13/05/2024

La muerte del Cóndor Roberto Rojas, por Jorge Barraza [FOTOS]

Viernes 20 de Septiembre del 2019

La muerte del Cóndor Roberto Rojas, por Jorge Barraza [FOTOS]

"El césped del Maracaná fue escenario y testigo. Dos de los más célebres sucesos de la historia del fútbol tuvieron lugar un domingo de sol en esa alfombra verde: el gol de Gigghia en 1950, acaso el más inesperado y glorioso de todos los tiempos"

"El césped del Maracaná fue escenario y testigo. Dos de los más célebres sucesos de la historia del fútbol tuvieron lugar un domingo de sol en esa alfombra verde: el gol de Gigghia en 1950, acaso el más inesperado y glorioso de todos los tiempos"

-Los actos antideportivos realizados son de una gravedad fuera de lo común -declaró Pablo Porta Bussoms, abogado catalán y presidente de la Comisión de Disciplina de la FIFA, en conferencia de prensa.

-¿Es el hecho más grave en la historia de la FIFA? -Le preguntó un periodista.

-Es lo más grave en la historia del fútbol, que es más antiguo que la FIFA -respondió Porta.

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El césped del Maracaná fue escenario y testigo. Dos de los más célebres sucesos de la historia del fútbol tuvieron lugar un domingo de sol en esa alfombra verde: el gol de Gigghia en 1950, acaso el más inesperado y glorioso de todos los tiempos, y la farsa de la bengala en 1989, montada por el arquero chileno Roberto Rojas en un crucial partido de Eliminatoria, sin duda la mayor estafa que haya manchado a este deporte. Las dos veces el miedo enmudeció a la multitud. Cuando el derechazo de Gigghia sacudió la red, un frío de muerte congeló los corazones de doscientos mil brasileños. Cuando el cuerpo yacente de Rojas era retirado del campo otros ciento cuarenta mil torcedores sintieron pánico de quedar fuera del Mundial.

El 3 de septiembre de 1989, Brasil y Chile jugaban el partido final del Grupo 3 de la Eliminatoria. Estaban igualados en 5 puntos. Con empatar le bastaba al local para clasificar a Italia ’90 pues tenía mejor diferencia de gol. Chile necesitaba una victoria. No hubo un epílogo formal ni normal. Con Brasil 1-0 arriba en el marcador por gol de Careca, Chile se retiró del campo en el minuto 69, alegando que su excelente guardameta, el Cóndor Rojas, había sido herido gravemente por una bengala caída sobre el campo de juego, arrojada desde la parcialidad brasileña. El partido nunca concluyó.

Desde ese minuto 69 en adelante se desató un huracán de acusaciones, denuncias, pericias, comunicados. Cientos de miles de horas de radio y televisión y millones de hojas de papel se consumieron informando y debatiendo sobre el suceso, de alcance universal pues nunca se había registrado un hecho tan fuerte en una cancha de fútbol con un jugador como protagonista de un incidente. En un primer instante muchos pensaron que Rojas podía estar muerto. Como era lógico suponer, la prensa internacional especuló velozmente con la pérdida del partido por parte de Brasil y su eliminación del Mundial. ¡La magia brasileña por primera vez fuera de la Copa…!

Al minuto 69', Roberto Rojas se dejó caer al observar que una bengala cayó cerca suyo. (Foto: La Tercera)

Al minuto 69', Roberto Rojas se dejó caer al observar que una bengala cayó cerca suyo. (Foto: La Tercera)

Brasil, Chile y Venezuela componían el Grupo 3 de la Eliminatoria. El ganador iba directo a Italia ’90. La Vinotinto, por entonces, no contaba futbolísticamente y fue goleada en sus cuatro presentaciones. La porfía era entre los otros dos.

Brasil poseía un plantel estelar cuyo trinomio atacante era nada menos que Bebeto (23 años), Careca (28) y Romario (21), todos en esplendor. Chile tenía también un equipo formidable, sobre todo en ataque, tanto que Brasil le opuso cinco defensores en Santiago. Aunque el técnico Orlando Aravena sabía que por las buenas iba a ser difícil…

Guerra en el Nacional

Veintiún días antes del incidente de Maracaná se disputó el cotejo de ida en Santiago. La Verdeamarelha se encontró ante un clima bélico, absolutamente irrespirable. Si los partidos de Eliminatorias suelen ser tensos, eso fue un caldo de violencia pocas veces visto. O nunca. Los libros Historias secretas del fútbol chileno II y El caso Rojas, un engaño mundial, así como los medios en general del país de Neruda adjudican a Aravena, con sus picantes declaraciones y la desbordada arenga a sus jugadores, haber creado esa atmósfera hostil para ganar como fuera. Él fue la chispa, amaba ese barro.

Los periodistas chilenos no describen a Aravena como un paladín del Fair Play. Adicionalmente, en Chile siempre existió la idea de que todos los demás ganaban trampeando y por eso la Roja nunca podía ser campeona. En el ambiente quedó instalada una frase de los años ’70 de Luis Santibáñez, famoso entrenador de varios equipos y también de la selección, de que en fútbol no se gana solo en la cancha. Y se mezcló todo. El público se mostraba muy alterado. La Roja saltó al campo con Roberto Rojas; Hisis, Hugo González, Astengo y Puebla; Raúl Ormeño, Jaime Pizarro y El Mortero Jorge Aravena; Patricio Yáñez, Zamorano (luego Juan Carlos Letelier) y Hugo Rubio (Ivo Basay). Brasil alistó a Taffarel; Mazinho (sustituido por André Cruz), Mauro Galvão, Aldair, Ricardo Gomes y Branco; Dunga, Valdo y Silas; Bebeto y Romario.

Así informó la prensa sureña el "atentado" que sufrió Roberto Rojas. (Foto: Difusión)

Así informó la prensa sureña el "atentado" que sufrió Roberto Rojas. (Foto: Difusión)

Hubo una silbatina estruendosa al himno brasileño y el público (cerca de 70.000 personas) arrojó todo tipo de objetos al campo. Antes de llegarse al minuto 3 hubo una acción posiblemente premeditada que desencadenó la beligerancia posterior. Branco, un auténtico tanque de guerra, escaló por su lateral izquierdo y Ormeño se le arrojó en plancha a la altura de la rodilla con vehemencia singular. La pelota iba a ras del piso, nunca quiso jugarla el 8 chileno. Fue una entrada demencial, de lo más grave que uno recuerde en más de cincuenta años de fútbol.

Justo Branco había apoyado su pierna izquierda y la suela de Ormeño casi se le incrustó en la rodilla. Era para treinta días de cárcel (a cumplir), pero el juez barranquillero Jesús Díaz Palacio apenas le puso amarilla. -El hombre de las tarjetas, don Jesús-, rezongó por TV el comentarista local Julio Martínez.

Romario, a quien Orlando Aravena había azuzado en los días previos a través de la prensa, comenzó a manotearse con Fernando Astengo cuando la pelota estaba todavía quieta en el círculo central; el árbitro le mostró la amarilla ¡antes de empezar el partido…! ¿Récord mundial…? Tras la plancha de Ormeño, el 9 volvió a discutir con Hisis, le tiró un codazo, que no llegó a impactar de lleno en el marcador de punta, y se fue expulsado. Brasil con diez desde los 3 minutos. Cuando debía ser al revés… Branco, un hombre de una fortaleza física colosal, intentó volver al campo, pero no pudo continuar y debió ser reemplazado.

