Hace 10 años, los delanteros Didier Drogba y Omar Bravo se encontraban en la cúspide de sus respectivas carreras. Drogba era una de las piedras angulares del poderoso Chelsea del multimillonario ruso Roman Abramovich. El nacido en Costa de Marfil, que llegó a los Blues en 2004, compartía la cancha con grandes luminarias del futbol internacional de ese entonces como Petr Čech, Frank Lampard, John Terry, Michael Ballack y Arjen Robben.
El marfileño ya tenía dos títulos de La Premier bajo su haber y apenas había logrado el primero de dos campeonatos de goleo. Terminó en 2007 nominado al premio Balón de Oro junto a Kaká, Cristiano Ronaldo y Lionel Messi.
En su respectiva dimensión, Bravo también era una estrella. Tras debutar en 2002 con las Chivas de Guadalajara, ya se había establecido como uno de los referentes de uno de los clubes más populares. Era el heredero la leyenda más grande que ha tenido el Rebaño, Salvador ‘Chava’ Reyes.
El de Los Mochis, Sinaloa eventualmente rebasaría a Reyes para convertirse el máximo goleador en la historia del equipo. En diciembre de 2006, en el torneo Apertura, ayudó al Rebaño quebrar una sequia de títulos de casi 10 años, y para el Clausura 2007 consiguió su primer y único título de goleo.
Pero este sábado, los dos exmundialistas se encontraban lejos del histórico Stamford Bridge y el mítico Estadio Jalisco. Su escenario fue un campo de futbol en un parque público de Irvine, California con gradas portátiles.
Y también estaban alejados del futbol competitivo.
Los dos eran el atractivo especial de un duelo divisional entre el Orange County SC y el Phoenix Rising de la USL, una liga de segunda división en la estructura del futbol estadounidense.
Con el boleto más barato a $10, más 4,000 aficionados, la mejor entrada de la temporada para los locales, se dieron cita en improvisado estadio para ver si Drogba y Bravo aún tenían algo de magia en sus botines.
Las camisas del Chelsea y las Chivas estaban más presentes que las de los equipos que estaban jugando, y todos estaban atentos para ver que hacían cuando tocaban la bola.
Mientras fue obvio que ambos ya no tienen nada substancial para ofrecer en el futbol de paga, el marfileño fue el que más destacó y el pareció disfrutar más.
De inicio, parecía que Drogba solo estaba “cascareando”. Conocido como un imparable depredador del área en sus días de gloria, el jugador de 39 años se encontró en todos los sectores de la cancha tratando de crear jugadas y tomando tiros libres. Cerca del final del primer tiempo hasta intentó un disparo pasado de la media cancha que casi sorprende al portero rival, esto le produjo una picara sonrisa al jugador.
Para la parte complementaria, se aplicó un poco más. Clavado en la punta ayudó a Phoenix meter más presión, pero los balones no le llegaban. Ya con el esférico en sus pies pudo hacer algo. En un tiro libre en tres cuartos de cancha, acertó y el dio el empate a uno a los visitantes en el tiempo de compensación que hizo estallar a gran parte de las tribunas. Celebró el gol con la misma euforia que celebraba sus conquistas en sus épicas noches de la Liga de Campeones.
Bravo por su parte, tuvo una tarde que se pareció mucho al cielo nublado que adornó el cotejo.
A un año de ser traspasado por las Chivas, el nivel del sinaloense de 37 años de edad ha caído dramáticamente. Sus piernas lucen bastante pesadas a la hora de desplazarse. En los desbordes le costó estar a la par del ímpetu de sus jóvenes compañeros. Fueron más las veces que se encontró con las manos en el aire reprochando a alguien por un desacierto que las veces que puso en peligro al arquero del Orange County. En los 90 minutos que jugó su rostro lució más angustia que gusto.
Igual que su accionar del sábado, el futuro de ambos con Phoenix es bastante diferente.
Drogba llegó al desierto como jugador y propietario. El equipo pretende ser uno de los equipos de expansión de la MLS y el marfileño es una parte fundamental de estos planes. Piensa jugar hasta el fin de esta o la próxima temporada para luego tomar un puesto como entrenador o ejecutivo.
Para Bravo las cosas no lucen tan claras. Antes de llegar a Phoenix militaba con los Carolina Railhawks de la NASL, pero debido a un problema personal pidió dejar el conjunto de Carolina del Norte.
Con el Rising, equipo a que llegó en marzo, su panorama se ve complicado. En 12 juegos con los de Arizona, solo lleva un gol y su carta le pertenece a las Chivas. Al seguir estancado en esta infectividad, es muy probable que el equipo no quería adquirirlo.
Si esto pasa, de no retirarse, tratará de seguir jugando con otro equipo profesional al que le pueda interesar el cartel que carga su nombre como máximo anotador en la historia de Chivas y no por su talento.