Así como Tim se fue a la tumba sin saber por qué Cueto no dio un pase bueno en España 82, mi cuerpo se convertirá en cenizas sin conocer por qué a los escolares de los setentas se nos engañaba con la vergonzosa historia de que nuestro himno nacional “era el segundo mejor del mundo, solo detrás de la Marsellesa”, como si ello fuera motivo de orgullo.
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Nuestra vida está repleta de leyendas urbanas nacidas de chismes, falsedades o declaraciones amables. Durante México 86 se decía que Luis Fernández, el estupendo volante francés que jugaba al lado de Michel Platini, era peruano (los más avezados afirmaban que había vivido por la avenida Canadá). Y por años, los niños setenteros crecimos con el cuento de que el Perú-Brasil del 70 había sido el mejor partido de los mundiales solo por un par de líneas cordiales del español Pedro Escartín y una declaración amable del entonces presidente de la FIFA, Joao Havelange.
Algunas historias tienen más asidero que otras. Una de ellas, que repitieron incontables veces Pocho y El Veco, señalaba que Perú era el hijo futbolístico de Brasil. No había en América otro equipo que se le pareciera más en juego, técnica y talento. Ni los argentinos acariciaban mejor el balón que los nuestros, decían. Nadie era capaz de ejecutar proezas similares a las de los malabaristas brasileños. Las pisadas de pelota de ‘Pitín’, la cimbreante cintura del ‘Nene’ y las sutilezas del ‘Poeta’ daban aire a ese artístico parentesco. Como para que nadie dudara de esa hermandad sanguíneo-pelotera, después de México 70, el propio Pelé declaró: “No se preocupen, ya tengo sucesor. Es Teófilo Cubillas”.
¿Pero de dónde nace la fantasía del juego ‘verdeamarillo’? Para explicar su origen, los brasileños recurren a la figura del malandro. En “Fútbol contra el enemigo”, Simon Kuper explica que el malandro, una figura propia del folclore brasileño, es un pícaro, un embaucador, que no cree en la disciplina y la considera “buena para el mediocre”. “Para el malandro futbolista -explica el periodista inglés- era absurdo planificar el modo de jugar. Uno sencillamente hacía lo que salía. Garrincha podía destrozar cualquier sistema defensivo, aunque tuviera una pierna más corta que la otra”.
Ambas selecciones se han enfrentado en 51 ocasiones, con Brasil como campeón en la mayoría de los partidos. Los resultados a nivel general fueron:
- 37 victorias para Brasil;
- 5 victorias para Perú;
- 9 empates;
- 110 goles de Brasil;
- 33 goles de Perú.
En tiempos hiperprofesionalizados, donde hacer un túnel es visto casi como una ofensa y su malandro mayor -Neymar- se recupera de su enésima lesión dilapidando su fortuna en salones de apuestas, Brasil deambula sobre los campos de juego sostenido por la nostalgia y el temor que infunde su camiseta. Pese a tener futbolistas que transitan por la élite como Vinicius, Rodrygo o Raphinha, su versión 2024 se parece más a la de un auto viejo armado con piezas lujosas al que le cuesta arrancar.
¿Y Perú? Hace tiempo que dejó de ser hijo putativo de lo que alguna vez fue el ‘Scratch’. El equipo que sangra para disparar al arco contrario y guerrea más que juega, cada partido se parece menos a ese Brasil que nos llenaba de alegría. Nunca fuimos Brasil, pero cómo nos gustaba creer que nos parecíamos.
Hoy lo único que nos une -y nos desgracia a la vez- es que ni ellos ni nosotros somos los mismos. Apenas somos una sombra de lo que fuimos.