A los 12’, Ormeño tiró otro guadañazo impiadoso sin pelota, esta vez al habilidoso Valdo, que se le había ido, y Palacio le mostró tarjeta roja. El victimario fue a buscar al juez como para agredirlo y tuvieron que forcejear entre varios compañeros para contenerlo. Cuatro suplentes de Chile se lo llevaron al estilo Grupo GOE; estaba completamente desenfrenado. Las escenas están en Youtube. El Nacional era una olla a presión. El juego era una simple excusa para constantes agresiones.

Tal vez nunca un partido de fútbol alcanzó semejante grado de violencia. Sucedieron cosas insólitas que quedaron sin sanción. Patricio Yáñez, de gran actuación, le mostró los genitales al juez y éste apenas lo amonestó; pero, al sacarle la amarilla, Yáñez le hizo un corte de manga en la cara y Díaz lo dejó pasar. A esa altura seguramente pensó que lo primordial era salir con vida. En otra jugada, Bebeto se fue solo para marcar el segundo gol, remató y Rojas tapó volando… pero un metro y medio fuera del área. Díaz dejó seguir.

En otra, Dunga dio una patada terrible en el pecho a Astengo y no fue sancionado sino con amarilla. Brasil se puso en ventaja por un infortunado rechazo de Astengo que pegó en Hugo González y se metió en el arco. Cerca del final, Chile empató con un gol polémico. El juez pitó tiro libre indirecto en el área de Brasil por falta técnica de Taffarel. El rubio goleiro había atajado un balón, caminó cuatro pasos con él, lo botó a tierra, volvió a tomarlo con las manos y a caminar. En esa caldera que era el partido y el estadio, nadie lo había notado, pero Jesús Díaz sí y lo pitó: falta técnica. Apenas oyó el silbato, Jorge Aravena le pidió la bola a Taffarel y este insólitamente se la entregó; en tan solo un segundo y sorprendiendo a todos, El Mortero Aravena la apoyó en el piso, tocó cortito para Basay y este, desde el punto del penal, la mandó adentro casi sin oposición pues todo Brasil estaba protestándole airadamente a Jesús Díaz.

Un gol extraño de un partido terrible. El empate despertó la euforia del público y aplacó en parte la virulencia. Quien enloqueció fue Sebastião Lazaroni, el entrenador de la Canarinha; quiso entrar al campo, el juez colombiano lo echó y, ante su resistencia, fue sacado por una docena de uniformados. Los carabineros fueron menos recios que Ormeño, pero le dieron una buena pateadura al DT. Mientras se lo llevaban le daban en los tobillos. Aún desencajado en vestuarios, Lazaroni gritaba: -¡Esto es una vergüenza del fútbol…!

Le sobraba razón. Valga resaltar que Chile jugó con enorme actitud y buscó el triunfo hasta agotar sus reservas físicas, anímicas y futbolísticas. También la valentía de Brasil para no dejarse arrollar pese a un ambiente tan desfavorable. En ese contexto, Dunga fue el líder espiritual. Y metió suela también, no era cuestión de que pegaran solamente los otros.

-¿Fue el partido más violento que dirigió en su carrera?
-No -responde Jesús Díaz hoy, treinta años después-. Tuve otro muy difícil en 1982: Deportivo Cali 1 - América 0, que se suspendió a los 41 minutos del segundo tiempo. Hice patear tres veces un penal a Falcioni y al final fue gol. Con ese gol ganó el Cali y se armó una batahola. Aunque aquel de Chile-Brasil fue tremendo. De entrada, Chile no quiso cumplir con la orden de FIFA de salir los dos equipos juntos. Salieron antes para que el público descargara toda su artillería contra Brasil. Y así sucedió. Además del abucheo, le tiraron botellas, piedras, frutas, etcétera. FIFA ordena que los dos equipos salgan juntos para evitar hostilidades hacia el visitante, pero Roberto Rojas, capitán local, ignoró la orden y se metió por entre las vallas, haciendo que sus compañeros lo siguieran, con lo cual Brasil quedó expuesto, a merced de los proyectiles.

-¿Tuvo miedo en algún momento?
-No, porque el tema no era contra mí sino contra Brasil. En 1985, por la Eliminatoria anterior, ahí mismo en el estadio Nacional me abrieron la cabeza con un hielo; don Abilio D’Almeida, que era el veedor, me dijo que si no me sentía bien no continuara, pero yo quería seguir porque sabía que estaba dirigiendo bien y la bronca no era conmigo sino con los uruguayos. Así que me pararon la sangre y unos 15 ó 20 minutos después reanudé el juego. En el caso de Chile-Brasil, más allá de las patadas y los golpes, expulsé a toda la banca técnica chilena, a los recogebolas, a los fotógrafos… Todos estaban confabulados. Resultó difícil haber podido terminar ese partido.

-¿Qué sucedió después?
-Yo pasé mi informe, duro, y el veedor (N. del A.: Carlos Coello Martínez, de Ecuador) el suyo. FIFA suspendió a Chile para jugar como local en su territorio el siguiente partido. Un caso único en la historia, creo. Ante Venezuela debió ser local en Mendoza, Argentina.
En efecto, fue el único caso en la historia de las Eliminatorias Sudamericanas -desde su inicio en 1954- en que una selección fue penalizada enviándola a jugar en otro país.

“Las Eliminatorias son una guerra sin muertos”, suele sentenciar un amigo. Ese partido, sin embargo, dejó uno. Expedito Teixeira, padre del entonces flamante presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, Ricardo Teixeira, asistió al estadio Nacional en calidad de simple aficionado y sufrió un infarto en la butaca, que en Brasil fue atribuido directamente a la impresión por el clima hostil de esa tarde en la comuna de Ñuñoa. Expedito nunca se recuperó y falleció el 26 de agosto, 13 días después del partido, en la clínica Santa María, de Santiago. En esas casi dos semanas de agonía, ningún directivo de la Federación de Chile fue a visitarlo. Havelange tomaba nota…

Fiesta en Maracaná

Si haciendo todo lo que hizo, Chile no pudo ganar en su patio, ya podía ir sacando cuentas de lo que costaría en campo ajeno. Las mentes más afiebradas de esa selección, a la que le sobraban excelentes jugadores (en 1987 había goleado a Brasil 4 a 0 en la Copa América de Argentina) comenzaron a pergeñar el modo de salir airosos y llegar al Mundial por si con fútbol no alcanzaba.

A raíz de la beligerancia del primer choque -nunca tan ajustado el término- en Chile se pensó que encontrarían represalias en Río. Pero resultó lo contrario. La CBF, las autoridades y la misma prensa predicaron que había que mostrar otra cara; no poner la otra mejilla, sí garantizar la máxima seguridad a los visitantes y dar un ejemplo de civilidad y juego limpio. Se hizo una campaña mediática instando a la gente a brindar una fiesta deportiva en paz.

