“No es una entrevista, sino una charla íntima”, adelantó Pablo Giralt, argentino, 48 años, periodista de DIRECTV Sports sobre el encuentro que tuvo con Lionel Messi en París hace unos días. El rótulo de entrevista, esa puesta en escena entre alguien que pregunta y alguien que responde, suele atemorizar a algunos personajes y por eso los periodistas solemos evitarla. Distancia. Y lo que más deseamos en ese tiempo que tenemos, acaso una hora, acaso menos, acaso más, es acercarnos. Descubrir las capas de un sujeto.
Es pretencioso, desde luego, y apócrifo en cierta medida. Si queremos adentrarnos en los recuerdos y los pensamientos de alguien nos faltaría vida. Pero, seguramente, lo lograríamos con el silencio y la observación más que con las preguntas que creemos inteligentes y astutas. Como dice Julio Villanueva Chang, ese gurú de los periodistas que no hace periodismo: “somos lo que no podemos evitar”.
Giralt es ameno, lleva casi tres décadas relatando partidos y relatando a Messi desde que era un muchachito tímido que escapaba de las entrevistas con los mismos quiebres con los que ha construido su leyenda. El Messi de hoy, el que se jugará su última oportunidad de ganar un mundial en menos de un mes, es otro. Ahora es él quien intimida. Tiene 35 años, una familia, centenares de goles, una colección de trofeos, y lleva la mitad de su vida lidiando con la prensa. Son poquísimos quienes pueden decir que lo han tenido enfrente, cómodamente, desde un sofá. Existen quienes lo han perseguido en busca de una declaración al vuelo y quienes, como el resto de mortales, se han conformado con verlo crecer desde una pantalla.
Giralt tuvo esa oportunidad única, reservada para unos pocos, esta semana. Charló durante una hora con Messi, con una cámara registrando el instante para la posteridad. Le preguntó por la relación con sus padres, por sus días en París, por la Copa América de Brasil y cómo ha revitalizado las esperanzas de los argentinos de volver a decir que son campeones del mundo luego de 36 años. Hizo su trabajo. Pero después, tras la última pregunta, se derrumbó. La cara se le comenzó a inundar. Y pasó de ser un entrevistador experimentado a un niño que había conocido a su ídolo.
¿Es válido? Tendríamos que estar allí y, claro, en ese hipotético caso Messi tendría que significar para nosotros lo mismo que significa para Giralt. Tendríamos que estar en sus zapatos. Durante su llanto, el periodista mencionó a su ciudad Venado Tuerto, en Santa Fe, refiriéndose a que le costó el doble que a otros colegas por no ser de la capital. En ese sentido, Messi representa para él la cúspide de una carrera. Messi es la meta. La coronación del camino. Solo Giralt sabe los inconvenientes que pasó. Eso sí, si su llanto no es genuino es básicamente la frutilla del show y su forma discutible de pasar a la historia también. ¿Podrá criticarlo después cuando tenga un mal partido o se falle un penal decisivo en Qatar 2022? Difícil. Pasará saliva nomás.
En esta era donde los periodistas vamos a todos lados con una cámara en el bolsillo, y donde de vez en cuando entrevistamos a un personaje famoso es un error tomarnos un selfie y colgarlo de inmediato, aunque para la platea sea un símbolo de éxito profesional. Hay matices, cómo no, y, por lo tanto, excepciones (prohibido con políticos y empresarios). Pero no puede ser una costumbre. Es un grillete a un oficio cuya razón de ser es la libertad para retratar el mundo. Es el reto de estos tiempos además de producir notas a granel, con dignidad. Pero démosle el beneficio de la duda a Giralt. Es humano también.
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