Pita el juez Rapallini y se derrumba. Ha jugado un partidazo pero igual, aquí desde la tribuna, se le nota el tajo, la herida. Perú cae 1-0 ante Brasil, cuya distancia con la Blanquirroja se mide en experiencia, vitrinas y millones de dólares pero hay un hombre que siente más la derrota. “Duele en el corazón”, dirá luego, en la conferencia. Me explico: usa las medias caídas, como en México 70, y aunque parece que va pesado, como un tren de carga, Renato Tapia llega. Pierden una pelota en el medio, digamos, Yotún, y Tapia cruza. Neymar ha lanzado una pelota de occidente a oriente, y cuando parece pase gol, Tapia cierra. Y si el equipo parece ahogado, como el jueves en Paraguay, como anoche con Brasil, Tapia levanta la cabeza y desde su posición de back sale largo con un pase de ‘10′.
Solo que, claro, es uno de los once. No alcanza siempre.
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Era back pero le sobraba juego. Tenía que dar un patada pero él entendía el pase. Dicen los que lo conocieron en Esther Grande que Renato Tapia era un dotado de habilidades técnicas que -sin rubor- lo ponían siempre dos o tres peldaños arriba de su promo. Ahmed lo vio y lo citó para la 20 esa del 2013 que cada tanto recordamos por eso: proponer juego. Pero no tenía cabida ni en el fondo duro de la dupla Araujo-Ortiz ni entre los tres medios -Guarderas, Hinostroza, Cartagena- tan parecidos a él. Supo esperar, siempre una virtud. Creció. Se fue a Twente de Holanda, se ganó el puesto, hizo goles y allá, bajo el rigor europeo, la TV por cable nos comprobó que no era un ministro de la defensa. Era un ‘10′ encubierto. Para qué destruir si puedes construir.
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