"No podemos fichar como el Chelsea porque nuestro dueño no es un país ni un oligarca", señaló, a modo de queja -y de excusa- Jurgen Klopp al ser preguntado por los refuerzos del equipo londinense, que totalizaron 223 millones de euros (siempre hay que sumarle abultadísimas comisiones, que no aparecen en el monto del pase, y el compromiso por cuatro o cinco años de contratos altísimos que, una vez asumido, se paga íntegro; el futbolista eso se lo asegura al firmar). En primer lugar, debe aclararse que el Chelsea estuvo durante dos mercados sin contrataciones por una suspensión de la FIFA, ahora se puso al día.
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Klopp se refería en el primer caso al Manchester City y al PSG, que son propiedad de fondos de inversión soberanos de Emiratos Árabes y Catar respectivamente. O sea, pertenecen a esos países. Y en el segundo, al Chelsea, del ultramillonario ruso Roman Abramovich. La crítica carece de sentido desde el momento en que el Liverpool es un activo de John W. Henry, dueño también del Boston Globe y de Fenway Sports Group, una corporación estadounidense dueña de los Medias Rojas de Boston, un equipo de carreras de la Nascar y varias compañías menores. O sea, Henry está unos puestos más abajo que Abramovich en la lista de magnates de Forbes, pero no es un mendigo. Luego, vale subrayar que el Liverpool es un equipo construido a talonario. Salvo el lateral Alexander Arnold, el resto de la nómina es de chequera, no de cantera. Veinticuatro integrantes de su plantel provinieron de otros clubes a precios altísimos. Solo el arquero Alisson y el zaguero Van Dijk le costaron 73 y 85 millones de euros (pedidos por Klopp). En esta misma ventana acaba de invertir 100 millones en Tsimikas, Thiago y Diogo Jota. Que no se nos pase de pícaro Míster Klopp.
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No cabe decir que el PSG, el City o el Chelsea son equipos de billetera, todos los grandes de Europa lo son. A los habituados a coronar les molesta que aparezcan nuevos competidores con posibilidades de título, en cambio es saludable para el fútbol. También lo es que se respete el Fair Play financiero, que consiste en poder gastar hasta donde da el tope de ingresos genuinos generados por el club.
Existe una desconfianza mal entendida en cuanto al desembarco de empresas o fortunas al fútbol. El Chelsea era un club tradicional de Londres que había logrado una liga (en 1955) hasta el arribo de Abramovich el 1 de julio de 2003. A partir de allí tuvo un crecimiento excepcional y se transformó en un club planetario, obteniendo 18 títulos, entre ellos 5 ligas, 5 Copa Inglesa, 2 Europa League y una Champions, además de una docena de subcampeonatos. Ha sido fenomenal para sus hinchas y para el fútbol inglés. Casi idéntica a la película del Manchester City, que a partir de la llegada del fondo emiratí se convirtió en un club líder en el mundo. Lucía dos ligas en sus vitrinas (1937 y 1968), ahora es un multicampeón que se sienta en la mesa del Real Madrid, el Manchester United, el Bayern Munich o el Barcelona. Otro tanto aconteció con el Paris Saint Germain, club que ostentaba dos campeonatos locales y, desde la llegada del grupo catarí le agregó 7, más 11 copas nacionales y acaba de ser finalista de Europa. Los tres están situados ya en la cúspide. ¿Es malo para el futbol que haya más participantes fuertes y con acceso al éxito…?
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Estamos viviendo en este mismo momento otro proceso similar en el Everton, club con estirpe, pero alejado del triunfo por décadas. El empresario británico-iraní Farhad Moshiri adquirió la entidad, le lleva inyectados más de 300 millones de euros (otros hablan de 500) y los fans están asistiendo a un renacimiento azul, que ojalá prospere en títulos, ganarían aún más la Premier y el fútbol en general, pues mejora la competencia. Entre 1973 y 2013 el Liverpool y el Manchester United se repartieron 24 torneos de liga. Ahora sería imposible, hay mucha contra. En Alemania, la compañía de bebidas Red Bull fundó en 2009 el RB Leipzig sobre las cenizas de un antiguo club de la ciudad del este. Empezó en la quinta división, fue subiendo, ascendió a Primera y en 2017 fue segundo del Bayern en la Bundesliga; ahora acaba de llegar a las semifinales de Champions. Sigue creciendo. Hubo quienes pusieron el grito en el cielo por una posible mercantilización del fútbol, sin embargo, la realidad indica que estas empresas o millonarios no hacen más que poner dinero. Y lo que necesita la Bundesliga es justamente que le salgan rivales al Bayern, alguien que pueda destronarlo y dar atracción al torneo.
Ojalá grandes grupos económicos ayudaran a revertir la pronunciada declinación del fútbol sudamericano.
No vayamos lejos, tenemos el ejemplo colombiano del conglomerado Ardila Lülle, que llegó a Atlético Nacional y lo convirtió en el número uno lejos del fútbol cafetero, conquistando 21 estrellas desde 1996, incluida una Libertadores. El medio necesita más Ardilas Lülles.
Ojalá grandes grupos económicos ayudaran a revertir la pronunciada declinación del fútbol sudamericano. ¿Qué puede ser peor que el marasmo actual, las derrotas, el ostracismo…? River Plate, además de transferir a Juan Fernando Quintero a China y ponerle el cartel de venta a todo su plantel, acaba de pedir un préstamo de 500 millones de pesos para pagar deudas, sueldos y costos operativos. Y esto no es un tema coyuntural, hace tiempo nuestros clubes vienen con padecimientos financieros. ¿No le vendrían bien inversores privados al fútbol argentino…? Alguien que ponga 50 o 100 millones de dólares en Independiente, Racing, San Lorenzo. Que en lugar de dos Boca y River haya diez. O quien inyecte músculo económico a Peñarol para que vuelva a ser Peñarol. La inversión privada es mala palabra en ciertos medios, pero si se quiere volver a ser competitivos en serio va a haber que abrir la mente. Mientras, nos estamos aficionando cada vez más al fútbol europeo y a sus clubes. (O)