EDITORIAL
Cuando Leo Messi debutó con el Barcelona, el 16 de octubre de 2004 ante el Espanyol, el cuadro azulgrana apenas tenía una sola Copa de Europa en sus vitrinas. La llamaban 'la Copa de Europa', sola como estaba en el Museu. Catorce años más tarde el Barcelona es el tercer equipo -junto con Liverpool y Bayern- con más coronas europeas y uno de los rivales a batir temporada tras temporada a pesar de haber ganado un solo título en los últimos seis años. Se fueron Carles Puyol y Xavi Hernàndez y otros como Andrés Iniesta están a punto de hacerlo. Sin embargo, el barcelonismo tiene la certidumbre que el ciclo ganador más importante de su historia se alargará lo que quiera el rosarino.
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No en vano es el jugador con más títulos de la historia del Barcelona con treinta, un mérito que comparte con Iniesta. Sin embargo, el manchego tiene resuelto abandonar la disciplina azulgrana al término de la presente temporada lo cual permitirá al rosarino heredar los galones como primer capitán y además convertirse en el jugador más galardonado de la centenaria trayectoria del club azulgrana por poco que gane a partir del próximo 1 de julio y hasta el 30 de junio de 2021, cuando vencerá la renovación que firmó en noviembre. Hasta la fecha la presencia de Messi le garantiza al Barcelona una media de más de dos títulos por temporada, y ello sin apuntarle todavía la novena Liga que levantará dentro de pocos días salvo improbable descalabro y lo que pueda acontecer el sábado en la final de Copa frente al Sevilla.
Pocos nombres han influido como Messi en el devenir deportivo del club. De alguna manera, donde Johan Cruyff sentó unas bases como entrenador para que luego Pep Guardiola rizara el rizo también desde el banquillo, ha sido el rosarino el auténtico factor diferencial de un equipo que le ha entendido y mimado desde sus más tiernos inicios, cuando era un chaval al que se le caía la baba entrenando junto a Ronaldinho Gaucho cada mañana siendo todavía menor de edad. El Barcelona siempre supo que el talento del argentino encerraba mucho más que su mero talento y Guardiola no dudó ni un segundo en enseñarle la puerta de salida al brasileño y darle su 'diez' a Messi apenas tomó posesión del banquillo barcelonista. Resultó que el hoy entrenador del Manchester City tenía un plan.
El plan era tan 'sencillo' como darle el balón a Messi. Para ello Guardiola le rodeó de un ecosistema en el que se sintiera lo más cómodo posible, que le entendiera y fuera capaz de descifrar el fútbol tal y como lo ve el rosarino: en una millonésima de segundo en la que hay que jugar rápido y fácil, algo en realidad complicadísimo excepto para un Messi que desde los doce años se acostumbró a poner su calidad al servicio del equipo. Todos los entrenadores que han seguido al de Santpedor han sabido que su éxito y el del Barcelona dependían de su capacidad para enganchar al rosarino, al que no le gusta perder ni en la PlayStation.
Naturalmente ha habido decepciones. Quizá la reciente eliminación a manos de la Roma suponga un revés a la altura de la lesión de Asier Del Horno que le impidió jugar la final de la Champions League de 2006. Por suerte, tendría ocasiones de sobras para resarcirse. Con él el Barcelona ha disputado 31 finales y solo ha perdido 10, una estadística que da buena cuenta de la ascendencia de Messi en el destino del Barcelona, dos historias que se cruzaron para ir de la mano por siempre jamás.