En la historia de la selección ha habido un problema recurrente: la dificultad de armonizar a nuestras pocas figuras en un mismo equipo. Algunas diferencias llegaron a ser asuntos públicos, como los líos entre Cubillas y Uribe que empañaron la campaña del 82, o los de Solano con Palacios, a quienes dividió más un tema de celos que una incompatibilidad táctica. Otros conflictos, sin embargo, se han llevado con elegancia y silencio, como el que libraron Pizarro con Guerrero cuando fue más o menos evidente, hace unos años ya, que Perú no podía darse el lujo de jugar con dos ‘9’ de área, lo que significaba, en la práctica, que uno de ellos debía jugar de extremo, retrasado o, simplemente, quedarse en la banca.
Ningún entrenador logró deshacer el entuerto y soportar la crítica que hubiera conllevado prescindir de Pizarro, el futbolista peruano en clubes más exitoso de la historia. Tuvo que ser la edad, la discontinuidad y con ello el inevitable bajón de rendimiento, lo que permitió que Gareca prescindiera de él sin sospechas. No es una curiosidad que a partir de su salida el equipo se ordenara deportiva y anímicamente: Guerrero asumió la capitanía y la posición de delantero centro indiscutido; el ‘Tigre’ inició la renovación sepultando a ‘Los 4 Fantásticos’; y el equipo ganó, con el divismo fuera y la bicefalía resuelta, seriedad y conexión con el hincha.
En una reciente entrevista, Pizarro ha declarado que su objetivo es ir al Mundial de Rusia y que esa es la motivación que retrasa su retiro. Todo futbolista tiene el derecho legítimo de ser convocado y de ponerse a disposición. Es lo normal. Lo extraordinario es tener la grandeza y el desprendimiento suficientes para entender que tus metas personales no se condicen con las del conjunto que buscas integrar. Más complejo aun es asumir que ha sido tu salida, justamente, una de las causas que ha permitido que un colectivo cuaje y logre la cohesión que contigo no tuvo nunca.
¿La presencia de Pizarro rompería al grupo? Para empezar, y solo como síntoma, divide a la afición. El delantero de Colonia es un jugador resistido y su inclusión transformaría un clima propicio y armónico en otro polémico y partido. Su llegada horadaría también el liderazgo de Paolo, en tanto un veterano de su categoría, solo por su presencia, puede crear suspicacias y fricciones en el camerín. Finalmente, no aporta en lo futbolístico, pues ya cerca a los 40 años y con pocos minutos con el colero absoluto de la Bundesliga, no se ve qué pueda ofrecer a la Blanquirroja.
En el Mundial de 1986, Maradona le exigió a Bilardo que convoque a Bochini, ídolo absoluto de Independiente y uno de los volantes creativos más dotados de la historia del fútbol argentino. Bochini, por distintas razones, no fue parte de la selección albiceleste ni en el 78 (Menotti eligió a Norberto Alonso) ni en el 82. Ya entrado en canas, Bilardo lo hizo entrar unos minutos en el partido con Bélgica para, según Diego, tirar unas paredes con Dios. Esa participación podría considerarse una reparación simbólica de un jugador por todos querido. La pregunta, de cara a una posible clasificación a Rusia, es si Paolo haría lo mismo por Pizarro.