Pero a la vez evitar cualquier incidente, pues FIFA había declarado el partido como de “alto riesgo”, por lo cual designó dos comisarios deportivos de alto rango: el uruguayo Eduardo Rocca Couture, ex vicepresidente de la FIFA, y el español Agustín Domínguez en carácter de veedor extraordinario. Y sobre todo porque en vista de lo sucedido en Santiago, el mundo entero podía pensar que los brasileños quisieran un desquite e incurrieran en agresiones.

Teixeira sabía que con un empate clasificaban y no quería correr el mínimo riesgo, el de 1990 sería su primer Mundial como presidente y, si eran eliminados, podía perder la presidencia. Él soñaba con estar muchos años en el sillón. El fútbol brasileño es una máquina de generar dinero y Ricardo ya había establecido su sociedad con Traffic, la cual había debutado haciendo las Copas América de 1987 y 1989. Intuía que lloverían millones (y no estaba errado).

Fuimos a la Cidade Maravilhosa como enviados especiales de la revista El Gráfico. Las instrucciones eran, además de cubrir las alternativas del juego, estar muy atentos a posibles incidentes y presenciar la llegada de la delegación chilena. Chile llegó al aeropuerto de El Galeão a las 22 horas del sábado, bien sobre el partido. Un grupo de alrededor de cien torcedores esperó al plantel chileno y le dedicaron aplausos y hasta vivas. Se dispuso un dispositivo de seguridad similar al de una visita papal.

Una impresionante cantidad de patrullas, carros de asalto y sobre todo de policías en moto escoltó al bus del plantel chileno hasta el hotel en Recreio, bien al sur, alejado del centro de la ciudad. Todo fue pacífico. Al día siguiente llegamos muy temprano a Maracaná a esperar la llegada de la Roja y acompañamos al transporte, que iba a paso de hombre, desde los portones de ingreso hasta la puerta misma del camarín.

Todo se desarrolló en perfecta calma. En las tribunas, los 141.072 espectadores pagantes no pensaban en agresiones sino en que Brasil ganaría sin problemas dado su alto poderío futbolístico. Por lo demás, las tribunas del Maracaná están lejos del campo, por lo cual el visitante no se siente hostigado. El 3 de septiembre de 2014, el matutino La Tercera, de Santiago, publicó una nota evocativa bajo el título “VERGÜENZA ETERNA: SE CUMPLEN 25 AÑOS DEL MARACANAZO”.

Destacamos un párrafo de la misma: “La prensa también participó en el juego. Mientras algunos medios crearon el clima de conflicto, otros mantenían la mesura. ‘En Brasil estaba todo normal. Incluso, los colegas nos recibieron y nos transportaron en sus autos. Sin embargo, en un sector de la prensa chilena se insistió con una hostilidad que no existía’, recuerda Ramón Reyes, enviado especial del diario La Nación”.

Efectivamente, fue una agradable jornada deportiva sin incidentes hasta ese minuto 69 en que Roberto Rojas cometió un acto irracional que envolvió a un país entero. Hasta ahí, Brasil fue muy superior en el juego, ganaba con comodidad y ya empezaban los lujos. Brasil se situó en ventaja con un tanto de Careca, quien ya brillaba en el Napoli en dúo con Maradona.

El propio Rojas, con sus excepcionales condiciones, impidió más goles en otras ocasiones. No obstante, lo que pasó desde ese minuto fatídico en adelante lo narramos en el artículo que firmamos para El Gráfico el 5 de septiembre de 1989 titulado “UNA FARSA QUE ENSUCIA AL FÚTBOL” y que reproducimos a continuación:“Una farsa que ensucia al fútbol” (Por Jorge Barraza Enviado especial a Río de Janeiro) “La prensa deportiva del mundo había anunciado que este domingo surgiría del colosal Maracaná un nuevo clasificado para el Mundial de 1990.

No contaba con la astucia del arquero chileno Roberto Rojas. Él decidió, junto al resto de su equipo, que no, que hay que esperar un desde ya polémico dictamen de la FIFA para saber quién representará a Sudamérica por el Grupo Eliminatorio número 3. Rojas, de excelente actuación en los 69 minutos que se llevaban disputados entre Brasil y Chile, vio la gran oportunidad de que su selección obtuviera en un tribunal lo que evidentemente no podía en la cancha: los dos puntos y la clasificación. Vio caer detrás suyo una bengala de luces, totalmente inofensiva, ya que no detona ni explota, solo se va extinguiendo en el espacio de 40 ó 50 segundos, y se desplomó aparatosamente hasta parecer fulminado. Fue trasladado aún más aparatosamente por sus propios compañeros al vestuario y ya no fue posible seguir asistiendo a esa fiesta cordial y maravillosa que los brasileños habían preparado para festejar un nuevo pasaporte a la Copa del Mundo.Un solo equipo: Brasil

Hasta ese minuto 69, aún sin deslumbrar, había un solo equipo comandando el juego y el marcador: Brasil. Con velocidad, con un toque claro y preciso, con la elegancia de Valdo, la peligrosidad de Bebeto y la potencia física de todos, era amplio dominador. Chile solo había opuesto voluntad y los vuelos fenomenales del ‘Cóndor’ Roberto Rojas. No pudimos saber, en todo ese tiempo, si su planteo era ofensivo o defensivo porque Brasil lo tuvo siempre encerrado cerca de su área, aún con el resultado a favor. Se percibía la impotencia para revertirlo, mientras ciento cuarenta mil torcedores comenzaban con el clásico ‘Ole’ después de cada toque. Eso y un zurdazo de Careca, que doblegó las manos de Rojas, fue lo que se vio hasta ese absurdo minuto 69.

Lo demás fue una farsa que no tiene parentesco alguno con el fútbol. No habían pasado más de seis o siete segundos desde la caída de Rojas (vale aclararlo, ni se había dado cuenta de la existencia de la bengala luminosa -que no es peligrosa como la que mató al hincha Basile en La Bombonera-, pero apenas la percibió se arrojó al piso) cuando sus compañeros, en masa, lo pechaban a Loustau pidiéndole justicia: esto es, que diera por finalizado el partido. Esto sin haberse acercado aún a Rojas para ver qué tenía.

“Lo vimos de al lado: se tiró”
El testimonio, tajante, pertenece a los fotógrafos Ricardo Alfieri (hijo), y Atsushi Kondo, japonés. ‘La luz fosforecente cayó un metro y medio detrás del arquero y él se tiró acusando la lesión. Nosotros estábamos pegados al arco y tenemos toda la secuencia, no estaba herido, seguro’, coincidieron ambos, quienes fueron invitados por la televisión brasileña para obtener su relato pormenorizado.

Juan Carlos Loustau, como correspondía, esperó un tiempo prudencial para que el partido se reanudase, pero Chile se quedó en los vestuarios y tuvo que suspenderlo. (El informe del árbitro sería desfavorable a los chilenos). Para Eurico Miranda, director del comité de Selección de la CBF, no hay duda sobre lo que vendrá: ‘El reglamento es muy claro, si un equipo se niega a seguir jugando pierde el partido por 2 a 0, salvo que al momento de la suspensión tuviera un marcador mayor en contra. Brasil estaba 1-0 arriba, de manera que ganó 2-0 y va al Mundial’.

