LOS ÁNGELES -- Dicen que está muerto, que los estadios no tienen vida. Pero, ¡Dios! Es un sismo ensordecedor cuando palpita.
Dicen que es sólo un foso con epidermis gastada de cemento. Pero se ha convertido en fosa común de sus invasores.
Dicen que está viejo, decrépito, apestoso, caduco. Pero, cuando se yergue, azota con una juventud eterna, herculina.
Dicen los eruditos del futbol que nunca han visto que la muchedumbre de la tribuna marque un gol. Este miércoles por la noche, yo vi dos, y qué dos.
“Ellos, allá arriba, no juegan”, dicen. “No asustan”, dicen. Pero se meten bajo la piel de los suyos. Lo atestigüé este martes. Levantaron a sus propios muertos: Florian Thauvin y el Cocoliso González.
“Es sólo barullo; es sólo boruca; es sólo ruido”, dicen. Este miércoles por la noche quedó claro que es algo más, mucho más: es solidaridad, es adrenalina, es complicidad, es fe, es pasión... y dos goles.
Tigres 2-1 León. Porque El Volcán no se extingue.
Este miércoles, donde había cenizas producto de un dislate de Nahuel Guzmán, empezó a vomitar lava. El Jugador 12 existe. Y juega. No contra el rival, pero sí con los suyos, por los suyos, a su lado.
A veces, usar un aumentativo es una forma vulgar, simplona y facilista de definición. Pero valga esta vez: fue un partidazo. Abajo, arriba. En la cancha y en la tribuna.
¿Cuánto hacía que el enjambre de Tigres no vivía con semejante frenesí un juego de futbol? Había gargantas apagadas y ceño fruncido. Los últimos torneos con Ricardo Ferretti ahumaban fracasos.
Y no era que los jugadores estuvieran rotos competitivamente. Era Tigres, el colectivo, el que estaba fracturado.
Los números, las estadísticas, que, según Guillermo del Toro, “son lo más cercano a la escritura de Dios”, son brutales. 30 remates a portería de Tigres por ocho del León. De ellos, diez al arco, por tres del León. 12 tiros de esquina y ninguno de la incomoda visita. 63% y 37% de posesión.
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Y es que a Tigres lo trepó al patíbulo una estulticia de su portero. El verbo “Nahuelear” ya merece ser exaltado por la Real Academia de la Lengua. Guzmán se sintió el más vivito, pero el listillo fue Jean Meneses. Uno iba bobaliconamente de pesca y el otro maliciosamente se envolvió en las redes. 0-1.
Y si Tigres ya exudaba ansiedad, la puñalada trapera le agregaba pavor. León se sentía cómodo resistiendo en su guarida y jugando a la guerrilla. El 0-1 y el reglamento, eran salvoconducto de liguilla.
¿Intuición? ¿Desesperación? ¿Sabiduría? ¿Histeria? Miguel Herrera voltea a la banca y sólo ven cuentas sin pagar. El Piojo elige a dos de los más piojosos refuerzos de Tigres: Thauvin y González. Era ahora o nunca. Para él y para ellos. El primero entra por el pistón Juan Pablo Vigon. El segundo, por un ya casi ocioso Sánchez Purata.
Tigres erraba y erraba. Chaka, Javier Aquino, Gignac, y Nico López, habían desperdiciado las más claras.
Y así, con el 0-1 apestando a epitafio, llegaban al minuto 90. Otro centro al área. Cocoliso soba el balón como billarista. Thauvin decide en la eternidad de una milésima de segundo. Una cabriola híbrida, entre media volea y media tijera. Rodolfo Cota y su mirada desorbitada comparten el azoro absoluto. 1-1.
El empate alcanzaba, pero no era suficiente. León seguía ilusionándose con un contragolpe; Tigres se nutría de la fe trémula del 1-1, y de ese orfeón implacable, constante, solidario, esperanzado, cómplice que era canto, grito, alarido destemplado, desde la tribuna.
El área del León era zona congestionada, zona de guerra, zona de la última esperanza. Dos equipos en busca de una hazaña, la de sobrevivir para la cita del sábado en el Estadio León.
Esta vez es Gignac quien aparece por izquierda, a segundo poste. Una reverencia con la cabeza al balón, con impecable precisión y generosidad. Cocoliso la prende de zurda. Cota, una estatua contemplativa ante el latigazo. 2-1. Era el minuto 95, esa hora marcada para las proezas, cuando ni el músculo duerme ni la ambición descansa cuando hay Tigres en la cancha y “tigueres” en la tribuna.
El desenlace es en León. Miguel Herrera lo sabe. Esta vez su Jugador 12 se quedará en casa. Él, El Piojo, deberá hacerse cargo de trasmutar a pura pasión, la sensibilidad profunda de lo vivido este miércoles por la noche. Los guerreros de la tribuna no viajan, pero las sensaciones sí.
Herrera ve la tormenta. “León no se va a rendir, está con vida”. Pero, también, el termómetro de Tigres denuncia fiebre por la victoria. “No dejaremos de atacar”, asegura El Piojo.
Dicen, pues, que El Volcán es sólo un foso con epidermis gastada de cemento. Pero se ha convertido en fosa común de sus invasores.
Dicen que El Volcán está viejo, decrépito, apestoso, caduco. Pero, cuando se yergue, azota con esa juventud eterna. Tigres lo sabe bien. Deberá conservarlo, evocarlo, invocarlo, convocarlo, este sábado en la selva esmeralda.