El deporte en su perfil universal da cabida a honorables excepciones. El fútbol, en ese infinito camino de largas distancias, otorga espacios a exglorias que con vocación y autopreparación se lanzan a la función de técnico para construir hazañas dirigiendo conjuntos y para afianzarse en el espectro balompédico. En las estadísticas, el 20 % ha flotado y llegado a la cima con ejemplares resultados. Hay nombres recientes como Pep Guardiola, que dirigió al Barcelona, y Zinedine Zidane, que conduce al Real Madrid. Dos ídolos como jugadores, Pep en España y Zinedine en Francia, que se atrevieron después de su retiro a ser estrategas y ambos están hoy en lo más alto de sus capacidades como DT.
En ese camino futbolístico hoy se presenta como técnico, a sus 41 años, otro símbolo y nos referimos a Andrea Pirlo, quien como jugador en Inter, Milán y la Juventus fue un maestro del esférico y reconocido por los críticos a nivel mundial como un mediocampista estelar. Mostró su jerarquía, estilo de juego, inteligencia, liderazgo y poder ganador tanto en sus clubes como defendiendo a Italia. Se alzó con la corona en el Mundial de Alemania 2006. Sus virtudes técnicas, innatas y geniales, aún están presentes en la fanaticada.
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Y por qué nos atrevimos a escribir sobre Pirlo. Por justicia periodística, por su calidad humana, por su gama de referencias técnicas que nos brindó cuando actuaba en la cancha; cuando desequilibraba al rival era todo un genio. En su primera presencia en Ecuador, en el 2017, durante un amistoso su elenco el New York City FC enfrentó al Emelec, como parte de los actos por la remodelación del Capwell, Pirlo mostró su impecable clase robusteciendo el fútbol total. Luego, en el Monumental como invitado en la inolvidable Noche Amarilla, lució la casaca del ídolo Barcelona en el 2019. En ambos escenarios deslumbró por su clase con la número cinco y sobre todo por su humildad de persona dentro y fuera de la cancha.
Hoy ha sido nombrado entrenador del primer plantel de la Juventus. Inmensa responsabilidad es conducir a un conjunto que tiene patente de ser uno de los mejores del mundo y con millones de seguidores dentro y fuera de casa. Siempre aspira a ser campeón en los torneos en los que compite y es una institución que no perdona resultados adversos; su reto: ganar partidos, títulos, acercarse a ser imbatible y lograr la Champions League como lo hizo en 1985 y en 1996. Es su actual obsesión.
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Pirlo, con su característica serena y con sus palabras francas, ha expresado: “Sé a dónde iré con el equipo, cómo manejar situaciones en los camerinos, me cautiva trabajar con jugadores de fuerte temperamento; los funcionales y creativos tendrán mi respeto, la disciplina será ejercida con un manual de conducta. Me fascinan los desafíos que otorga la vida en el campo del deporte y me encanta esta nueva profesión”. Son expresiones que calarán en sus discípulos. El fútbol jamás abandona a sus hijos que quieren llegar al podio y en esta ocasión, Pirlo se conduce con temple a ese enfrentamiento.
No más palabras... (O)