Pero a pocos pasos de donde él declaraba, el vestuario chileno, una caldera, aseguraba al mundo entero: ‘Rojas tiene un corte en el cuero cabelludo, se le aplicaron cuatro puntos de sutura y además presenta quemaduras en el rostro’. Esto lo afirmó el médico de la delegación, el uruguayo Daniel Rodríguez. Por supuesto ningún periodista pudo entrar a verlo aunque, como es de imaginar también, los colegas chilenos no tenían tampoco la menor duda de la existencia de las heridas.

En fuentes brasileñas la queja era unánime: ‘Le tiraron mercurio para simular la herida y le dieron un golpe. Es una vergüenza lo que hacen para tratar de ganar, Brasil preparó una fiesta y atendió a Chile de la mejor manera’.
Sin guerra, pero sin paz
Chile llegó a Río en un vuelo de Varig recién el sábado a las 22 horas. Tuvimos oportunidad de ver por televisión todos los detalles de su arribo. Una centena de festivos torcedores lo esperaba en el aeropuerto de El Galeão, con carteles como ‘ESTE SERÁ EL ENCUENTRO DE LA PAZ’, ‘VOCÉS SAO OS MELHORES DO MUNDO’. Trescientos efectivos del batallón de choque de la policía estatal custodiaron con un celo excesivo (no pasaba nada) y les mostraron el camino hasta el hotel Atlántico Sul.

La CBF, temiendo que las hostilidades recibidas por los brasileños en Santiago pudieran despertar represalias, lanzó una campaña para promover una fiesta deportiva. Repartió 300.000 volantes por toda la ciudad con una sugerencia: ‘Torcedor, pedimos que aliente a la Selección, incentivando a nuestros jugadores, vibrando del principio al fin. Usted debe promover una fiesta colosal como solo el torcedor brasileño sabe hacer. Pero recibamos a los chilenos condignamente, como país civilizado’.

Personalmente tuve ocasión de presenciar la llegada de Chile al Maracaná, en el que estaban desplegados 1.667 agentes de seguridad, que luego se vio eran demasiados pues el público solo quería disfrutar. Unos doscientos hinchas locales esperaron que el bus se detuviera para aplaudir el descenso de los jugadores, en otra actitud amistosa. Solo hubo un coro de inocentes silbidos cuando la selección roja ingresó al campo, algo comprensible, pero absolutamente pacífico.

Incluso el directivo chileno Alfredo Asfura, antes de comenzar el juego, agradeció por televisión la hospitalidad, la colaboración y las muestras de respeto recibidas por todos los chilenos presentes en Río. Las fuerzas del orden, para completarla, chequearon con detectores electrónicos a cada espectador para asegurarse de que no portaran armas o elementos contundentes.

Todo fue en vano. Roberto Rojas se opuso tenazmente a aceptar el orden y la hospitalidad que le ofrecieron. Y hasta el mismo presidente José Sarney, de fin de semana en San Luis de Maranhão, su tierra natal, se ofendió con él: ‘No tenía derecho a hacer lo que hizo. El comportamiento del público fue muy bueno, nunca intentó agredir a nadie’.Del perito: “no hay pólvora” Las imágenes que pasa una y otra vez la televisión sobre la acción polémica mientras escribimos esta nota nos confirman nuevamente que Rojas no tenía nada al caer.

Pero si los chilenos jugaron rápido, los brasileños no se quedaron lamentando. Mandaron al camarín visitante cuatro médicos forenses para constatar las heridas acusadas y para certificar si pudieron provenir de la estela luminosa. Incluso convocaron de inmediato en su despacho al secretario de Justicia de la ciudad, amparándose en una ley nacional.

El lunes por la mañana ya iba a estar redactado un escrito oficial de las autoridades para presentar ante la FIFA. En primera instancia, el perito que lo revisó no encontró vestigios de pólvora en la herida de Rojas. Cualquier cosa que la FIFA decida, desde ya será criticada por ser brasileño João Havelange. Si no lo fustigan los chilenos, lo harán sus compatriotas. ‘Brasil va a agredir a Chile, pero con goles’, había anticipado el entrenador Sebastião Lazaroni. En eso estaba, no lo dejaron. El que acertó por completo fue Pelé, con quien conversamos antes del encuentro: ‘Si es un partido normal, gana Brasil, es muy superior. Si hay otros factores ya no sé…’. Tal cual".

“Ah, claro, el enviado especial…”

Ese fue el artículo completo. Antes de continuar vale hacer algunas precisiones. El acierto periodístico fue verdaderamente obra de la casualidad: que viéramos caer la bengala detrás de Rojas cuando la pelota estaba a muchos metros de allí. Nos llamó la atención la luz que emanaba y por unos segundos nos distrajimos del juego para seguir su trayectoria.

Así observamos con total claridad cómo el elemento pirotécnico cayó detrás del portero sin tocarlo y éste, al verlo, en lugar de apartarse se arrojó encima de él en actitud indiscutiblemente dolosa. Lo que no imaginábamos en ese momento era que Rojas estaba aprovechando la confusión generada por la luz y el humo del artefacto para zambullirse sobre él y ejecutar una treta que no se le ocurrió antes ni después a ningún futbolista en los millones de partidos que el fútbol ha tenido.

El Cóndor quedó tendido como desmayado y de su frente manaba abundante sangre. ¿Fue una esquirla de la bengala…? No podíamos asegurarlo. Sí advertimos su sospechosa caída. Como si viéramos a alguien en un supermercado tomar un producto, esconderlo entre su ropa y escudriñar a cada lado si alguien lo ha pillado. Fue lo que nos dio la certeza del fraude. No era una bengala marina de esas que surcan el aire a velocidad sino un haz de luz sin ninguna fuerza que fue descendiendo lentamente a medida que se consumía. Casi se posó en el césped.

Tras la herida cortante que mostraba Rojas en su frente y el inmediato retiro del once chileno, puesto en una posición extremadamente irreductible, Loustau no tuvo otra que decidir la suspensión del encuentro porque Chile se fue del campo y se negó a continuar jugando. Tan convenida estaba esa retirada que no quisieron esperar la camilla: entre varios compañeros se llevaron a Rojas cargándolo de las piernas y los brazos. La consigna era irse o irse. El Gráfico fue el único medio del mundo que, a través de esa nota, aseguró que el arquero Rojas había fingido la lesión y que todo era un grandioso engaño. El único que se atrevió a decirlo.

Pero no fue fácil escribir esa crónica con el universo entero convencido de lo contrario. Era como ver un OVNI estando solo y luego pretender contarlo. Apenas decretada la suspensión, recurrí a un teléfono en la sala de prensa y llamé a la redacción, a Buenos Aires. -Urgente, con Proietto. (Aldo Proietto era el director de El Gráfico).
-Ya te paso…
-Hola, Jorge…
-Hola, Aldo, le hablo desde Maracaná, acá pasó algo grave y el partido se suspendió.
-Sí, ya sé, casi matan al arquero con una bengala.
-No, ni lo tocaron, eso le quería decir…
-¿Cómo que ni lo tocaron…? -Sube el tono-. Casi lo matan, lo estábamos viendo por televisión.
-No, Rojas simuló, lo vi clarito.

