Vamos a decirlo así, para que enfurezcan: el fútbol peruano no produce un crack desde Farfán. Prueba nuestra pobreza. Todos los que surgieron después de Jefferson se han quedado –hasta ahora- en el rubro aspirantes: ni Yordy ni Deza ni Polo. Bastaría decir que a los 20 años, la edad de estos chicos, Farfán fue el goleador local de la Eliminatoria al Mundial 2006. Detrás de Ronaldo, el gordo. Y aunque eso puede parecer lejano, prehistoria, la última vez que Farfán fue futbolista en serio ocurrió en el 2015 y cuando ya arrastraba problemas físicos (y todo lo demás). Goles a Chile, golazo a Paraguay y muy aceptable Copa América. Salía en Amor, Amor, Amor, sí; pero también hacía los goles que nos faltaban.
¿Qué le pedían a Farfán desde Videna? Algo más práctico de lo que pensamos: que juegue. Que encuentre club y se entrene bien, que pase pretemporada y que, si es posible, se acerque de nuevo al jugador que fue 10 de Perú y era irreemplazable. Bueno, lo ha hecho: desde que empezó la nueva temporada con Lokomotiv en Rusia, Farfán ha jugado 6 partidos y ha marcado un gol. Está camino a su mejor estado físico. En Brasil eso no sería un tuit; en Perú es un notición.
Más allá de que Raúl Ruidíaz tiene la primera opción para reemplazar a Paolo contra Bolivia –por nivel, constancia y gol-, la vuelta de Jefferson Farfán a la selección debe tomarse, básicamente, como lo que es: la urgencia de contar con un delantero que puede jugar hasta en cinco posiciones del ataque, virtud escasa en los convocados de Gareca. Entero es un crack, al 50% es una opción que, lamentablemente, no tiene el mercado peruano así rebusquemos.
Sirva la convocatoria de Farfán a la selección –a falta de cuatro fechas, es decir, la etapa decisiva de la clasificación- para recordar algo que olvidamos sobre la función de Ricardo Gareca hasta el 2018: no basta con hacer docencia para clasificar al Mundial. Se necesitan ganar los puntos, con todo lo que se tiene.