Luis Chiriboga Acosta y su hijo José Luis eran socios en el negocio del fútbol. El primero era el propietario absoluto del balompié nacional, como presidente de la FEF, y el otro era representante de jugadores. Para la inmensa mayoría de los aficionados nacionales, esta dualidad era sospechosa y chocaba con la ética, esa palabra desconocida en algunos negocios futboleros. En la máxima entidad del balompié ecuatoriano nadie sabía nada, una inocencia en la que nadie creía ni cree hoy.
Pero el silencio, compadre del encubrimiento y la impunidad, fue siempre total. No convenía hablar en voz alta ni al oído porque se corría el peligro de perder privilegios, viajes con la familia a los torneos internacionales, jugosos viáticos, regalos lujosos y turismo gratuito.
La mayoría del periodismo acompañó con un mutismo cómplice todo el proceso que duró 18 años, pues tampoco quería privarse de lo que el propio Luis Chiriboga llamó “favores logísticos”. Hubo algunas voces disidentes desde que se llevó a una tropa de invitados a la Copa América de Asunción en 1999. Cuando Diario EL UNIVERSO pidió explicaciones sobre el injustificado derroche de los dineros institucionales, Chiriboga respondió que él hacía lo que le daba la gana con los fondos federativos. Estaba consciente de que había creado un costoso paraguas mediático al que alguien denominó “círculo rosa de la FEF”, de cuya ominosa membresía se ufanaban algunos desvergonzados.
Desde aquel 1999 Mauro Velásquez Villacís, por años la voz más respetada del comentario deportivo, empezó a denunciar las iniquidades que se cometían en la Federación. Él fue el primer fiscal que alertó a todos sobre el autoritarismo con que se manejaba la entidad, hasta que una penosa enfermedad apagó su voz valiente. Chiriboga vetó su credencial al Mundial 2002, tal como nos contó Mauro en Nueva York en una visita que hizo a El Diario La Prensa, donde laboraba este columnista. En vía contraria, un ‘analista’ prometió en su programa radial al entonces presidente de Ecuafútbol que iba a luchar porque se erija un monumento a quien hoy cumple una condena de diez años de prisión en su propia casa.
La polémica relación padre-hijo empezó a ser criticada en el 2011. La constante presencia del precoz José Luis –ya convertido en agente con licencia FIFA– en entrenamientos, hoteles y viajes de la Selección fue advertida por el periodismo no comprometido y se lo sindicó de usar su parentesco para influir en convocatorias, sobre todo en la Copa América de ese año.
En 2014, Joffre Guerrón lanzó una bomba que hizo temblar la estructura de nuestro fútbol, menos en el seno del directorio de la FEF. Dinamita contó: “Como lo dijo un día claramente el ingeniero Luis Chiriboga, que si yo no firmaba una carta de representación con ellos, con él y con el hijo (José Luis), pues que yo me olvidara de lo que es la Selección”. Guerrón reclamó un día al entonces DT Reinaldo Rueda por su exclusión y el colombiano, según el jugador, respondió: “No entiendo. Yo doy una lista en la que estaba usted y después asoma que no está”. El tema era muy claro.
En el juicio que se sigue en Estados Unidos por corrupción contra varios exdirigentes de la Conmebol, entre los que está Luis Chiriboga, uno de los encargados del pago de los sobornos, Fernando Peña –“cajero” de los Jinkis que esperan en Buenos Aires el fin de un proceso de extradición–, reveló que Full Play (la concesionaria de los partidos de la Tricolor) pagó $ 2,8 millones a Luis Chiriboga, en una cuenta de su hijo José Luis en el Biscayne Bank, simulando un contrato de consultoría inexistente. El propio José Luis ya confesó que en realidad recibió ese dinero, que su cuenta fue luego cerrada y que abrió otras en los bancos Chase y HSBC, en las que siguió receptando sobornos.
Uno de los datos aportados por el afortunado agente, cuyos jugadores estaban siempre nominados a la Selección, establece que su padre le había contado que el expresidente de la Conmebol, Juan Ángel Napout, mandaba a Buenos Aires a su chofer a recoger los sobornos que pagaba la empresa Full Play. ¿Qué dirán hoy los dirigentes de la FEF que fueron parte del mandato de Chiriboga y que fingen no haber sabido nada del lodazal en que nadaban felices?
En todo el mundo, después de los procesos iniciados en EE.UU. gracias a la exfiscal de ese país Loretta Lynch, existe una percepción irrebatible: los acuerdos de cesión de los derechos de transmisión de las Copas internacionales no tienen ningún signo de filantropía. En nuestro país, ninguna autoridad gubernamental ni de la Asamblea se ha animado a revisar el contrato entre GolTV, la empresa del controvertido Paco Casal, y la FEF. El actual presidente de este organismo dijo que el convenio tiene cláusulas ‘confidenciales’ y que dará ingresos que solucionarán todas las penurias de los clubes. Es lo mismo que dijo Luis Chiriboga cuando intentó crear el Canal del Fútbol en sociedad con los hoy perseguidos Hugo y Mariano Jinkis, pacto que no se concretó por la intervención del entonces diputado Ernesto Valle y Fernando Gutiérrez, exdefensor del Pueblo.
Los mismos argumentos de Chiriboga para entregarlos al anterior gobierno, arrebatándoselos a los equipos que hoy luchan para que les paguen. Otra vez hay que agradecer a la justicia de EE.UU. por descubrir los misterios de la corrupción en nuestro fútbol, tan leal y celosamente guardados por dirigentes y ‘periodistas’ subordinados. (O)
¿Qué dirán los dirigentes de la FEF que fueron parte de la era Chiriboga, propietario absoluto del balompié nacional, y que fingen no haber sabido nada del lodazal en que nadaban felices?