron como a Houseman: “¿Este es el refuerzo del Once Caldas?”. (O)

No quiere ser DT, prefiere la docencia; por ejemplo, entrenar a los delanteros de un equipo, enseñarles los secretos del área, del gol. Le encanta su actual ocupación: comentar fútbol por televisión.

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