18/05/2024

Selección peruana: once obreros, por Jerónimo Pimentel

Lunes 11 de Septiembre del 2017

Selección peruana: once obreros, por Jerónimo Pimentel

“A Perú nunca le sobra nada, pero esas armas mínimas han roto varios récords negativos”

“A Perú nunca le sobra nada, pero esas armas mínimas han roto varios récords negativos”

Todas las virtudes de Gareca se resumen en una sola: consolidar un equipo. Esto, que se dice rápido, es la meta máxima a la que aspira un entrenador de cualquier deporte colectivo. Se trata de lograr el convencimiento en una idea que, al ser internalizada, permite que el grupo sea algo más que la suma de los talentos individuales que lo conforman. Once obreros trabajan más y mejor que cuatro fantásticos.

Gareca lo ha hecho bien. Prescindió de las figuras cuyo momento no se condecía con su fama, a la vez que recuperó a jugadores que no estaban en el radar, como Cartagena y Santamaría. Un poco de historia ayuda a marcar el contraste. Markarián dirigió su último partido en la Eliminatoria pasada, ante Bolivia, con los siguientes titulares: Penny, Duarte, Zambrano, Vargas, Advíncula, Yotún, Ballón, Lobatón, Benavente, Ávila y Pizarro. De ellos, solo dos fueron protagonistas en Quito. No es poco gesto en un sistema futbolístico escaso, como el peruano. A ello se suma el alza de nivel de jugadores de nivel medio, como Corzo. No es el mejor lateral que ha dado el fútbol peruano, pero el espectador tiene la sensación de que si Gareca le ordena tirarse de la azotea agitando los brazos el defensa lo haría. Y más aun, parecerá incluso que por momentos planea en el aire.

A ello se añade cierto clasicismo. En una época en la que la moda obliga a defender con tres o intentar la presión alta 90 minutos, el equipo de Gareca se caracteriza, a la manera de lo que hace Simeone en otras latitudes, por su pragmatismo, algo que viene acompañado de cierto culto al sufrimiento. Perú juega con cuatro atrás y un delantero arriba e intercala la posesión y el repliegue de acuerdo al momento del partido. Parece de perogrullo pero no lo es: los laterales recorren las bandas, los medios marcan y organizan, el 10 crea, los delanteros definen, el equipo va en bloques, hay atención en las transiciones, etc. Es un guion que todos, jueguen donde jueguen, saben actuar. Cuando pueden, Tapia, Yotún y Cueva tocan; si no, Trauco lanza un pase de 40 metros a Guerrero. Nadie se avergüenza. Si es posible, Carrillo o Hurtado desbordan; si no, Flores dispara desde fuera del área. A veces entra. Como se ve, no hay nada nuevo bajo el sol, y por ello, el planteo es tremendamente efectivo.

No todo es optimismo. Perú puede perder ritmo, embrollarse en el mediocampo, volverse predecible y, ciertamente, nunca le sobra nada, pero con esas armas mínimas ha roto varios récords negativos, ha logrado conectar a la afición con un equipo con apariencia humilde y viene construyendo una narrativa de menos a más, que es la que recompensa con los frutos más dulces. Y aun así, la selección todavía no consigue nada.

Cierta inconsciencia busca que el penúltimo partido de este torneo se celebre en La Bombonera, en lo que sería un guiño al 69 que habrá que interpretar a favor en el nunca desdeñable plano simbólico. Gareca deberá decidir qué naves quema en Buenos Aires y qué guardará para la final contra Colombia en Lima. Sea como fuere, el drama del último encuentro estará definido por los resultados que se produzcan en la fecha previa y toca lidiar con el azar, a la espera de que siga generoso. Pero si algo tiene por cierto el hincha local, es que la doble fecha de octubre se abordará, aunque suene contradictorio, con seriedad y alegría. Y esto se debe a que los jugadores han aprendido en estos tres años que si algo los distingue, si algo conspira en favor de su fútbol ‘proleta’, es que el sueño se hace a mano y sin permiso.

Ver noticia en El Comercio: DT

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