-¿Pero qué estás diciendo… si toda la prensa mundial dice que lo hirieron y le van a quitar los puntos a Brasil…?
-No fue así, la bengala era inofensiva, él la vio caer detrás suyo y se tiró encima. Por qué le salía sangre no lo sé, pero no tenía nada cuando se arrojó sobre la bengala. Quería decirle que voy a escribir eso.

-¿¿¿¿¿Quééééé…????? ¿Vos estás loco…? ¿Cómo El Gráfico va a decir eso…? Acá vimos cien veces las imágenes y se ve al tipo herido por la bengala…
-Aldo, tengo la seguridad total, lo estaba viendo, me distraje del juego justamente por la bengala, me quedé mirándola y vi cuando Rojas, en actitud muy dolosa, se zambulló sobre la bengala, que era un simple haz de luz, nada peligroso.

-No te juegues, en todo caso poné que abrigás algunas dudas…
-No abrigo ninguna duda, nunca estuve tan seguro de algo, quiero escribir lo que vi.
-Vamos a cometer un error histórico.
-Quédese tranquilo, sé lo que le digo, Rojas es un farsante. Además ¿Para qué vine a ver el partido entonces…?
-Ah, claro, porque el señor es el enviado especial… (Lo dijo en ese tono irónico medio en serio y medio en broma que era su característica, Proietto es un sujeto muy gracioso).

-No es porque sea el enviado especial, sino porque lo vi. Me voy al hotel y en dos horas mando la nota.
Existe una tradición en periodismo que en El Gráfico se cumplía: la palabra del enviado de la revista era siempre sacrosanta (o casi, en 1971 salieron dos versiones de La Pelea del Siglo entre Alí y Frazier porque el enviado vio ganar a Alí y el director dijo que eso era un disparate y había que reescribirla; pararon las máquinas, se cambió la nota y se siguió imprimiendo).

Aún en el disenso, se avalaba el criterio del cronista. En este caso, respetaron a rajatabla mi opinión, que, si estaba equivocada, ponía en juego seriamente el prestigio de la revista. Así se publicó y me sentí reconfortado, aunque a mi retorno percibí que no me creían del todo y que sospechaban que la publicación había cometido un grave error por mi culpa. Hoy los entiendo perfectamente: era un enorme riesgo; ningún otro medio del mundo osaba decir que hubiera habido simulacro del arquero. Ni siquiera deslizarlo. Y de la forma en que titulé y escribí, no había posibilidad de retorno. Si FIFA daba la razón a Rojas, las consecuencias periodísticas y legales para El Gráfico podrían haber sido catastróficas.

“Usted es empleado de Havelange”

Esos días posteriores fueron muy difíciles, tensos y desagradables. Nadie me creía. Recibía llamados desde Chile insultándome. Pedían “con el señor Barraza” y cuando atendía me lanzaban un “deja de escribir huevadas, argentino conche tu madre”. Me llamaban desde radios santiaguinas para entrevistarme, pero en realidad era para hacerme fuertes acusaciones. Pasé a ser un enemigo público en el longilíneo país.

El relator Milton Millas dijo cualquier cosa de mí persona, me puso al aire primero y luego me denigró por radio, señaló que yo era un empleado de Havelange y que por eso aseguraba que Rojas había simulado. En fin... Es el peligro de mezclar patria con fútbol. Nunca hay que hacerlo, se desafueran los nacionalismos. De todos modos, no guardo rencor: Millas fue otra víctima más del monumental engaño de Rojas.

Aunque estaba influido: el DT Aravena, que no pudo entrar al campo por estar suspendido, vio el partido en la cabina de Millas, codo a codo con el narrador. Ya me había ocurrido la misma tarde de la bengala en Maracaná. Después de sucedido el episodio bajé de inmediato al vestuario chileno, que estaba herméticamente cerrado. La amplia antesala era un maremágnum, había una multitud de cronistas, fotógrafos, dirigentes, curiosos. Alguien comentó que a Rojas lo llevaban al hospital, que estaba mal herido. -¡Qué va a estar mal herido si se tiró! -exclamé.

¡Para qué! Se me vinieron encima varios colegas chilenos como para comerme, pero otros los atajaron.
En esa antesala conversé con Ricardo Alfieri, mi excompañero de El Gráfico que había cubierto el partido para Soccer Magazine de Japón.
-¿Viste lo de la bengala? -le pregunté.
-Sí, yo estaba al costado del arco de Rojas, muy cerca. No lo tocó para nada, él se tiró. Justo estaba apuntando con la cámara y le hice 24 fotos. Tengo el momento en que la bengala ya está en el suelo detrás suyo y él todavía parado y mirando al centro del campo.
A su lado, Atsushi Kondo, paparazzi japonés que vivía en la Argentina y hablaba notablemente el español, asintió:
-Está fingiendo, no tiene nada.
No necesitaba más. Eso respaldaba mi visión del hecho desde el palco de prensa.

En vestuarios, los futbolistas sobrepasaron la autoridad del presidente de la Federación de Fútbol de Chile, Dr. Sergio Stoppel y éste, apretado, convalidó el retiro del equipo, una decisión gravísima según los criterios de FIFA. El DT Aravena puso su grano de arena. Al estar suspendido por la expulsión en el cotejo de ida, vio el partido desde la cabina de transmisión del Canal 13 con los periodistas Antonio Neme y Milton Millas. El entrenador se comunicaba por walkie-talkie con el preparador físico Orlando Aravena. Neme y Millas contaron luego que, tras caer Rojas sobre la bengala, Aravena dio la instrucción a los gritos:

-¡Que no se pare…! ¡Que no se pare más…!
Los jugadores aprovecharon la volada de la bengala y, una vez en vestuarios, se negaron terminantemente a regresar al campo. ¿Para qué…? Patricio Yáñez lo admitió mientras se quitaba la camiseta:
-¿Y cómo chucha les hacemos dos goles en veinte minutos…?
Siguiendo la comedia de Rojas (mantenía sojuzgado al resto aún haciéndose el desmayado), la delegación de Chile se retiró ampulosamente del Maracaná y no fue al hospital ni pasó por el hotel, fue directamente al aeropuerto y de allí a Santiago.

-Sacamos al Cóndor en una camilla -evocaba tiempo después el directivo Raúl Sabando-. Cincuenta negros nos pegaban patadas camino al bus. Los policías se hacían los huevones. Meter la camilla al bus fue terrible. Nos fuimos directo al avión que nos había proporcionado el Gobierno. Llegamos a las cuatro de la mañana.
Quien esto escribe estaba ahí, a dos pasos del bus; efectivamente. fue muy dificultoso introducir la camilla, que por cierto la llevaron a dos metros de altura, con los brazos en alto, para que nadie pudiera ver a Rojas. Pero no advertimos agresión alguna.

La Embajada de Brasil en Santiago, apedreada

En Chile, apenas anunciada la suspensión del partido, la gente salió a las calles. El pueblo estaba enardecido por lo que creía una emboscada y una actitud criminal de la torcida y de las autoridades brasileñas. Al llegar la delegación a Pudahuel eran las 3 y media de la madrugada, pero igual se habían juntado 8.000 personas que dieron la bienvenida a los jugadores como héroes y con consignas antibrasileñas.

