Comenzó su carrera profesional en Cerro Porteño, “cumpliendo el sueño de infancia de jugar en su club, en Primera División y con sus amigos”, defendió la camiseta de la Albirroja en dos citas mundialistas, marcó goles decisivos, levantó dos veces la célebre Copa Libertadores, pero quedó una cuenta pendiente en la historia de Francisco Arce.
“Todos mis objetivos se cumplieron, menos el de jugar en España, mi sueño de pendejo era jugar en España. Después todos los otros se cumplieron con creces. Yo solo tengo a la pelota, todo lo que soy, claro que la educación se la debo a mis padres, pero la pelota me forjó como ser humano”, recordó en una entrevista imperdible con D10.
“Ya tenía los valores, dados por mis padres, pero la pelota y algunos entrenadores que se me cruzaron en el camino solidificaron aún más mi conducta y mi carácter”, agregó el profesional, resaltando más tarde los nombres de tres de ellos: Paulo César Carpegiani, Luiz Felipe Scolari y Sergio Markarián.
Tuvo la ocasión de darse ese gusto, pero el ex lateral consideró que ya no era el momento. “Tuve la oportunidad y me preció que ya era tarde, después del Mundial de Corea-Japón 2002 me llegó una oferta del Valencia y terminé jugando en el Palmeiras”, señaló.
INICIOS DUROS. Como casi siempre pasa, los comienzos fueron complicados, más para un hombre del interior del país. Chiqui nació el 2 de abril de 1971 en una localidad conocida como Ñuatí, uno de los 36 barrios de Paraguarí, ubicada a 66 kilómetros de la capital. De este rincón partió a Barrio Obrero para iniciar el camino hacia la profesionalización.
Debutó el 1 de abril de 1990, en cancha de Olimpia, contra Guaraní. Un día antes de su cumpleaños. Pero esta historia no se produjo al son del dedo. Antes, Arce tuvo que jugar con “ficha mau” y luego mostrarse con diversos clubes de la región, en Interligas, en Copa República, en competencias bien caseras.
Su rendimiento llamó la atención del Danzarín, pero el pase no fue comprado, y en Guaraní se impuso la añoranza después de un día, hasta que en enero de 1989 emprendió camino hacia los que los azulgranas llaman hoy Capital del Sentimiento. “Era un gusto de mi papá, para venir a Sol pedía un dinero muy alto para la época y en Cerro vine en 44 cuotas”, dijo entre risas.
“Quería jugar en Cerro, quería jugar en la Selección, mi generación de ídolos o de referentes son los del 86. (…).Estaba decidido que quería ser futbolista, tenía eso fijada en la mente, me preparé para eso”, apuntó con su tono reposado destilando honestidad.
“En eso me ayudó mucho mi padre, en el acompañamiento, no en el abuso de la exigencia, siempre estaba para acompañar después de un penal fallado o de una eliminatoria, estaba para dar una voz de aliento cuando las cosas salían mal, siempre estaba ahí, pero no con el dedo acusador”, sentenció.
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