Nacido el 6 de diciembre de 1937, en el puerto de Ancón, de madre guayaquileña y padre de la isla de Barbados, antigüa colonia británica, a Alberto Spencer Herrera le encantó el fútbol y lo practicó desde muy niño. Jugaba desde joven en el Club Andes de Santa Elena; todos sus hermanos –entre los que figuraban Jorge y Marcos, este último llegó a ser jugador del Everest y seleccionado nacional en el Sudamericano de 1949– también practicaban ese deporte.
El destino protege a los héroes y Spencer tenía su destino marcado. Por ejemplo, como cuando jovencito, de la mano de su hermano mayor Marcos, viajó para que se probara en el Everest de Guayaquil. Se comenta que sus primeras prácticas fueron poco convincentes y que decidió regresar decepcionado; el sueño de ser futbolista, en pocos días, se estaba desvaneciendo. Pero fue tal la insistencia de Marcos, quien lo animó a persistir en el propósito, y Alberto aceptó. Y como por obra y gracia del destino estuvo inspirado en la que era su última prueba y fichó para el Círculo Deportivo Everest.
Ya en los primeros años su fama de goleador era conocida por todos los equipos del país, que lo buscaban como refuerzo para partidos amistosos internacionales. De Quito, Ambato, Riobamba, Machala, Manta, Milagro, y de todos los equipos de Guayaquil querían su presencia.
Se dice que el árbitro italiano Diego di Leo, que en 1948 emigró a Argentina donde dirigió, como hizo en su país, también fue juez en la Liga Profesional de Colombia, que estaba formándose por esos días. Allá fue contratado y el italiano arbitró algunos amistosos entre equipos ecuatorianos y colombianos, y fue él quien hizo el comentario: “Hay en Ecuador, donde he dirigido algunos partidos en que jugaba el Everest de la ciudad de Guayaquil, un negro, que por lo que he visto, juraría es el más grande centrodelantero del mundo. Recuerdo que se llama Spencer, Alberto Spencer”.
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Esta frase del referí italiano Di Leo, que era premonitoria, con el pasar de los años se hizo realidad.
La historia de nuestro querido Alberto Spencer Herrera está plasmada en muchísimos libros, que elogian el gran nivel de futbolista, su gran personalidad y don de gentes fuera de la cancha. El libro de oro de Peñarol, La historia de Peñarol, de Luciano Álvarez; Dos palabras para el gol, de Nilo J. Suburu; la columna ‘La leyenda de Cabeza Mágica’, del historiador Ricardo Vasconcellos Rosado; ‘Peñarol en la Libertadores, pionera de América’, de Jorge Barraza, que el capítulo dedicado a Spencer lo tituló ‘Le dio nombre y apellido al gol’. La reconocida revista argentina El Gráfico le dedicó un artículo emocionante, escrito por Juvenal, titulado ‘El hombre que ganó la Copa’, refiriéndose a la espectacular remontada del Peñarol contra el River Plate, en la final de la Libertadores de 1966, jugada en Santiago de Chile, con una exuberante actuación de nuestro compatriota Spencer.
También la revista francesa Miroir du football, en un artículo de Francois Thebaud, sentenció así: “Es el único jugador que me hace recordar, por sus cualidades y su estilo, al formidable Pelé”. Y en el libro El fútbol ecuatoriano y su selección nacional, su autor Mauro Velásquez Villacís hace una amplia reseña de Spencer, titulándola ‘El hombre del gol importante’.
Spencer fue un afamado futbolista que labró su destino con goles claves. No existe un dato preciso de cuántos hizo, pero se estima que fueron más de 600. Spencer recalcaba siempre que sus goles favoritos fueron contra River Plate en la final de la Libertadores de 1966, que les permitió jugar la final de la Intercontinental, ganándole a Real Madrid en dos partidos por el mismo resultado de 2-0, donde Spencer fue figura, anotando tres de los cuatro goles. Él, en su legítimo derecho, escogió esos goles por lo que le significaron en la madurez de su carrera.