Quinientos vehículos embanderados formaron una caravana acompañando al bus de la selección, que tardó dos horas en llegar hasta la concentración de Pinto Durán, donde aguardaban otros 3.000 hinchas enfervorizados. En el camino se veían carteles con leyendas contra la FIFA y contra Brasil. “Brasileños asesinos”, rezaban algunas pancartas hechas a mano, a las apuradas.Mil indignados más se congregaron frente a la Embajada Brasileña a tirar piedras y entonar cánticos ofensivos.

Rompieron 44 vidrios de la legación. Y no eran jovencitos revoltosos, había gente grande genuinamente furiosa por lo que veían como un acto criminal inédito. Otro grupo se concentró en el centro de la ciudad frente a las oficinas de la aerolínea brasileña Varig, donde también causaron daños a la propiedad. En muchas esquinas de la Avenida Brasil, la gente le cambiaba el nombre pegándole un papel encima con el rótulo “Avenida Roberto Rojas”. El tono de la prensa era incendiario. Julio Salviat, editor de Deportes de La Nación dedicó un título lapidario en su editorial, cuando aún no había salido el fallo de FIFA: “¡Dios te perdone, Havelange!”.

En la nota decía: “¿Cómo esperar un fallo justo en una decisión que afecta a un país de escasa influencia futbolística y que podría dañar a otro que destaca justamente por sus influencias internacionales?... La conciencia tiene que estar en un lugar muy remoto, inaudible ya después de tanta injusticia. ¡Dios te perdone, Havelange! Nosotros no podemos”. Pero Julio, un caballero, estaba ciegamente convencido de que Rojas había sido víctima de una canallada y eso fue seguramente lo más sobrio y recatado que se dijo. La Tercera salió a la calle con un titular directamente explosivo: “¡BRASILEÑOS SALVAJES!”. Las radios estaban en llamas. Radio Cooperativa estaba tomando el testimonio de Ricardo Alfieri desde camarines. Éste, siendo lo más cauteloso posible, dijo:

-Y… me parece que la bengala no le pega a Rojas.
-¡Quítele el micrófono a ese imbécil! -gritó imperativo desde la cabina el narrador Nicanor Molinare de la Plaza.
El único periodista chileno que se atrevió a mencionar la palabra engaño, aunque por lo bajo, fue Max Walter Kautz, de Radio Portales. En el momento, Kautz tuvo la valentía de decir en su transmisión:
-La bengala no le da a Roberto Rojas.
Luego, ya con el partido definitivamente suspendido, le confesó a otros colegas lo que había visto:
-Yo estaba en línea con Rojas y puedo asegurar que la bengala cayó mucho más atrás. Rojas hizo teatro, aquí hay algo raro.

Le pasó igual que a mí y le costó caro: en el vuelo de regreso lo tildaron de antichileno y lo pasó mal, aunque su testimonio sembró la duda en algunos. Para todos era una locura pensar así, pero, por otro lado, era conocido como un hombre serio, ¿por qué iba a mentir Kautz…? ¿qué interés podía tener…?

Chile, en cambio, hervía en una excitación cargada de ira. Otras emisoras instaban a ir al aeropuerto “a recibir a nuestros bravos muchachos”. Hubo declaraciones de todo calibre de los más diversos ámbitos, como las del almirante José Toribio Merino, miembro de la Junta Militar que derrocó a Salvador Allende, y que en ese momento fungía como presidente de dicho cuerpo. Merino cargó con bayoneta:
-Es lamentable que nuestros jugadores hayan estado en manos de un pueblo conformado por primitivos -declaró.

El país entero despertó el lunes como si lo hubieran apaleado, producto de la excitación y la trasnochada. El tema nacional era el partido, la bengala, la agresión. Los buses llevaban carteles que decían:
“El Cóndor está herido, el pueblo está dolido”.
También latía, subyacente, la esperanza concreta de clasificar a la Copa Mundial, a la cual Chile no acudía desde 1982. El pensamiento general era que, si se hacía justicia, debían darle el partido por ganado. Y Chile sería el primero en eliminar a Brasil de un Mundial.

La foto que hizo dudar al mundo

El testimonio pertenece a Danilo Díaz, excelente periodista chileno.
-Los medios y los periodistas se dividieron. Hubo muchos que creyeron, pero un grupo grande dudó desde el comienzo. Luego, en la medida que fueron pasando los meses, sobre todo con la comisión investigadora de Mario Mosquera, Rojas se fue quedando solo. La vida deportiva de Rojas lo sentenciaba, desde juveniles fue un bandido. En el escándalo del Sudamericano Sub-19 de 1979 en Paysandú, él fue uno de los que jugó con pasaporte falso, pues tenía 21 años y medio.

No obstante, en los primeros días posteriores a la bengala, la credibilidad de Rojas seguía alta. Para una inmensa mayoría, la nota de El Gráfico podía ser un error, un apresuramiento o una afirmación temeraria del cronista, aunque también configuraba un precedente: ya alguien aseguraba que había fingido. El primer gran revés del arquero fue la publicación de la foto que Ricardo Alfieri sabía era reveladora. Los fotógrafos saben cuando tienen la instantánea justa. Si al volver a la redacción ellos dicen “tengo el gol” es porque están seguros de haberlo captado. Humberto Speranza, otro gran amigo chasirete de El Gráfico, era especialista en box, un deporte sumamente difícil de fotografiar. Cuando Humberto decía: “Tengo la trompada del nocáut”, la tenía. Difícilmente les falla la intuición.

Alfieri comentó en la antesala de camarines que tenía la foto demostrativa de la farsa y la voz se corrió como una mecha. Momentos después se le apersonó Ricardo Teixeira, titular de la CBF.
-¿E verdade que vocé tem a foto?
-Sí -respondió Ricardo.
-Queremos esa foto.
-No se las puedo dar porque es de Soccer Magazine, de Japón.
-Mas, vocé pode revelar a foto e da uma copia para nos…
-No tengo problemas, pero necesito aprobación de mi revista.

Lo llevaron a una oficina del Maracaná, Ricardo habló a Japón, donde eran las primeras horas de la mañana del lunes; en su medio inglés explicó como pudo la situación a Chino san, el director, y éste también en su otro medio aprobó que revelaran los rollos en Río. Lo trasladaron a Ricardo a la revista Manchete, hicieron ir al jefe de laboratorio a las 3 de la mañana y un par de horas después ya Brasil tenía el documento probatorio de la infamia de Rojas. Esa sería la prueba fundamental para presentar en la FIFA, dado que las imágenes televisivas para nada aclaratorias. La TV, como es natural, siguió la trayectoria del balón, que estaba lejos de Rojas.

Cuando volvió para tomar la escena de la bengala ya el golero estaba caído y mayormente se veía humo. No eran determinantes en absoluto. Al comisario del partido, el uruguayo Rocca Couture, entregó Ricardo la famosa foto y él fue quien la llevó a la FIFA. Rocca Couture comentó, años después, que momentos antes de entrar al campo para iniciar el juego, Rojas se le apersonó con un sugestivo requerimiento: “Se me acerca y me pregunta qué pasa si no hay garantías y me dice que si no las hay, no pueden salir a la cancha. Encontré absurda su pregunta, pero no le di importancia. Nunca imaginé que estaría relacionada con lo que pasó después”.

