La semana pasada ha revelado tres amenazas extradeportivas al fútbol, aunque de distinto calibre: ISIS ha manifestado que tiene como objetivo atentar en el Mundial de Rusia 2018; la Liga Española podría sufrir las posibles consecuencias del separatismo catalán; y Alianza Lima, en una nota medio pintoresca, se enfrenta a la ambición de la Iglesia Cristiana Mundial El Aposento.
El primero es, evidentemente, el caso más grave. Desde hace más de una década los grandes eventos deportivos extreman los protocolos de seguridad, pero la situación se agrava en Rusia por varios factores: la proximidad geográfica (en Brasil 2014 no se padeció ese tipo de susto); el papel activo del gobierno de Putin en Siria; la compleja relación de Rusia con las otrora repúblicas soviéticas de mayoría musulmana (Chechenia); y el control político de los millones de nativos sunitas. Los incidentes terroristas que castigan a Rusia no son pocos, aunque no son tan publicitados en la prensa occidental; cada año, desde la década del 90, mueren anualmente varias decenas de ciudadanos en ataques a servicios públicos como metros y aeropuertos. Aunque Rusia cuenta con una capacidad organizativa enorme y el liderazgo de un ex KGB en el Kremlin, la copa del 2018 será un reto por atención mediática, impacto económico y flujo turístico, un escenario idóneo para la fiesta pero también para el terrorismo internacional.
El independentismo catalán es un problema autoinfligido. Más allá de lo que cada quien piense respecto al derecho de un Estado a mantener su integridad territorial, lo cierto en términos futbolísticos es que una liga española sin el Barcelona sería tristísima. El clásico ante el Real Madrid ha sido una prueba perfecta de cómo una rivalidad deportiva mejora a los contendientes al punto de crear una necesidad mutua. Un Barcelona reducido a la minúscula liga catalana lo convertiría en un club irrelevante. Creer que ese lugar se puede mantener disputando clásicos contra el Espanyol o el Girona revela ingenuidad o estupidez, los mismos ingredientes que se necesitan para creer que los azulgrana podrían insertarse en el torneo nacional que escojan. Como si fuera un simple derivado de la crisis nacional, la posible exclusión del Barcelona de la Liga tiene como única consecuencia perjudicar a ambas partes.
La confrontación entre la iglesia evangélica de Alberto Santana y Alianza Lima es solo un síntoma de la precariedad institucional de nuestro país. Es difícil encontrar una asociación deportiva más beneficiada por las dádivas presidenciales como el club de La Victoria, que ha recibido donaciones de terrenos desde Velasco hasta García, eso sin contar con una tolerancia histórica a las deudas tributarias y la vista gorda ante los malos manejos. No ha habido exclusividad en este privilegio, pues se podría hacer un paralelismo casi perfecto con lo que ha ocurrido con la ‘U’ y no quedaría claro, luego de la comparación, quién recibió más y quién desperdició menos. Hay una capa que hace más enrevesado este entuerto, la legal, vista la incertidumbre entre posesionarios y propietarios, entre compradores y vendedores. Si alguna moraleja se debe extraer de este lío es que el momento de la selección no se condice con la realidad de nuestro sistema futbolístico.