Un silencio sepulcral, de los que congelan la sangre, seguido por una atronadora ovación por parte de ambas aficiones sirvió como punto de arranque para una final de la Europa League que ofreció un merecido homenaje a las 22 víctimas del atentado cometido hace un par de días en Mánchester. Después llegó el fútbol, ese generador de pasiones y alegrías que ayuda a digerir el día a día, ese deporte en ocasiones mágico que permite olvidar por un momento la inexplicable capacidad autodestructiva del ser humano.
Sobre el césped del Friends Arena de Estocolmo se presentaron dos equipos absolutamente contrapuestos. La ilusión y el descaro del Ajax de Ámsterdam, conjunto que llevaba 21 años sin disputar una final, contra las urgencias y la sobriedad de un Manchester United que necesitaba llevarse la victoria para dar color a su gris temporada y colarse en la próxima edición de la Champions League. Y eso por no hablar de sus estilos de juego, antagónicos a más no poder. El toque y la valentía de los holandeses frente al fútbol directo y compacto de los ingleses...
Del duelo de estos polos apuestos nació un partido vibrante y competido. Los de Peter Bosz lo intentaron con movimientos rápidos, balones a los costados, asociaciones en tres cuartos y velocidad; los de José Mourinho con balones largos y rápidas contras. Aunque los primeros dominaron la posesión y dejaron los mejores detalles, fueron los segundos los que sacaron mayor rédito a su estrategia durante la primera mitad. Los diablos rojos apenas hicieron concesiones de defensa y en una de sus escasas apariciones ofensivas, su presión provocó un error en el saque de banda neerlandés y un disparo de Paul Pogba que tras tocar en Davinson Sánchez se convirtió en imparable para Onana.
El Manchester United cumple el guión de Mourinho e impone su ley
Si hay un equipo que se siente cómodo en la tesitura de defender y esperar, ése es, sin duda, el United. Por eso, nada cambió con el arranque de la segunda parte. El Ajax mantuvo su empeño en triangular y tocar, pero en la primera acción ofensiva de su rival (minuto 48), recibió otro mazazo. Esta vez vino de una jugada a balón parado, de un córner sacado por Juan Mata, tocado en primera instancia por Chris Smalling y rematado a puerta, de forma acrobática, por el armenio Henrikh Mkhitaryan.
Con el 0-2 y con la sensación de que casi sin despeinarse había dejado la final medio sentenciada, el United reforzó su idea de esperar, esperar y volver a esperar y con ello desesperar a su rival. No es la táctica más vistosa del mundo, pero en cuanto a efectividad, al menos en partidos como éste, no se le puede poner ni un solo pero. Eso sí, el espectáculo puro y duro se resintió notablemente.
Con el paso de los minutos, el Ajax comenzó a sentirse cansado y deprimido y se encomendó a las esporádicas apariciones del eléctrico Bertrand Traore. El burkinés se empeñó en cambiar el guión del choque, pero sus acciones chocaron una y otra vez contra el muro defensivo británico. El hecho de que ni Amin Younes ni Kasper Dolberg supieran cómo echar una mano al africano también contribuyó notablemente a esa sensación de soledad que fue dejando el futbolista cedido por el Chelsea.
Sin apenas ocasiones y con la sensación de que ni en 20 años el Ajax podría derribar el muro levantado por el combinado inglés se fue consumiendo una final carente de brillo y en la que terminó por imponerse el plan perfectamente detallado por José Mourinho. El luso sabía que no podía dejar pasar este último tren rumbo a la Champions y antepuso la consecución de un resultado positivo a cualquier floritura. Un éxito para él, un fracaso para el fútbol...