Lionel Messi es de aquellos genios del fútbol que nacen así, con los atributos intactos; es parte de la legión de los predestinados.
Sus pasos iniciales estuvieron llenos de dificultades. Aquellas pruebas marcaron su destino. Nacido en una familia de migrantes italianos, don Aniceto Messi dejaba la comuna de Recanati, pequeña localidad sobre el mar Adriático, en los albores del siglo XX. Como tantos italianos, huyó de la desolación y la miseria de la Primera Guerra Mundial hasta llegar a la prometedora Argentina. Encontró en Rosario el lugar para formar su familia. Su nieto Jorge Horacio Messi se casó con Celia Cuccitini, vecina del barrio y con quien procreó cuatro hijos; al último de ellos lo bautizaron como Lionel Andrés Messi.
Desde niño, habilidoso, pero frágil por su estatura. No lo tomaban en cuenta en la cancha, que era un arenal del barrio. Con apenas cinco años lo pusieron para completar el equipo, que lo superaba en edad. Por esas cosas del destino, la pelota le llegó a la pierna izquierda y el asombro fue inmediato.
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No pasó mucho tiempo para que el sobrenombre Pulga fuera reconocido por la región. A los siete años ingresó a la categoría menor del Newell’s. Debutó con cuatro goles.
Los dirigentes del conocido equipo rosarino recomendaron a la familia que Leo iniciara un tratamiento de crecimiento, por su estatura, que no superaba los 1,30 m. El costo del tratamiento exprimía la economía de su padre, que era trabajador metalúrgico de la zona. El padre de Lionel, don Jorge Horacio, buscó otras alternativas, como el tratamiento hormonal en Buenos Aires.
Se inscribió en las inferiores de River Plate, que se negó a correr con los gastos de las inyecciones. La crisis económica que vivía Argentina hizo que Jorge Horacio viajara a Barcelona (España) en busca de trabajo, donde se quedó con Lionel y Rodrigo, su hijo mayor. El resto de la familia esperaba noticias en Rosario. Era 2000 y Lio medía 1,40 m. A los 13 años se probó en La Masia, donde está el famoso centro de formación, que en ese entonces estaba ubicado junto al Camp Nou del FC Barcelona.
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La historia cuenta que fue contratado en apenas 20 segundos, lo que tardó Carlos Rexach, el DT que recomendó que por sus destrezas era urgente asegurarlo. El primer convenio fue firmado simbólicamente en una servilleta. Desde ese día, Lionel Messi se convertía en jugador del azulgrana catalán.
Sus ejecutorias y sus goles desde sus inicios abundaron, mientras él, tímido, se refugiaba solitario y cumplía al pie de la letra sus entrenamientos y su tratamiento, que en esta ocasión corría por cuenta de su nuevo club.
En Rosario se conoció la noticia y Newell’s no facilitó el pase que lo habilitaba para jugar. Ello demoró más de seis meses. Cuentan que Lionel Messi siempre guardó reparo, pero nunca rencor, por el proceder del Newell’s.
Desde su confirmación en el FC Barcelona, su crecimiento futbolístico fue vertiginoso. Jugó con la selección argentina sub-20 en el Mundial de Holanda 2005 y fue declarado el mejor, y además fue el goleador. Argentina comenzaba a reconocerlo como ídolo sin que nunca hubiera jugado un segundo en su campeonato. Sus cualidades a la vista los hacía creer que había nacido el sustituto de Diego Maradona.
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Con el paso del tiempo y frustradas sus presentaciones con la camiseta de la selección argentina absoluta, sus detractores comenzaron a fustigarlo, porque el gran Leo no les otorgaba un Mundial absoluto ni la esquiva Copa América. Sus críticos lo cuestionan, porque el gran hacedor, el mago del equipo catalán, en su selección se convierte en un obrero más que baja la cabeza, como gesto de impotencia. Otros lo han calificado como indiferente, características diferentes al compararlo con Maradona.
Allegados de Messi comentan que se confunden su jovialidad y su sencillez con la timidez que no existe, y alegan que un ser humano tímido no es capaz de enfrentar a los más encopetados y famosos defensores del mundo para dejarlos desparramados.
En su fulgurante marcha con la pelota, un tímido es incapaz de salir con la energía con que asumió 2016, año que perdió la final con Chile en la Copa América Centenario y dio la cara ante la derrota y además anunció: “Se terminó la selección, ya son cuatro finales, no es para mí, lamentablemente lo busqué, era lo que más deseaba, no se me dio, pero creo que ya está, la historia con mi selección se acabó”. La sala, repleta de periodistas, eclipsó. Luego del silencio, la noticia recorrió el mundo, en especial su Argentina, golpeada en lo que más duele: perder una final en fútbol.
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Se trastocó la noticia: su astro Messi abandonaba la Selección. Cuentan que el 10 argentino intencionalmente, en estrategia mediática, protegió a sus compañeros de la crítica severa con que la prensa argentina apuntaba sus dardos.
Al otro día la noticia principal fue “Messi abandona la Selección”. El objetivo estaba cumplido. Luego comenzaron los ruegos, las súplicas de que no lo hiciera. Hasta los más críticos disimuladamente se sumaron al pedido de que diera marcha atrás a su decisión de renunciar a la selección argentina. Tras unos meses, Messi envió el comunicado: “Amo demasiado a mi país y tengo la ilusión de darle alguna alegría pronto”. Y regresó, pero esa alegría ofrecida al pueblo argentino sigue en deuda.
La historia reciente con el Barça y su deseo de abandonarlo forma parte de esas leyes que tiene el asombro, como lo repetía el gran escapista Harry Houdini o como cuando Alfred Hitchcock invitó a Salvador Dalí porque tenía la necesidad de que la genialidad del pintor diera más sentido al suspenso de sus pensamientos. Messi, con su declaración, tenía todo fríamente calculado, como lo pudo demostrar. Los elementos de su renuncia entran en el conciliábulo de la opinión pública. Aplicando un escapismo legal, envió mensaje urgente, elocuente en su deseo. En ese escrito dijo todo lo debido y no dijo más de lo debido.
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Los mejores equipos de Europa lo quieren y lo necesitan. Sus dueños, sean árabes, chinos o rusos, están dispuestos a sacar sus chequeras. Saben que Messi es para el fútbol como la música es para el alma del aficionado; esa comunicación lúdica, esa influencia invisible todavía es para usufructuarla. Así tenga 33 años.
En lo único que Messi se parece a Pelé es en lo que afirmaba Dante Panzeri: “Con Pelé pueden no necesitar asientos para ver un partido, tal es la posibilidad de que sus genialidades mantengan al público de pie”. Y eso Messi puede hacerlo y lo saben los dueños de los clubes que lo pretenden, menos Josep Maria Bartomeu, actual presidente del FC Barcelona, que sigue en su carrera cuesta abajo: dejó ir a Neymar, ahora está a punto de perder a Messi; por esas torpezas pasará a la historia seguramente.
¿Por qué Messi lo tenía todo fríamente calculado? Porque sabe que el presidente del club es cada vez más impopular, que en sus manos está hacerle perder la dignidad, que se le ocurrió mantener a su técnico Setién y su ayudante, que nadie podía soportarlo. Responsable de perder la liga y la Champions con una actuación avergonzante. También porque el nuevo técnico Koeman despachó a Luchito Suárez, su compadre del alma, y porque Lionel Andrés Messi confirma la teoría de que el carácter de los genios siempre es impredecible. (O)