17/05/2024

"Claudio Pizarro: el viejo conquistador", por Jerónimo Pimentel [OPINIÓN]

Lunes 10 de Julio del 2017

Una mirada de nuestro columnista sobre Claudio Pizarro y su paso por la selección peruana. “La discusión no se puede atomizar. El ‘qué hubiera pasado si’ cede el terreno del análisis al de la ficción”

Una mirada de nuestro columnista sobre Claudio Pizarro y su paso por la selección peruana. “La discusión no se puede atomizar. El ‘qué hubiera pasado si’ cede el terreno del análisis al de la ficción”

La de Claudio Pizarro es la carrera más notable que ha tenido un peruano nunca en Europa. Dudar de ello es entrar en discusiones en las que el prejuicio, la envidia o la antipatía predominan sobre el dato. Los fanáticos del “Bombardero” tienen una larga lista de títulos, récords y goles que mostrar, así como insignias y vestuarios; los detractores, solo algunas páginas amargas con la selección nacional, lo que no debería extrañar en un libro repleto de fracasos. Ahora que es agente libre, en el invierno de su vida como delantero, quizá es momento de entender por qué el entusiasmo que Pizarro despertó en el Viejo Continente no corresponde con su carisma local.

Una idea tiene que ver con el tipo de jugador que es o fue: un ‘9’ clásico, de área. Ni virtuosismo, ni preciosismo; solo corrección técnica y definición. No es el tipo de salvador que por lo general se busca en la Blanquirroja, a la manera de Palacios o Cubillas. Pizarro solo funciona cuando un equipo lo alimenta y Perú es un conjunto que, por lo general, nutre poco, como este último Werder Bremen. De esta manera, en vez de exhibir un salto de calidad con la selección, el hincha percibió un contraste grosero entre sus logros profesionales y su labor ad honórem. La percepción puede tener un punto estadístico: el promedio de Pizarro con Perú ha sido de 20 goles en 85 partidos (0,23), mientras que su estadística en clubes es casi el doble: 310 tantos en 726 encuentros (0,42).

Otro punto es que Pizarro y sus muchos compañeros, es decir, todas las promociones con las que le tocó representar a Perú desde 1999 hasta el 2015, rompieron la racha histórica que indicaba que nuestro sistema futbolístico podía producir una generación notable cada 40 años. Es el lapso que va de los ‘olímpicos’ a la ‘generación dorada’ que ganó la Copa América de 1975 y clasificó a 3 mundiales. Si este pobre ritmo de producción de talentos se hubiera respetado Perú debería haber ido a alguna copa del mundo entre Francia 98 –donde casi se logra– y Brasil 2014. Como es sabido, eso no ocurrió. Es así que se trunca el lugar de Pizarro en la historia del fútbol peruano. Y en su foja personal también, donde la ausencia mundialista es una espina molesta.

¿Cuánta culpa se le puede atribuir? La verdad, poca. No es fácil deslindar responsabilidades individuales en un deporte colectivo y, a la vez, se requiere de mucha imaginación para plantear ucronías respecto a las jugadas en las que, efectivamente, existen errores con nombre propio, como un penal fallado o una bola perdida en salida. La discusión futbolística no se puede atomizar de esa forma y, en un punto, el “qué hubiera pasado si” cede el terreno del análisis al de la ficción.

Una conclusión temprana sería que el problema de Pizarro y su lugar en la historia procede de un doble contraste: el primero, respecto a lo que se podía esperar de un delantero multicampeón del Bayern Múnich; segundo; en relación con su sucesor, Paolo Guerrero, quien ostenta un comportamiento exactamente inverso al suyo: sus números se duplican cuando viste la Blanquirroja. Pero ese ya es otro artículo.

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