El pueblo mágico de Real del Monte, situado en la zona minera del estado de Hidalgo y con poco menos de 12 mil habitantes, es el lugar donde por primera vez en México se jugó al 'Foot-Ball', hace casi 115 años.
I
El ruido de los motores ha silenciado el grito de gol. Los camiones y combis que trasladan a los oriundos de Real del Monte ocupan el terreno que en 1902 era una cancha de futbol.
Del botar de la pelota de cuero que pateaban los Jenkin, Pratt, Bennets, entre otros, sólo queda un triste muro con la leyenda “Aquí se jugó por primera vez al foot-ball en México".
El deporte creado en Inglaterra llegó al continente americano con la Revolución Industrial que Porfirio Díaz trajo desde Europa. Carlos Ramírez dice en su libro 11 décadas de fútbol mexicano que “llegaron con un balón bajo un brazo y un libro de reglas del Football Asociation bajo el otro”.
En Real del Monte, los lugareños se sienten orgullosos de su herencia inglesa. Unos cuantos mantienen su apellido y otros tantos, si no es que los más, disfrutan de jugar al futbol en pequeñas canchas de cemento o de tierra; al fin y al cabo, el terreno no importa porque presumen que, entre la montaña, el futbol nació en un lugar cerca del cielo.
II
Una cancha de tierra se convierte en el Estadio Hidalgo. Niños de 10 años, con uniforme azul turquesa, sueñan con algún día anotar goles como Lionel Messi; los del equipo contrario, vestidos un tono más fuerte de azul, anhelan ser como Cristiano Ronaldo. La globalización ha llevado el ‘Clásico del Mundo’ hasta el pequeño pueblo de la montaña hildaguense.
Las risas no paran. Los gritos son para pedir la pelota, no se reprochan nada entre ellos, ni siquiera cuando el rival logra anotarles un gol.
Termina el partido, no importa quién es el ganador. Los pequeños soñadores se dan la mano y un abrazo, luego se sientan a tomar refresco. Pelear por la pelota es su curiosa forma de tener amigos.
Llegan los equipos para el siguiente partido; los que ya jugaron se sienta a un lado de la cancha para seguir disfrutando del futbol.
III
La vida nocturna de Real del Monte es igual de pasiva que durante las mañanas. Realmente son pocos los jóvenes que salen de fiesta, aun cuando es viernes.
Los muchachos prefieren ir a los antros de Pachuca, mientras que los adultos pachuqueños prefieren ir a Real del Monte.
Uno de los lugares más conocidos es la Cantina de Don Chalío. Él, de quien cuentan que era uno de los habitantes más queridos del pueblo, falleció hace apenas unos meses.
Suena “Vete ya” de Valentín Elizalde. En la barra de madera atienden dos personas. El techo revela lo longevo del lugar y, aunque hay lámparas para mejorar la iluminación, de éste cuelgan candelabros que dan el toque nostálgico.
“Hace poco le dieron su mano de gato”, me explica un lugareño que está sobre el piso de loseta amarilla con vivos blancos. “Con todo y eso, no es igual desde que falleció Chalío”.
Una pareja pide caballitos de tequila, pero el verdadero éxito del lugar son las cubetas de seis cervezas.
Un caballero se acerca y me pide un cigarro. Le obsequio uno para él y uno para su acompañante, más adelante él regresa el favor con comida.
“Vecino”, gritan para llamar mi atención. “¿Son de aquí?”, a lo que respondo negando con la cabeza. Acto seguido piden un plato, colocan cuatro tortillas y me las llevan a la mesa.
“Son chalupitas. Si no vienen seguido, no se pueden ir sin probarlas”. Agradezco el gesto y me llevo esa combinación de tortilla, papa, pollo y salsa verde a la boca.
Entonces, Ricardo y Ceci se presentan y nos piden pasarnos a su mesa para platicar.
Ricardo llama al mesero con una seña.
“Dame otras dos rondas de tequila y pon esas canciones que me gustan, ya sabes, Juan Gabriel, ‘El Buki’, Vicente Fernández”, ordena.
IV
Ricardo y Ceci se conocieron en la universidad. Él era profesor y ella alumna. La vida los llevó por diferentes caminos y luego se encargó de juntarlos de nuevo.
