04/05/2024

Ricardo Vasconcellos Rosado: El gran dinero va matando al fútbol

Domingo 15 de Marzo del 2020

Ricardo Vasconcellos Rosado: El gran dinero va matando al fútbol

“Con los contratos cambió todo. Firman por cinco años. Poco rato después hablan con el representante y le dicen que le busque otro club porque no entiende al entrenador. Se marcha y gana dos sueldos, el del club que dejó y el nuevo”, dice Antonio Mohamed.

“Con los contratos cambió todo. Firman por cinco años. Poco rato después hablan con el representante y le dicen que le busque otro club porque no entiende al entrenador. Se marcha y gana dos sueldos, el del club que dejó y el nuevo”, dice Antonio Mohamed.

El jueves en la noche me detuve en un video que contenía una entrevista a un personaje singular del mundo del fútbol: el exvolante Antonio Mohamed, argentino, hoy entrenador con largas campañas en Argentina, México y España. Sus actitudes pintorescas lo hicieron famoso en su país y en el extranjero, pero se le reconocieron siempre sus grandes virtudes futbolísticas y su condición de líder en los equipos que integró, entre ellos la selección de su país que ganó la Copa América en 1991.

Mientras veía las imágenes y escuchaba las reflexiones y anécdotas del Turco Mohamed, las trasladaba a lo observado en los partidos de Copa Libertadores de Liga de Quito contra Sao Paulo y de Barcelona contra Flamengo, el campeón reinante. Después me puse a releer Fútbol, el juego infinito, un libro fascinante escrito por Jorge Valdano, quien junto con César Luis Menotti y Ángel Cappa –ambos entrenadores– constituyen la esencia de la interpretación técnica, sociológica, política y económica de ese fenómeno mundial multimillonario que ha llegado a ser el fútbol. A esta lista de autorizados escritores debo añadir al mexicano Juan Villoro, autor de tres libros imprescindibles en la biblioteca de quienes quieren salir de la mediocridad poética de nuestros analistas: Los once de la tribu, Dios es redondo, y Balón dividido.

Para Mohamed (49 años) –y esto no es novedad– “con los contratos (de los futbolistas) se cambió todo. Firman por cinco años. Poco rato después hablan con el representante y le dicen que le busque otro club porque no entiende al entrenador. Se marcha y gana dos sueldos, el del club que dejó y el nuevo. Se perdió el hambre y la ilusión que tenían los jugadores de antes. La ambición se perdió y el rendimiento, en la mayoría de los casos, es mediocre. Ya no hay la mística del joven de otras épocas. No hay autocrítica ni una idea de lo que debe ser”.

Me detuve a pensar en el deprimente papel de Barcelona, zarandeado y bailado por Flamengo. No hubo sino un jugador al que puede señalarse como aquel que dio todo; con errores pero sin grandes culpas: el arquero Víctor Mendoza, al que su defensa sacrificó impunemente. No existe en el equipo más popular un líder, ni fuera del campo ni en la cancha. Para Mohamed “el líder es el que maneja los ánimos, de modo que todos estén conformes con la idea de juego y de conducta una vez que empieza el partido. Para que un equipo tenga éxito tiene que haber dos o tres tipos comprometidos con lo que plantea el entrenador. Este tiene que ganarse la confianza del jugador, buscar que crea en él. Hoy los tiempos son distintos a los que yo viví con Alfio Basile, por ejemplo. Cuando los jugadores entran a cambiarse, hay un tiempo en que estos no dejan entrar al director técnico. Me pasó a mí. Y cuando empiezan a dudar sobre la idea del técnico, todo se acabó. cada cual hace lo que le viene en gana durante el juego. El entrenador es rehén de los jugadores, hasta que se haga dueño del vestuario”.

¿Es esto lo que pasa en Barcelona? ¿Hay síntomas de algo parecido en Liga de Quito, cuyos dirigentes están siempre en conflicto con sus pares de otras instituciones y padecen de un espíritu ostentoso y exhibicionista que pretende disminuir psicológicamente a sus rivales, como en el caso de sus trofeos en la cancha.

Prefiero seguir con Barcelona. Impresionó en la etapa preliminar de la Libertadores y siguió a la fase de grupos a paso de vencedores. Parecía que los dirigentes y el técnico habían encontrado el equipo ideal. Confieso que me engañé, que me dejé deslumbrar pese a los 68 años que llevo en el fútbol, 56 de ellos en el periodismo. El triunfo ante Cerro Porteño fue un espejismo. Los seguidores del ídolo, maltratados por la pésima campaña de la directiva anterior, venían rogando, como Eduardo Galeano en su Fútbol a sol y sombra: “Un cachito de fútbol, por el amor de Dios”. Hasta ese molde de pereza e indolencia al que los ingenuos han convertido en un crack, corrió ante los paraguayos como cuando va a cobrar el suculento cheque de Barcelona.

Ante Independiente del Valle y Flamengo, los triunfadores de la ronda previa de la Copa fueron atropellados por dos tanques de guerra. Lo extraño es que los briosos jugadores de esa fase eran unas carretas en los dos partidos últimos. El apodado Mejor 10 de la historia parecía sufrir de coronavirus. Tiene asegurados dos años más de contrato y luego colgará los botines. Los refuerzos extranjeros son un fiasco. Después de ser bailados por Independiente del Valle se argumentó, por los ‘sesudos’ analistas de radio y televisión, que la causa de la debacle era la ausencia de Jonatan Álvez, “un hombre que se encarga de distraer a las defensas contrarias, permitiendo la eficacia de Fidel Martínez y la distribución de juego de Damián Díaz”. Una farsa interpretativa de las “condiciones” de una mediocridad. Con Álvez en su puesto, Flamengo se dio una quermés.

No existe en los jugadores de Barcelona –al menos en lo mostrado hasta hoy– el más leve signo de compromiso con la camiseta. Cada año llega a una docena de futbolistas nuevos sin el menor conocimiento de la historia del club, de las razones de su popularidad y de su gloria. En esa espiral de ignorancia entran los dirigentes, lo que los torna en inútiles para transmitir la mística barcelonesa.

Para Valdano, “la palabra que deja tranquilo a todo el mundo es actitud. ‘El partido no fue bueno pero mostramos actitud’. En ocasiones da ganas de reclamar un poco menos de actitud y que de vez en cuando le pasen la pelota a un compañero... ¿Cómo que no? Puede pedírseles que jueguen un poco mejor. Pero las palabras intensidad o actitud son un buen hallazgo que ayuda a los futbolistas a esconder los errores y salvar la mala conciencia”.

En Barcelona no hay siquiera actitud ni intensidad. Hay holgazanería, flojedad, desidia, gandulería, como habría dicho Alberto Borges. Un profesional se compromete por paga a poner todo su talento, su capacidad, sus recursos científicos para cumplir con su ciencia. Si los futbolistas de Barcelona fueran un equipo quirúrgico, un paciente de simple apendicitis se les muere en el quirófano. No tienen honestidad emocional ni son responsables con su profesión.

¿Podrá el técnico y los dirigentes cambiar el deprimente cuadro de displicencia de un club que se ganó la idolatría desde 1947 por el arrojo, valentía, coraje, determinación mostrados por jugadores que vestían el uniforme oro y grana sin contratos, sin sueldos millonarios, sin primas fabulosas, sin hoteles cinco estrellas. Todo a punta de valor y pasión por la divisa. (O)

Después de ser bailados por Independiente, los ‘sesudos’ analistas de radio y TV dijeron que la causa de la debacle era la baja de Álvez. Con Álvez en la cancha Flamengo se dio una quermés.

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