La imprevista goleada sufrida por el FC Barcelona al caer 8-2 ante Bayern Munich sigue dando coletazos con temas de resonancia mundial, como el intento frustrado de Lionel Messi –el mejor jugador de la historia del club–, de marcharse, la separación de Luis Suárez, las bajas de Iván Rakitic, Arturo Vidal y Samuel Umtiti y la repulsa popular al presidente Josep María Bartomeu, mezclado ahora en un escándalo de corrupción. En otra dimensión, y sin trascendencia universal en una época en que no había televisión, satélites, fibra óptica ni redes sociales, sino las páginas de los diarios y unos pocos programas de radio, el Barcelona de Guayaquil pasó por uno de los peores momentos de su historia al recibir, en 1957, ocho tantos hechos por el poderoso Bangú de Río de Janeiro, que lo goleó 8-1 en el Capwell.
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Los cariocas llegaron a Guayaquil con un equipo que ha sido considerado el protagonista de la época dorada de Bangú. Lo encabezaba Thomaz Soares da Silva, el famoso Zizinho, a quien acompañaban jugadores históricos como Zózimo (campeón mundial con Brasil en 1958 y 1962), Nívio (tercer goleador de la historia de Bangú, con 152 tantos) y Decio Esteves (octavo, con 57). Los viejos amigos con los que hablo del fútbol de ayer saben que siempre he contado que el más grande recuerdo que guardo del viejo estadio Capwell es haber visto arribar con el balón dominado, la cabeza levantada y los ojos bien abiertos hacia el panorama del área contraria a Zizinho. Desde mi lugar en la general de la calle Quito, casi cerca del codo con General Gómez, fui testigo del arte de ese inmenso crack que fue Zizinho, vigente goleador de la Copa América, junto al argentino Norberto Tucho Méndez, pese a haber jugado el torneo por última vez hace 63 años.
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Para tener una idea de la calidad de Zizinho vale citar dos testimonios. El primero, de la página web www.imortaisdofutebol.com, que señala: “Todos admiraban su valentía, su talento, su genialidad para atacar, armar jugadas, cabecear, chutear, y ver el juego como ninguno podía ver. Tuvo la actuación más perfecta de la historia de un jugador con la camisa de la selección brasilera en la victoria por 2-0 contra Yugoslavia en la Copa del Mundo de 1950. Fue el primer ídolo de Flamengo y el mejor jugador brasileño antes que Pelé, quien siempre afirmó ser fanático del fútbol de Thomaz Soarez da Silva, más conocido como Zizinho, un genio con la camisa 10 (u 8, dependiendo de la época) en tiempos que no había números en la espalda de los jugadores”. Pelé lo reconoció al revelar: “Cuando yo era un niño quería imitar a dos futbolistas: a mi padre Dondinho y a Zizinho. Este era completo: jugaba tanto en el medio como en el ataque, era ofensivo y sabía marcar. Era excelente con la cabeza y sabía eludir rivales mejor que cualquiera”.
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Bangú debutó en el Capwell ante Emelec, el 2 de junio de 1957. Los eléctricos eran los campeones de 1956 y se pensaba que podían ser rivales parejos para el plantel de Zizinho, que dirigía el afamado Gentil Cardoso. No lo fue: cayó 5-0, aplastado por la superioridad de Bangú. Enseguida se pensó en el subcampeón de 1956, Barcelona, que se había ganado desde 1947 el papel de reivindicador del fútbol porteño ante grandes equipos extranjeros. Se midieron el 5 de junio de 1957 y se produjo lo que Diario EL UNIVERSO llamó “una catástrofe”. Bangú le propinó al Ídolo del Astillero la peor derrota de su historia: 8-1. El primer tiempo terminó 7-0 con goles de Zizinho, Decio Esteves (2) Hilton Vaccari, Zózimo, Luis Jurado en contra, y Nívio. Hasta los primeros 20 minutos Barcelona no había realizado un solo tiro al gol contrario, mientras adelante Calazans, Zizinho, Hilton Vaccari, Decio y Nívio se daban un festival con la defensa torera que sacrificaba al excelente golero Pablo Ansaldo. El mediocampo era una pampa por donde corría el esférico impulsada por Haroldo y Zózimo mientras los volantes Carlos Alume y César Solórzano (alineado pese a una lesión) no atinaban a contener ni apoyar a los delanteros. El público se sintió tan defraudado que empezó a silbar a los locales y cada balón que iba a la general desaparecía en manos de los descontentos. Las peores pifias fueron dedicadas al veterano zaguero central Carlos Pibe Sánchez, lento e incapaz de ofrecer alguna dificultad al ataque carioca. La línea defensiva se entregaba ante una embestida de cinco hábiles delanteros que no eran controlados por los volantes toreros. Luis Niño Jurado fue otra víctima de las silbatinas cuando intentó rechazar un centro de Nívio y metió el balón en su propia valla. En el segundo tiempo Zizinho estremeció las redes de un cañonazo y Simón Cañarte marcó, casi al finalizar el partido, con el cobro de un penal.
Al día siguiente los diarios publicaron ácidas críticas hacia los jugadores locales, especialmente a los más veteranos, pidiendo su retiro. “Con la desastrosa pérdida puede considerarse que el gran equipo ha terminado. El equipo que hizo época en la era dorada del fútbol porteño ha concluido”, decía EL UNIVERSO.
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La nota hacía mención a los jóvenes futbolistas que en el preliminar, en partido de reservas, habían derrotado a Everest que jugaba con sus titulares, incluidos los argentinos Hilario Ayala y Horacio Tanque Romero. Esa “sangre nueva” de Barcelona debía tener su oportunidad. Los diarios mencionaban de modo especial a un joven, espigado y fuerte que como back central había anulado al goleador argentino Romero: Vicente Lecaro Coronel. Barcelona dio de baja a tres jugadores legendarios: Sigifredo Chuchuca, el arquitecto supremo de la idolatría que había maravillado con sus goles por doce temporadas; Carlos Pibe Sánchez, quien había enfrentado con éxito durante 180 minutos a Alfredo Di Stéfano cuando llegó con Millonarios, en 1949 y 1952, y era la columna fuerte de la defensa por once campañas; y a Jorge Mocho Rodríguez, llegado del Reed Club, el anotador del primer gol a Millonarios en 1949 jugando de centro delantero, pese a su escasa talla. Jurado jugó algunos partidos de 1957, pero pronto se fue al Favorita de la división de ascenso. Para remplazar a Chuchuca Barcelona llevó al centro del ataque a Gonzalo Chalo Salcedo, habitual alero derecho. Era un jugador de grandes recursos técnicos y de una valentía que no ha sido superada. Lecaro suplió a Sánchez hasta convertirse en el mejor zaguero central de la historia de nuestro balompié.
Al quedar la punta derecha libre Barcelona dio la alternativa al inteligente Rigoberto Aguirre, a quien llamaron más tarde Corbatta. Y como marcador de la punta izquierda quedó Miguel Esteves. Ocho goles en Portugal e igual número en Ecuador. Dos momentos distintos, pero con iguales consecuencias: la renovación de los planteles y el adiós de algunos de los grandes. (O)