Ella llegó a la Bombonera de Argentina, él al Santiago Bernabéu de España. Ambos estadios, ambos lugares para vivir el futbol, pero cada uno con diferentes maneras de hacerlo, tal como Ricardo y Ceci. Él se dice una persona tranquila y ella no teme mencionar que es una persona arriesgada.
“Me fui de intercambio a Argentina. Allá viví con una amiga argentina, una colombiana y otra mexicana. Un día se nos ocurrió ir a ver un Boca contra River, fue la peor decisión de mi vida”, asegura Ceci.
Cuenta que, como muchos suelen decirlo, el estadio de Boca no tiembla, late.
Aquella ocasión los ‘Bosteros’ perdieron el Súper Clásico y ellas salieron corriendo del lugar 10 minutos antes de que terminara el partido.
“La 12 comenzó a soltar chingadazos a diestra y siniestra… y mira que ni llevábamos playera de ningún equipo”, recuerda.
Ricardo fue presidente del Partido Revolucionario Institucional en Hidalgo y tiene una maestría en Administración de Gerencia Pública por el Instituto Nacional de Administración Pública, realizado en la Universidad de Alcalá de Henares; además es Doctor por la Universidad Complutense de Madrid. Cuando era estudiante conoció el Bernabéu.
“Soy más de jugar que de ver futbol. Pero no podía desaprovechar la oportunidad de ir a ver al Real Madrid”, concluye su anécdota. Pide un caballito más de tequila y cambia la conversación. “Cuando fue mi alumna esta vieja me hizo como quiso y hoy es mi adoración, quién lo diría”.
Ricardo pide la cuenta, le da un beso a su mujer, la toma de la mano y se van de regreso a Pachuca.
V
El Panteón Inglés es grotesco. Da miedo, pero es sumamente estético. El gélido viento golpea tu cara al compás de las leyendas de quienes ahí están enterrados.
Su sendero te lleva alrededor de las tumbas que están viendo en dirección a Inglaterra y con la espalda hacía la cancha donde alguna vez los mineros provenientes de Cornwall jugaron al futbol; sólo uno de esos sepulcros no mira hacía su patria, ahí yacen los restos del payaso Ricardo Bell, quien fracasó en Inglaterra, pero triunfó en México. Antes de morir, pidió que su tumba no le diera la espalda a nuestra nación, pues fue el país que le dio todo.
En este panteón hay 700 fosas, unas con hermosos mausoleos, algunas de masones y otras tantas sólo son un cúmulo de rocas, dejando ver la diferencia económica de los ingleses que llegaron a México.
No debería de sorprender si por las noches la tranquilidad del lugar se cambia por gritos de gol, pues los Jenkin, los Pratt y los Bennet, quienes jugaron el primer partido de la Liga Mexicana, descansan ahí.
VI
Parte del encanto de Real del Monte reside en sus minas que, aunque ya no son explotadas, siguen siendo parte del horizonte. Este pueblo mágico, no niega su esencia.
La Mina de Acosta fue trabajada hasta 1985; hoy es un museo en el que permiten la entrada al lugar de extracción, al menos al primer nivel, situado a 120 metros de profundidad y con aproximadamente un kilómetro de extensión.
Los mineros que participaron en la última etapa de explotación de oro y plata ahora son guías de turistas.
En la industria se les conoce como ‘Barra’ a los trabajadores jubilados que tienen a su disposición una cuadrilla de empleados con diferentes oficios. Un ‘barrita’ es aquel que aprendió diversos oficios, y así apodaban al ex minero que nos acompaña en el recorrido.
Aunque ningún minero de Acosta participó en aquel primer partido de la historia del futbol mexicano, los trabajadores sí se divertían con la pelota.
“Esta mina es más joven que las demás, no hay registro de algún minero que haya jugado a principios del siglo XX, pero nosotros cuando acababan los turnos nos íbamos a echar patada, o en el día de descanso”, comparte el ‘Barrita’. “Algunos jugaban a veces contra equipos de otras compañías mineras”.
VII
El camión pasa frente a la entrada de Real del Monte. Tomo su mano y la miro a los ojos.
“Pase lo que pase, siempre vamos a tener un lugarcito especial cerca del cielo”, le digo. El mismo lugarcito cerca del cielo en el que nació el futbol.