George Capwell era lleno de ideas, entusiasta. Desde que llegó a nuestra ciudad se hizo querer. Fue un promotor tenaz del deporte guayaquileño. Nacido en Nueva York, arribó en 1926 como alto funcionario de la Empresa Eléctrica y se identificó con Emelec. Inmediatamente su amor por el deporte hizo que fuera el gran gestor del impulso deportivo de la ciudad, también su amor por el básquet, la natación, el boxeo y, en especial, el béisbol.
Esa gran obsesión lo llevó a imaginar una obra trascendental, la de construir un estadio, y comenzó con la titánica gestión de conseguir los terrenos. Su personalidad abría cualquier puerta de las autoridades. Se conoce que en 1940, con varios funcionarios de la Empresa, llegaron a conseguir del Municipio el alquiler de cuatro manzanas de terrenos entre las calles Quito, Pío Montúfar, San Martín y General Gómez. La finalidad era construir el primer estadio de béisbol de la ciudad, que en poco tiempo se convirtió en el principal estadio de fútbol de país.
La historia de Emelec en el fútbol antes de su reconocida fundación, el 28 de abril de 1929, tuvo un preludio: los esfuerzos de directivos como Víctor Peñaherrera, Lauro Guerrero, César Alvarado, Julio Mancheno, entre otros que promovieron la Junta General del Deporte, de la Empresa Eléctrica del Ecuador Inc. Se oficializó el nombre de Club Sport Emelec y la sesión la presidió Capwell.
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La junta general de 1940 aprobó las gestiones para conseguir los terrenos. El Municipio de Guayaquil aceptó la petición el 8 de septiembre de 1942 y autorizó arrendarlos, pero ante la insistencia de funcionarios y desde el club se consiguió que el cabildo los donara, acto que se legalizó el 23 de febrero de 1943, con las siguientes condiciones, presentes en la cláusula quinta: a) Que el C. S. Emelec no puede ni enajenar ni gravar los terrenos objetos de la donación; y, en el literal f, que obligaba al C. S. Emelec a no dedicar el terreno donado a otros fines que no fueran las de construcción de su campo deportivo y que edificaciones que se construyeren también tuvieren el carácter deportivo exclusivamente.
Conseguido el primer objetivo, las críticas y la incertidumbre de poder construir un estadio asomaron en varios sectores de la ciudadanía, pero quienes conocían de cerca a Capwell confiaban en que él iba a ser capaz de cumplir su sueño. Luego llegó el diseño que cautivó por el estilo de los tradicionales estadios ingleses. Contenía el sector de la tribuna y palcos sobre la calle San Martín, de hormigón armado y techado, con los pilares metálicos que cruzaban a la vista de los espectadores de ese sector. Las demás instalaciones sobre las otras avenidas tendrían cerramiento de bloques y las tribunas populares, de tablones de madera. Lo que destacaba es que el estadio tendría césped y, sin lugar a dudas, la iluminación artificial, que por sí misma constituía un avance deportivo aquella época.
El presupuesto inicial para la construcción fue de dos millones de sucres, toda una gran cantidad para esos años, que lo fueron consiguiendo con aportes de socios, de la empresa y créditos bancarios.
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Los incrédulos y contradictores levantaron la voz. Que “semejante dispendio económico” y que esos terrenos podían utilizarse en obras que necesitaba la ciudad y no dedicarse a un exótico deseo de construir un diamante de béisbol del norteamericano Capwell. En frente, la valentía de periodistas guayaquileños se hizo presente, como consta en el artículo del reconocido periodista Manuel Chicken Palacios del 3 de mayo de 1943, que decía: “Tanta injusticia nos rodea, tal falta de gratitud con que nos venimos distinguiendo, que esta dejadez general se está haciendo materia apegada a nuestro espíritu. Si de vez en cuando ocurre un hecho de verdadero reconocimiento, lo celebramos desapercibidamente, como quien dice vaya… vaya… está bien. No sucedió nada más, pasado el momento dejamos de un lado toda consecuencia beneficiosa y ejemplarizadora, para seguir en un vivir impávido, sin reaccionar ante injusticias y olvidos”. El artículo se tituló El gringo guayaquileño y fue publicado en el diario El Telégrafo.
La reacción de la sociedad fue positiva. El 24 de julio de 1943, en un evento aplaudido, se realizó la colocación de la primera piedra. En ese acto se conoció que el estadio llevaría el nombre de ‘George Lewis Capwell’, por decisión unánime de los socios del club.
Fue el 21 de octubre de 1945 cuando se inauguró el escenario para 11 000 espectadores, con un partido de béisbol entre Emelec y Oriente. La presión para que el estadio se convirtiera en un escenario de fútbol fue inmediata, tanto así que el 2 de diciembre de 1945 se realizó el primer partido entre Emelec y una selección de jugadores de Manta y Bahía. El estadio estuvo repleto de público. En un emocionante partido ganó Emelec 5-4. El hecho histórico lo sella el primer gol, lo hizo Marino Alcívar, recordado delantero de Emelec.
El estadio se convirtió en la atracción de los escenarios deportivos del país cuando, el 8 de diciembre de 1946, se conoció en los diarios que Emelec cedería a la Federación Deportiva Nacional y a la Federación Deportiva del Guayas el recinto porteño para la realización del Sudamericano de fútbol de 1947. Aquel torneo lo ganó Argentina, equipo que trajo para ese evento una constelación, entre las que figuraron Mario Boyé, Alfredo Di Stéfano, René Pontoni, Ángel Perucca, entre otros.
La historia de este escenario es infinita. Tantos campeonatos obtenidos por el club lo hacen un monumento célebre, un templo donde el emelecismo rinde su culto. Desde ese lejano 1946 de George Capwell hasta estos días, la arena azul se ha reconvertido, con el pasar de los años, en un escenario innovador, moderno, vanguardista, gracias también a la magnífica gestión de Nassib Neme, que lo transformó en una joya del fútbol incrustada en el corazón de Guayaquil.
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Pero esta hermosa historia pudo tener un desenlace infortunado, casi fatídico, si se hubiese concretado ese plan, presentado disimuladamente, para convencer a la comunidad que el estadio Capwell estaba ubicado en una parte central de la ciudad y que podía convertirse en un gran polo de desarrollo comercial. Todo comenzó en 1979, cuando la dictadura militar, por medio del decreto n.° 3136B, autorizaba al Club Sport Emelec a vender en subasta pública. A dicho remate comparecieron como interesados únicos una agrupación de comerciales de la bahía y otros empresarios anónimos, representados por el Dr. Ángel Duarte Valverde, quienes hicieron la oferta de 60 millones de sucres. Cuando todo apuntaba a que en pocos meses el estadio Capwell comenzaría su demolición, sucedió un evento digno de destacarlo.
Gracias a la vigorosa defensa que asumieron varios emelecistas de corazón, de la talla de Ferdinand Hidalgo, Julio Aldaz y, en especial, quien lideró la oposición a tal despropósito, Otón Chávez Pazmiño, con una postura firme, pudieron desbaratar tan nefasto propósito. Ante la presión, los compradores desistieron.
La amenaza se pudo superar y se pudo mantener el legado cultural que representa el estadio Capwell, un aporte arquitectónico de nuestra ciudad. Las cosas trascendentales las hacen personajes que son capaces de cambiar los hechos para convertirse en leyendas. Por eso este homenaje a George Capwell y a Otón Chávez, responsables de que ese monumento del fútbol se mantenga hasta estos días. (O)