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Hace pocos días invité al periodista Alberto Sánchez Varas, reconocido historiador, y le consulté sobre dos goles que cambiaron la vida de Spencer y le sugerí recordarlos. Me refiero al primer gol que se convirtió en el estadio Modelo de Guayaquil, que ahora lleva su nombre, el 24 de julio de 1959 por la inauguración del escenario. El joven Spencer reforzó al Barcelona, en el cuadrangular que también participaron Huracán de Buenos Aires, Peñarol y Emelec; el primer tanto fue contra Huracán, cuando remató sorpresivamente con la pierna izquierda, venciendo al portero Walter Taibo. En ese partido se produjo un evento que permitió que el destino hiciera lo suyo.
Ocurre que el DT de Peñarol, Hugo Bagnulo, observó el partido preliminar y se quedó sorprendido y les contó a sus dirigidos: “Vi un negro que salta bárbaro, cabecea como si saludara a la bandera”. Dos días después, en el partido jugado el 26 de julio de 1959 contra el Peñarol de Bagnulo, Spencer convirtió el gol que el destino le tenía reservado. El juego fue intenso y terminó empatado a 3. Ahí Alberto selló su futuro, haciendo un gol simplemente espectacular, que le pedí a Alberto Sánchez lo describiera y esto fue lo que me comentó: “Spencer recibió la bola después de un saque de banda corto, recostado sobre el lado derecho, en el sector norte del estadio, en donde está el arco que da sobre el cuartel Modelo. En veloz carrera enfrentó a William Martínez, el corpulento zaguero central peñarolense, que salió dispuesto a detenerlo de cualquier forma. Allí Spencer inicia su obra maestra, pues le hace un sombrero y corre a un costado, sin darle opción al choque que provocaba el defensa. El arquero Bernardico, en ese momento titular de la selección uruguaya, sale apresuradamente también dispuesto a chocar con el delantero y Spencer repite el sombrero, ante el asombro del público, e ingresa caminando al arco desguarnecido, para anotar uno de los goles más fantásticos de nuestra historia”.
Spencer marcó el primer gol en el Modelo ante Huracán y después le anotó a Peñarol, cuyo entrenador pidió ficharlo para el equipo aurinegro, con el que el ecuatoriano se consagró.
Luego se conoció que terminando el partido en el Modelo el DT uruguayo Bagnulo le había pedido al Pibe Ortega, internacional puntero izquierdo argentino, que también había reforzado al Barcelona, que en el camino al camerino le preguntara al joven moreno ecuatoriano si quería ir a jugar al Peñarol. Entusiasmado, Ortega le hizo conocer a Spencer de ese interés, lo que consideró una broma que le hacía el Pibe Ortega.
Ante aquello el dirigente del Peñarol, Gastón Guelfi, se acercó a los dirigentes de Barcelona, quienes le contestaron que era jugador del Everest; así se fue diluyendo el asunto. Luego, en Montevideo, la Junta Directiva de Peñarol en pleno no tomó muy en cuenta la incorporación del delantero ecuatoriano.
Pero el destino que trabajaba a tiempo completo para Spencer fue a la carga nuevamente, cuando la selección ecuatoriana contrató al uruguayo Juan López para que la dirigiera en el Sudamericano extraordinario, jugado en diciembre de 1959. Cuando terminó el torneo, al regresar a Uruguay, la dirigencia del Peñarol le consultó a López sobre Spencer y él les contó que era un formidable jugador. Inmediatamente vino a Guayaquil el dirigente Guelfi, cerrando la negociación con don Alfredo Isaías, presidente del Everest. La transferencia implicó $ 6.000 para el club y $ 4.000 para Spencer. Desde ese enero de 1960, Alberto Spencer se convertiría en el máximo exponente en la historia de nuestro fútbol y es considerado un baluarte en la gloria aurinegra en el balompié uruguayo. Bien dice el proverbio griego, que el destino protege y conduce a los héroes a ese lugar donde mora la gloria. (O)