Hugo Sconochini, Emanuel Ginóbili, Juan Ignacio Sánchez y Andrés Nocioni son únicos en la historia del básquetbol argentino. No sólo porque son parte de la Generación Dorada que cambió para siempre al deporte de la pelota naranja. Ellos son los únicos nacidos en suelo albiceleste que, además de haberse colgado una medalla de oro olímpica y haber vencido al Dream Team, levantaron alguna vez el trofeo más prestigioso por equipos fuera de la NBA: la Euroliga. Esta tarde, sin embargo, ese logro puede quedar “opacado” por Facundo Campazzo, que irá en busca de su segunda consagración en este certamen. Lo hará desde las 15 de Argentina, cuando su equipo, el Real Madrid, enfrente al defensor del título, el Fenerbahce turco, en la final de la Final Four de Belgrado.
Que el base, sin haber sido parte de la camada más gloriosa del baloncesto argentino, esté a las puertas del bicampeonato internacional, no hace más que dar cuenta de algo indiscutible: que -tras los retiros de Manu y Chapu- es el líder del equipo nacional junto a Luis Scola. Y eso va más allá del resultado de hoy.
Porque el 7 bravo de Argentina (en el Madrid usa la camiseta número 11) supo hacerse su lugar en la élite internacional, al que no llegó sin esfuerzo, paciencia y trabajo de hormiga. Desde su metro y 79 centímetros, no cuesta demasiado entender las dificultades por las que pasó como un petiso con sueños de aro a 3,05 metros del piso. Pero el talento y una inquebrantable voluntad -porque no son pocos los que tienen la mano pero no la cabeza para soportar las tormentas- superaron a cada prejuicio que apareció en el camino.
En su primer festejo en la Euroliga, en 2015, fue más un extra que un actor de reparto. Aquella temporada -su debut en el plano internacional tras dejar Peñarol de Mar del Plata-, con suerte sumaba 10 minutos en cancha; era el tercer base del equipo y en la Final Four ni siquiera entró. Sin embargo, el recuerdo es muy especial. “Pese a no haber jugado mucho aquel torneo, lo disfruté y festejé como si lo hubiera hecho”, rememoraba en las horas previas a la final con Fenerbahce.
El cordobés asiste. Acaba de volver de una lesión en la rodilla izquierda que lo tuvo un mes afuera. (REUTERS)
Como prefirió ser cabeza de ratón a cola de león, pasó a préstamo a la Universidad de Murcia, donde jugó dos temporadas y demostró que tenía las condiciones para competir en Europa: pasó a jugar a un ritmo de casi 30 minutos por encuentro y a promediar casi 15 puntos y 6 asistencias. Además, los conejos que sacaba de la galera -marca registrada de su estilo desfachatado- lo hacían aparecer continuamente en los resúmenes con lo mejor de la Liga ACB.
Al cabo, en Madrid se convencieron. Eléctrico, amante de los riesgos -lo que muchas veces hace poner los pelos de punta a propios- y desde 2017 también con pasaporte comunitario, era la hora de probar que su etapa de crecimiento estaba cumplido. Volvió al equipo blanco y el entrenador, Pablo Laso, le dio las llaves de la conducción del equipo. Sin ser la figura principal -lugar que inequívocamente le corresponde al joven esloveno Luka Doncic, candidato a ser seleccionado en las primeras posiciones del próximo draft de la NBA-, Campazzo se estableció como uno de los bases top del continente.
Y otra vez tuvo que remarla: llegó a ser el hombre de la liga española con más partidos en esta temporada entre compromisos locales e internacionales, pero su físico dijo basta en uno de los momentos más inoportunos, cuando estaban por empezar los cruces mano a mano de Euroliga, en marzo.
Fue operado de una lesión condral en la rodilla izquierda y se estableció un plazo de recuperación de un mes. “Llega muy justo, pero si tiene que jugar lo va a hacer”, dijo Laso sin titubeos. El viernes estuvo 5 minutos en la semifinal ante CSKA Moscú. Hoy querrá más. Querrá la gloria entera.