La dirección de El Gráfico me encargó dedicarme al seguimiento del tema y publicamos a toda página la foto de Alfieri en la edición del 24 de octubre, casi dos meses después del escándalo. Fue un golpe para Rojas y todos sus defensores. Se lo ve a él de pie, de espaldas, siguiendo el juego, y la bengala ya en el piso, de modo que ésta no podía haberlo herido en la frente. A lo sumo en la parte posterior de su humanidad. Pero ahí no tenía nada. Junto a la foto y bajo una banda que decía “Anticipo exclusivo”, escribimos un segundo artículo con el título: “Severa sanción a Chile y su arquero”.

Entretanto, en Brasil habían individualizado a quien arrojó la bengala, era una bonita mujer de 24 años llamada Rosenery Mello do Nascimento, a quien la prensa tituló como “La Fogueteira”. Primero la encarcelaron pensado en que era autora de una agresión al arquero, pero enseguida fue liberada porque no tenía antecedentes y no tuvo intención de lastimar a nadie.

De hecho, no lo hizo. Rosenery se tornó tan famosa que hasta posó desnuda para la revista Playboy a cambio de 40.000 dólares. Falleció tempranamente, en 2011, a los 45 años, víctima de un aneurisma cerebral.Harold Mayne-Nicholls era en ese momento periodista (luego sería presidente de la Federación de Fútbol de Chile) y escribió, en coautoría con Marco Antonio Cumsille, el libro El caso Rojas, un engaño mundial (1990). Hizo una profunda investigación en ese momento. Refirió al colega Christian González en una entrevista reciente en el diario La Tercera: -La foto de Ricardo Alfieri fue clave y también las contradicciones en las que empezó a caer Roberto. No me acuerdo exactamente de los momentos, pero ahí empezó todo a darse vuelta.

En Chile había un sentimiento en favor de Roberto, una tendencia a creerle, pero los hechos demostraban que su versión era muy frágil. A mí me pasó que amigos de toda la vida me decían que cómo dudaba. Yo ya tenía una convicción… Ni al Toño (Cumsille) ni a mi nos incomodó que la gente no nos creyera. Sentimos ese rechazo. Amigos, periodistas que nos decían que era un acto contra la patria. Era el ‘89, un momento bien delicado para el país, pero el convencimiento que teníamos era absoluto. La foto de Alfieri era demasiado categórica como para poner en duda nuestra versión. Esa foto generó el convencimiento de todo el mundo de que era imposible que la bengala golpeara a Roberto Rojas.

“El mayor intento de engaño de la historia”

Rojas, que fue llamado a declarar en Zúrich por la FIFA el 10 de septiembre, no se presentó ese día esgrimiendo no estar repuesto psicológicamente de la agresión. “Los médicos me ordenaron reposo”, se excusó. No quería afrontar el patíbulo. En cambio, el día 12 hizo una declaración pública con mucha repercusión en los medios, sabiendo que cada palabra suya llegaba de inmediato a Suiza:
-Quiero comenzar ofreciendo mi más sincero propósito de perdonar; perdonar a quien quizás sin comprender cuánto daño le pudo hacer a un ser humano igual que ella, me golpeó dejándome no sólo una herida en la frente, sino también una imborrable marca de tristeza en el alma que tardará mucho en sanar.

El hombre se mostró conciliador, cardenalicio, como si estuviera dando una homilía piadosa y absolutoria… Pero la investigación seguía su curso…
Presionado por la Federación de su país, el Cóndor no pudo eludir con certificados médicos una segunda convocatoria de la FIFA y, a regañadientes, se presentó en Zúrich frente a la Comisión Disciplinaria el 25 de octubre. Le pidieron un descargo, pero fue confuso.

Le mostraron pruebas, le pasaron las imágenes cuadro por cuadro donde quedaba establecido que, con la bengala ya en el piso, él aún no sangraba. Dijo que tras la caída de la bengala entró en estado de shock y no podía recordar cómo se le produjo el corte en la frente. Pero debió admitir que no fue herido por el objeto luminoso. Y ese había sido justamente el motivo del abandono chileno.

En una primera resolución, la FIFA ya había suspendido a Chile para jugar en su país. Tenía una amonestación vigente por los serios incidentes ocurridos ante Uruguay en el mismo estadio Nacional en 1985 y, sumados los del día del 1-1 con Brasil, se determinó que no podría jugar en su territorio, por lo cual decidió enfrentar a Venezuela en Mendoza, Argentina. Posteriormente, el 10 de septiembre, tras llamar a Suiza al árbitro Loustau, al comisario oficial del partido Eduardo Rocca Couture (Uruguay), y al comisario extraordinario Agustín Domínguez (España), quienes sí asistieron, estos manifestaron que el ambiente era normal y estaban dadas todas las garantías para continuar el juego.

FIFA decidió una segunda sanción: dar por ganado el partido a Brasil 2-0, con lo cual clasificaba al Mundial. El caso del guardameta Rojas, que era más engorroso, lo pasaba a la Comisión Disciplinaria. Un tercer dictamen llegaría el 25 de octubre. Tras escuchar a Rojas, la Comisión Disciplinaria emitió un nuevo fallo que contenía solo dos puntos: 1) Suspensión a Rojas por 3 meses para cualquier actividad futbolística y de por vida para el ámbito internacional.

2) Multa a Chile de 50 mil francos suizos. En un apéndice, la sanción agregaba: “El portero Rojas fue invitado para que asistiera a los debates. Admitió que no fue alcanzado por la bengala que indujo al equipo chileno a abandonar el campo sin permiso en el minuto 69. Esta afirmación coincide con las aclaraciones hechas por los oficiales de la FIFA en el encuentro. Rojas declaró que no podía dar ningún detalle sobre la causa de sus heridas en la cara”. En el fondo, no hubo tanta severidad. En la edición de octubre de 1989 del recordado FIFA News, Joseph Blatter, entonces secretario general de la FIFA, calificó el acto de Rojas como “el mayor intento de engaño de la historia del fútbol”. Y todavía no se conocían las escandalosas revelaciones posteriores.

FIFA lleva al extremo las penas por abandono de un partido debido a un argumento muy atendible que explicó Blatter en esa misma editorial: “Los iniciadores de esa peligrosa comedia apenas se imaginaron las consecuencias que puede tener la interrupción provocada de un partido en un estadio con más de 150.000 espectadores. Por una vez, la fortuna acompañó al fútbol.

Los aficionados brasileños abandonaron sin incidentes uno de los estadios más grandes del mundo, una vez que la FIFA ya antes del encuentro, hubiera ordenado medidas de seguridad especiales”. En efecto, San Fútbol estuvo presente esa tarde en Maracaná. Y fue porque el público brasileño, como la casi totalidad de los presentes, pensaba que a Rojas lo habían herido. Malherido.

Si los hinchas hubiesen descubierto que Brasil estaba siendo víctima de una patraña -sumado a todo lo que le habían hecho en Santiago- el 3 de septiembre pudo haber terminado en tragedia. Pese a la gravedad señalada por Blatter, la sanción era mucho menos dura de lo que se esperaba. Los 50 mil francos suizos eran casi anecdóticos, y tres meses para Rojas eran nada.

