El fútbol-arte había sido proclamado por Gilberto Freire, sociólogo y escritor brasileño, cuando fue invitado por el famoso periodista deportivo y escritor Mario Filho a que hiciera, nuevamente, el prólogo de una flamante edición que publicó en 1967 de su libro estrella –cuyo original se había publicado en 1947– El negro en el fútbol brasileño. En el nuevo prólogo, Freire, luego de haber vivido la conquista de los mundiales de 1958 y 1962, incluyó la frase “Ahora sí Brasil inauguró la democracia racial en el fútbol”.
Filho, con su estilo punzante, había denunciado la segregación que sufría el jugador brasileño de raza negra. La sociedad brasileña en esos tiempos consideraba al fútbol una actividad exclusiva para clases de élite. Filho insistía en que el futbolista negro era el que podía llevar a la popularización el fútbol en Brasil.
Mario Filho había comprobado no solo las marginaciones, sino también la persecución que sufrieron los futbolistas negros como Bigode y Barbosa, a quienes los culparon del fracaso de Brasil 1950.
El Mundial de Suecia 1958 fue para los brasileños una bisagra psicológica de importancia. No solo se derrumbaron los maleficios y el poder de la superstición, sino que se convencieron de que el fútbol-arte, además de ser patrimonio de los brasileños, también les servía para ganar mundiales e instituir el jogo bonito, frase que muchos atribuyen a Pelé, cuando en 1977 la mencionó en su autobiografía Mi vida y el deporte rey, pero la realidad histórica confirma que es el mismo Gilberto Freire quien definió muchos años antes que el jogo bonito era el estilo que Brasil imprimió en su fútbol y que consistía en elegancia, naturalidad, precisión y futbolistas connotados que le devolvieron la felicidad al pueblo.
Los aficionados se preguntan si esa selección de 1958 fue mejor que la que ganó el Mundial de 1970, pero hay que reconocer que esos mismos aficionados han evitado incluir la de 1950, que para muchos no fue menos espectacular que las otras, pero que el Maracanazo la convirtió en fatídica.
El Mundial de Suecia 1958 fue una bisagra psicológica para los brasileños.
La aventura para llegar a Suecia se inició con una inédita clasificación. Brasil viajó a Lima y con un gol que patentaba la folha seca, Didi consiguió el triunfo y fue suficiente, porque Perú pensó que todo estaba consumado y no devolvió la visita. El técnico era el popular Feola, un personaje regordete. La insistencia de Nilton Santos y de Didi convenció al DT de convocar a Garrincha, sobre quien el médico diagnosticaba que su coeficiente intelectual no le daba para jugar un Mundial y a Pelé lo consideraba muy joven y sin experiencia. Feola aceptó que los dos estuvieran en la lista definitiva, pero no incluyó a Canhoteiro.
Los periodistas brasileños contaban que Canhoteiro era un puntero izquierdo veloz, experto en driblar con la cintura y a la carrera. Era el inventor de la doble aceleración y el mundo se privó de verlo, porque él tampoco ayudó para aquello, en vista de que una de sus especialidades era ser escapista de concentraciones y amante de las noches libertinas.
A Suecia asistieron 16 equipos, de los cuales cuatro eran de América (Argentina, Paraguay, México y Brasil); el resto, europeos. A Brasil le correspondió el Grupo 4, junto con la URSS, Inglaterra y Austria. En el primer partido, contra Austria, Brasil gana 3-0 con dos goles de su delantero Altafini y otro de Nilton Santos. No estuvieron Garrincha, Vavá y Pelé. Contra Inglaterra ingresó Vavá, pero fue un empate a 0, lo que hizo pensar a Feola.
Para el partido con la URSS, por primera vez se alineaba al equipo histórico: Gilmar, De Sordi, Bellini, Orlando, Nilton Santos, Zito, Garrincha, Didi, Vavá, Pelé y Zagallo. Ganó Brasil 2-0 con goles de Vavá. Luego, en cuartos de final, venció a Gales, con el detalle de que cuando el partido parecía que iba al alargue, Pelé anotó su primer gol con apenas 17 años, el más joven en lograrlo.
En la semifinal se debía enfrentar a la poderosa Francia, que en sus filas tenía a Just Fontaine y Kopa, goleadores despiadados. Esa tarde Brasil goleó a Francia 5-2, en lo que la prensa calificó como una semifinal épica, en la que brilló todo el equipo, pero en especial Pelé, que ese día convirtió un hat-trick. Los canarinhos explicaron al mundo en qué consistía el jogo bonito.
En la otra semifinal, Suecia había derrotado al fuerte equipo de Alemania Occidental. La final soñada para los anfitriones debía realizarse el domingo 29 de junio de 1958, en el estadio Rasunda de Estocolmo.
El día de la definición amaneció lloviendo y con el cielo cerrado. El clima preocupaba a Brasil, que ya el día anterior había tenido un contratiempo en el sorteo de camisetas: Suecia iba a utilizar la amarilla. Esto obligó al utilero de Brasil a conseguir en un almacén deportivo camisetas azules, porque lo habían condicionado que no fueran blancas, por haber sido el color que usaron en el aciago Maracanazo.
Jogo bonito, el estilo que Brasil imprimió en su fútbol y que consistía en elegancia, naturalidad, precisión y futbolistas connotados que le devolvieron la felicidad al pueblo.
Suecia era un equipo poderoso, conformado por nueve jugadores que participaban en el campeonato italiano. El rey Gustavo fue al estadio, que recibió a 50 000 espectadores. El partido se presentó favorable para los suecos, que a los cuatro minutos anotaban su primer gol. Desde ese momento Brasil fue muy superior, arrasó y ganó 5-2. Se lució nuevamente Pelé, con dos goles, uno de ellos de antología: recibió un centro con el pecho, la dejó botear, hizo sombrero al defensor y, sin dejar que la pelota tocara el piso la envió a la red.
Sobre esa final el rotativo londinense World Sports publicó: “Había que restregarse los ojos para creer que aquello era de este planeta”.
Esa final ganada por Brasil dejó otro evento anecdótico cuando Bellini, el capitán, a pedido de sus compañeros, levantó por primera vez la copa Jules Rimet. Solo se había conocido que en la final de 1938 el DT de la selección italiana, Vittorio Pozzo, levantó con una mano esa misma copa.
El avión presidencial los fue a recoger a Suecia y la primera parada fue en Recife, donde los jugadores debieron dar una vuelta por la ciudad. Cuando llegaban a Río de Janeiro, aviones cazas de las FF. AA. escoltaron el avión. Se comenta que un millón de personas esperaban el paso de la delegación. Cuando se abrió la puerta del avión, Brasil entero se estremeció; el cielo se coloreó de un rojo artificial intenso. Tres horas duró el viaje desde el aeropuerto a la ciudad. El presidente De Oliveira decretó una pensión vitalicia a cada jugador, relojes, casas, condecoraciones; también hubo heridos, infartados, desmayados y muertos. En esa noche inolvidable, para los brasileños cristianos fue san Pedro quien hizo el milagro; en cambio, para otros fue el éxito de la reunión de brujos realizada por la tribu Txcurramac, antes de la final.
Lo que sí está suficientemente comprobado es que esa selección de Brasil de 1958 no solo consiguió vivir a plenitud la democracia racial en el fútbol, sino que hace 62 años Brasil mostró al mundo el sin par jogo bonito. (O)