El Fútbol Club Barcelona recibió de la UEFA 58,6 millones de dólares por ganar la Liga de Campeones de Europa en junio. La Conmebol le pagará a River Plate, en total, 5,1 millones por su flamante conquista de la Copa Libertadores. Once veces y media menos. Las diferencias económicas son abismales; las futbolísticas también. Tenemos el campeón que podemos. Que ahora no es el mejor sino el menos malo. Nuestro sempiterno tercermundismo nos condena a la consuetudinaria mediocridad. La rueda es muy triste: producimos los mejores futbolistas del mundo, los exportamos a precios miserables a Europa, jugamos con los menos buenos y luego miramos por televisión a los de allá. Y nos contentamos con la chiquita: que los jugadores sudamericanos hagan un gol o sean la figura en el Barcelona, el Bayern Munich, el Arsenal o la Juventus. Mientras, nuestros torneos languidecen.
El público de River le dio visos de epopeya a esta conquista de la Copa. Está bien, se entiende la euforia. Hasta hace tres años jugaba en la “B” y era blanco de todas las burlas. Hoy es campeón de la Libertadores, la Sudamericana y la Recopa. Le ha doblado el pulso a Boca, se ha recuperado económicamente, tiene un presidente ejemplar, un técnico admirable, 123.000 socios. Ha vuelto a ser. Y esta Libertadores recupera todo el orgullo de su gente. Se justifica la euforia.
También le cabe el rótulo de campeón de este tiempo. Es decir un campeón futbolísticamente modesto, por ser respetuoso de su alegría. Un equipo que hizo de la lucha un estandarte y del golpe un sistema. Por primera vez en la historia de la Copa un participante accede a octavos de final con una sola victoria. Y luego sale campeón. Es la Copa y el fútbol que tenemos en América del Sur.
El éxodo eterno de futbolistas ha traído aparejada la mediocrización de los torneos nacionales e internacionales en Sudamérica. De allí que surjan estos campeones discretos como San Lorenzo, River, Atlético Mineiro que ningún hincha neutral recordará como expresión futbolística grata. Antes, ganar la Copa era una proeza. Ricardo Bochini, amigo e iluminador, nos confiaba una verdad del tamaño de Groenlandia: “River enfrentó en cuartos de final a Cruzeiro, que no tiene ningún jugador en la Selección Brasileña; Estudiantes le ganó en 2009 la final a un Cruzeiro que tampoco tenía seleccionados. Nosotros (por Independiente) los eliminamos en semifinales en 1975 y jugaban Raúl, Nelinho, Vanderlei, Wilson Piazza, Dirceu Lopes, Roberto Batata, Palhinha y Joaozinho. Ocho seleccionados. Y para el año siguiente sumó a Jairzinho… Antes, todos los cracks se quedaban acá, por eso era más difícil ganar la Copa”. Le faltó agregar que tenía ocho seleccionados en aquella época brillante de la Selección de Brasil.
River duplicó con sus recaudaciones los premios que le pagará la Conmebol. El único lugar del mundo donde importan más las taquillas que los ingresos por la televisación es en Sudamérica. Estos son magros porque hay que darle de ganar a las empresas que se enriquecen con los derechos y a los directivos que cobran coimas por ceder esos derechos a costo ínfimo. No es que seamos tan pobres, hay demasiada corrupción. Además de una demostración de grandeza, River da un ejemplo de que con una dirigencia sana, responsable y creativa, es posible el éxito, deportivo y económico en nuestros países. En sólo un año y medio pasó del descenso y la asfixia económica a este presente próspero y feliz.
También contó con un entrenador inteligente y con reflejos como Marcelo Gallardo y un grupo de gladiadores dispuesto a dejar la sangre por conseguir el objetivo. El fútbol no es técnica sola. Seguramente Tigres de Monterrey posee un juego más estético que River, más vistoso. Pero careció de otros factores gravitantes, sobre todo espirituales. Le sobraron millones, le faltó mística, factor decisivo para acceder a la gloria. Para disputar la semifinal y final, Tigres gastó 18 millones de dólares en refuerzos. Pero no mostró rebeldía. Cuando igualaron 0 a 0 en Monterrey apenas inquietó al excelente arquero Barovero. Pudo no haber sido su mejor noche, sin embargo en Buenos Aires directamente flaqueó en lo anímico. Remató una sola vez al arco rival. Lo reconoció con crudeza el propio zaguero José Rivas: "Nos faltó más garra, perdón por la palabra, faltaron más huevos". Ovaciones, diario deportivo mexicano, aplicó un calificativo fuerte: “Fueron gatitos”. Y todos los demás titularon igual: “Faltó garra”. Cuando la técnica no alcanza, se precisa más actitud. No tuvo fuego sagrado Tigres.
Cuatro veces se toparon River y Tigres en la competencia, fueron tres empates y este último triunfo millonario por 3 a 0. Queda claro que al cuadro mexicano no le daba para superar a River. En la antípoda, a River le sobró fibra, ambición. El jugador argentino juega como un hincha; es un valor agregado que termina inclinando la balanza. El tema es si se hace dentro del reglamento.
“Sabemos jugar estos partidos”, dijo el centrocampista millonario Leonardo Ponzio. Es cierto. También les permitieron usar el hacha a discreción. Que este River no haya tenido ningún expulsado en 14 partidos de Copa es para el Guiness. Recibió una roja Mercado, pero después de terminado el juego frente a Tigres en la fase de grupos. Ha tenido suerte con los jueces. Ni qué decir en la final. El árbitro uruguayo Darío Ubriaco llevaba tres meses sin dirigir un partido. Ni siquiera fue elegido para la Copa América. De pronto aparece en el partido cumbre de la Libertadores. Como mínimo, extraño. En el minuto 8 Lucas Alario aplicó un planchazo terrible a Guido Pizarro en el pie. Era expulsión clara. Ubriaco le mostró una amarilla sugestiva. A los 31’, otra entrada fuertísima de Alario sobre el arquero Guzmán. Nada. Y a los 45’ gol de River, Alario. Como esas hubo varias. No tuvo el juez el grado de acierto que requiere una final. Ubriaco es el mismo que condujo la final entre River y Nacional de Medellín en diciembre por la Sudamericana. Otra coincidencia... Es un hombre pesado y sigue el juego desde 40 metros, exactamente lo contraindicado por FIFA. Pero va a dirigir en la Eliminatoria, debemos estar muy atentos.
Hay que saber ser campeón, y River supo. Pero nunca fue tan fácil ganar la Copa como ahora. Basta intentarlo con determinación. Suele alcanzar.