LOS ÁNGELES — Nacho Ambriz armó un galimatías en el Juego de Ida. Y otro en la Vuelta. Para Fernando Ortiz fue complicado, tanto como para un daltónico resolver un Cubo de Rubik. Y Toluca es finalista. Incuestionable. Irrefutable.
Una fastuosa y frenética fiesta en el Estadio Azteca que terminó en fastuoso y silencioso funeral. El Teatro de la Fe, convertido en luctuoso Mausoleo de la Esperanza americanista. Toluca: 3-2 en el global. El #ÓdiameMás es hoy más un meme que una injuria, que un desafío. Desfallece en las playas lastimeras del #YaMerito.
Parecía improbable que Toluca mejorara su versión del Juego de Ida. No necesitó hacerlo: Ambriz decidió presentar una versión totalmente distinta: a la frondosa cintura del América, le puso una ajustada y ceñida faja de postmaternidad y la desapareció.
Más allá de los contrastes, entre un Nacho Ambriz que jugaba un paso delante de los escarceos tácticos de Ortiz, la historia se escribe en la gallardía de sus hombres. Toluca tuvo espartanos y en el América, se ausentaron los exquisitos.
Jean Meneses se atragantó de cancha, se convirtió en el señor feudal del Azteca y todo Santa Úrsula, mientras en el fondo, Tiago Volpi abortaba los abordajes del América, interrumpiendo balones urgidos de gol, de ese único gol que necesitaba El Nido para acceder a la Final.
Toluca terminó hecho jirones en músculos y pulmones, pero agigantado espiritualmente con el pase a la Final, en una batalla que requirió más de 100 minutos, y un soponcio, cuando ya en el tiempo agregado, un soberbio remate de Henry Martín, pareció trastocar y arruinar su hidalga y estoica resistencia. El VAR no dudó: fuera de lugar.
Más allá del pase magistral para el gol de Alejandro Zendejas, Diego Valdés sigue quedando en deuda. Egoísta, vicioso de su soberbia, volvió a ser un jugador participativo con el balón, y desdeñoso sin él. El overol le duele a su ego. América, este sábado por la noche, necesitaba 11 guerreros, y no sólo eventuales paisajistas.
Y mientras el Leónidas toluqueño movía piezas, cambiaba hombres, se codeaba peligrosamente con el suicidio, y bajo el reto de Juan Luis Guerra, cruzaba el Niágara en bicicleta, sus hombres se llevan todos los honores, porque ninguno menguó la sangre y las hormonas, en esa batahola de más de 100 minutos.
Y como en la Semifinal de Ida, llegó el momento en que Álvaro Fidalgo se quedó solo en la cancha. Richard Sánchez, con otra amarilla y la roja merodeando, debió salir, mientras Diego Valdés se dedicaba a enredarse en círculos en la cancha, antes de ser sustituido.
Los cambios fueron reflejo de las tormentas internas de ambos entrenadores. Ortiz reaccionó con desesperación y angustia, mientras Ambriz cambiaba tuercas por tuercas y tornillos por tornillos.
En diez minutos, en tres movimientos, El Tano entregó la plaza. No fue culpa suya. O no sólo fue culpa suya, porque al final los relevos (Roger por Valdés, Aquino por Richard, y Cabecita por Brian Rodríguez), no fueron capaces de cumplir las órdenes de liderar el milagro. Era una guerra que había que librarla con mucha transpiración, pero con una dosis espontánea, explosiva, de inspiración.
Así, en los últimos 20 minutos del juego, América accionaba y reaccionaba por impulsos, por estertores, como patadas de ahogado, con balones al centro, porque ya en carriles interiores, ni Pedro Aquino le daba claridad, y Roger Martínez y Jonathan Rodríguez no encontraban el bisturí para al menos asociarse en esas zonas, de por sí, pobladas inteligentemente por el adversario.
Así se irguió Toluca en el bombardeo inocuo del adversario. Estaba dispuesto a morir, pero no a dejarse matar. Y lo consiguió, todavía con un par de manotazos de Volpi, y esa anotación de Martín, inmaculadamente anulada.
Toluca tendrá un día más de descanso que su rival. Este domingo, resuelven la duda Pachuca (5-2) y Rayados. Por lo pronto, la advertencia fue descaradamente puntual por parte de Ambriz: hay un porcentaje más elevado de lo que el propone y dispone, que lo que el rival descompone.
¿América? A sobrevivir al castigo mediático, inconsecuente, mordaz, punitivo y merecido, que la otra mitad del futbol mexicano, más uno, le han estado recetando. ¿Deberá seguir Ortiz? Sin duda, sólo habrá que poner en barata, en saldo, al dos por uno, a quienes quedaron en deuda, empezando por los flamantes refuerzos de poco desgaste espiritual, como Diego Valdés y Jonathan Rodríguez.