La sanción de por vida para juegos internacionales tampoco era preocupante porque ya había pasado largamente los 32 años y con semejantes antecedentes -en la Selección Juvenil y en la Mayor- no iba a ser convocado más.Pero la Federación de Chile, en lo que hoy se considera un error garrafal, no quedó satisfecha y apeló el fallo, pese a que ya era vox populi en el ambiente del fútbol chileno y en los medios del país que Rojas se había autoinferido el corte sobre la ceja y que todo había sido un tongo colosal.

Porque Rojas, como en Crimen y castigo, no aguantaba la presión de su propia conciencia y de a poco iba revelando detalles a sus amigos más cercanos. Y cuando uno lanza una bola, esta comienza a rodar. Otros compañeros que sabían la verdad lo habían confesado a familiares, a periodistas amigos.

El clásico “te lo digo a vos, pero no lo comentes con nadie”, que luego se empieza a multiplicar. Nelson Maldonado era el utilero de La Roja. Fue sancionado con un año de suspensión y perdió su puesto. Hasta hoy lo lamenta.-Quedé manchado sin tener nada que ver, nada-, confiesa ahora, a treinta años del suceso, a Ignacio Leal, cronista del diario La Tercera. -Me culparon de que se perdió un polerón de Roberto y también los guantes, pero ese polerón él [Rojas] se lo regaló a Hisis y Vera para el arquero del Creta (N. del A: ambos jugaban en Grecia), y los guantes él los fue a buscar a los ocho días de que esto pasó.

Yo no siquiera vi esos guantes, ahí quedaron hasta que vino él a buscarlos. El único acercamiento al tema fue que cuando se iba, me da un golpecito en la cabeza con los guantes y me dice: “Negrito, con estos me hice famoso”. -¿Y no sospechó que algo extraño ocurría?-O sea, después de que ocurre todo esto, en el camarín, uno comienza a ver una sonrisita por aquí, unos guiños de ojos por allá… Tampoco es que uno sospechara, pero sí me di cuenta de que algo pasaba.-¿Y en algún momento Rojas le confesó la farsa?

-Días después lo acompañé al Sifup (Sindicato de Futbolistas Profesionales de Chile), porque nos seguimos juntando después de esto. Íbamos caminando por el Paseo Ahumada y la gente lo paraba para preguntarle cosas, algunos a favor y otros en contra. Le dije: linda cagada que te mandaste. Debo haber sido el único que se lo dijo en la cara. Él me reconoció: “Está bien po’, yo quería que fuéramos a Europa, que ganáramos plata”. Ahí me quedó claro que él estaba consciente de todo y que era el culpable directo. Me quedé callado.
La verdad comenzaba a extenderse entre los allegados al Cóndor. Y aunque Suiza queda lejos de Chile, se filtraban rumores en la prensa.

Tenso mano a mano en una plaza

Ante las primeras rajaduras del secreto, que ya había dejado de serlo, comenzaron a surgir revelaciones llegadas de Chile donde cada vez cobraba mayor fuerza la hipótesis de la simulación por parte del arquero y que se había herido él mismo.

La dirección de El Gráfico decidió entonces enviarme a Santiago a entrevistar al polémico guardameta. Toño Prieto, periodista de fuste y amigo, corresponsal de la revista en Chile, hijo del entrañable Chuleta Andrés Prieto y sobrino de Ignacio, grandes futbolistas y técnicos, hizo una gestión magnífica y consiguió el sí de Rojas para que fuéramos a verlo. Nos acompañó el fotógrafo Marco Muga, que tomó las instantáneas del momento. Fue el reportaje más duro de mis 45 años de periodista. Lo hice al aire libre en Plaza Italia, sentados ambos en un banco y rodeados de decenas de transeúntes que aún confiaban en Rojas y me miraban torcido cada vez que le preguntaba algo al Cóndor. Reproducimos íntegro el artículo:

Reportaje a un impostor
(Por Jorge Barraza Enviado especial a Santiago de Chile)

“No sé cuántos años viviré. Sí sé que hasta el último de mis días lúcidos lo recordaré en cada detalle. Estaba en el colosal Maracaná asistiendo a una fiesta del fútbol, tranquila y apacible, el 3 de septiembre de 1989. Brasil vencía a Chile 1-0 y, presionaba por otra conquista, evitada cuatro veces en forma extraordinaria por el notable arquero chileno Roberto Antonio Rojas.

Vi caer lentamente una bengala detrás del arquero, quien en un primer momento no la advirtió. Luego, según creo, y lo creo desde la firmeza de estar mirándolo detenidamente, Rojas se arrojó sobre la bengala en forma ampulosa. Acusó una herida, le salió sangre. No puedo explicar cómo. Sí se advertir una actitud dolosa. Y empecé a gritar en el palco de la prensa indignado como hincha del fútbol: “Es un farsante, lo vi, se tiró”.

Los periodistas brasileños no entendían, supongo. Los colegas chilenos me miraron con desprecio. No me interesó, lo escribí, y mi nota, titulada: “UNA FARSA QUE ENSUCIA AL FÚTBOL”, apareció en EL GRÁFICO del 5 de septiembre. Me acusaron de parcial, me enviaron muchas cartas desde Chile con ira, indignación y enojo. Ahora lo tengo frente a mí. Roberto Antonio Rojas, 32 años.

Estoy en su modesta pero coqueta casa del barrio San Miguel de Santiago. Sabe quién soy yo. Su esposa, María de los Ángeles, también. Hizo como que no se dio cuenta de mi llegada y le costó bastante romper el hielo. Sus hijos Paulo César, un santiaguiño de 8 años y Paz Belén, una brasileñita de siete meses, se encuentran al margen de todo. Estamos aquí para hacer la imagen familiar. Es el viernes 17 de noviembre. El diálogo áspero, por momentos violento, ocurrió en la tarde anterior en una plaza del centro de la ciudad. A él vamos. “La sanción es demasiado dura” -¿Cómo estás? -Tranquilo esperando la resolución de la FIFA sobre la apelación que hice de la sanción. Pienso que la va a reconsiderar.

-Tres meses suspendido para actuar en cualquier tipo de competencias, inhabilitado de por vida para disputar cualquier partido de carácter internacional… Yo pensé que podía ser más severa, ¿vos que decís?

-Que es demasiado dura porque, sin tener los antecedentes bien clarificados, la FIFA dispuso una sanción extremadamente drástica, nunca había tomado una determinación así. Yo creo que va más allá de lo deportivo, pasa por encima de los derechos del trabajador.
-Es probable que no haya en la historia de nuestra actividad una pena semejante. Tampoco un suceso como este. La misma FIFA lo declaró oficialmente como “el más grande intento de engaño de la historia del fútbol”.

-Bueno, esa es la opinión de la FIFA.
-Sí, claro, casi nada.
-Los antecedentes que se están reuniendo son para demostrar justamente que no es tan así. Que no fue un engaño, sino un accidente.
-¿Por qué creés que la FIFA resolvió sin tener todos los elementos?
-Porque si los hubiera tenido no habría autorizado a la Comisión I

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