A comienzos de la década del 50, y pese a campeonar en 1949, Universitario de Deportes no pasaba por un buen momento futbolístico. En 1950, por ejemplo, terminó quinto. En 1951 y 1952, fue sexto y séptimo, respectivamente. Por esas razones, el clásico de agosto de 1953 ante Alianza Lima no tenía muchas luces de ser atractivo. Con ambos equipos a mitad de tabla, las expectativas en ir al recientemente remodelado Estadio Nacional eran mínimas. Sin embargo, como normalmente ocurre en nuestro pintoresco fútbol peruano, aquel 30 de agosto de 1953 tendría un giro completamente diferente al esperado. Para los que una semana antes del partido pensaron en que sería un desperdicio de dinero comprar una entrada, el desenlace de aquella tarde sería, a lo largo de los días, motivo de arrepentimiento.
Por entonces, el ya reconocido ídolo crema, Teodoro ‘Lolo’ Fernández Meyzán, todavía pertenecía al club. Si bien para muchos futboleros de la época su estatus era el de un casi retirado, el profesionalismo que había encaminado su carrera desde su debut lo llevó a seguir entrenando como el primer día. Sin importar cuantos juveniles estuvieran por encima de él en la consideración del técnico argentino José Cuesta Silva, sus 43 años no le impedían seguir con las mismas rutinas de entrenamiento que el resto.
‘Lolo’, la última opción
Previo al importante encuentro ante Alianza Lima, Universitario no tenía, al menos para la prensa especializada y la opinión pública, chances de salir ganador. En la delantera, para colmo de males, su reciente fichaje proveniente de Lanús, Ezequiel Reynoso, se había lesionado el 23 de agosto en el cruce ante Mariscal Sucre, en donde pese haber anotado un gol en el triunfo crema, no pudo soportar las secuelas de un choque con el portero rival.
Las posibilidades de Cuesta Silva solo se reducían a Gilberto Torres, Francisco Croas -que también terminaría lesionándose-, Mario Osorio y el juvenil Manuel Arce. Ante este mermado abanico de posibilidades, se corrió la voz de que ‘Lolo’ volvería a vestirse de crema. Ni más ni menos que en un clásico.
Pese a la emoción que eso podía significar, la incertidumbre era mayor. El ídolo no disputaba un partido desde el 26 de abril, cuando los cremas cayeron 2-4 en un amistoso ante Deportivo Cali de Colombia y donde además fue cambiado en el segundo tiempo por Salinas. El ‘9′ convenció a Cuesta Silva en el entrenamiento previo al clásico tras anotar un doblete en la práctica, lo que significó un flash para los medios periodísticos que se encargaron de levantar un clásico que de por sí, como ya quedó resaltado en el primer párrafo, no pintaba para bueno.
Ese mismo sábado 29 el diario ‘El Comercio’ tituló, con una foto a un cuarto de página: “Volveremos a ver al gran ‘Lolo’”. Álvaro Penal, columnista del diario, resaltó el retorno del ‘Cañonero’ con estas líneas: “(...) Si ‘Lolo’ apareciera este domingo en el estadio, la ‘U’ será más la ‘U’ que nunca, y el Alianza apelará a todos sus penales gloriosos para evitar que lo venza ese fantasma, único fantasma capaz de hacer goles, todavía”.
Un adiós predestinado
El día había llegado. 30 de agosto. La fecha no era para menos, y más para el gran ‘Lolo’. Mientras que él se preparaba para disputar su retorno a las canchas tras varios meses de inactividad, a 152 kilómetros del Estadio Nacional, en su natal Cañete, sus coterráneos celebraban 397 años de la fundación de su tierra. Coincidencia o no, aquel día estaba predestinado para el ‘Cañonero’.
El partido, como todo clásico, comenzó tarde. No por el pitazo inicial del árbitro, sino por el juego. Los primeros veinte minutos se perdieron entre dubitativos ataques y fricciones comunes de estos encuentros. Todo se mantuvo así hasta que en el minuto 27, tras pase de la ‘Lora’ Gutiérrez, ‘Lolo’ venció al portero aliancista Paredes con un remate colocado.
Los hinchas en la tribuna, perdidos entre la emoción y la máquina del tiempo, creyeron ver en ese gol la aparición de ese juvenil recién llegado a la Federación Universitaria de Fútbol, allá por 1930. Pero no. No estaban viviendo un relato mal contado o una anécdota de sus viejos. Tenían enfrente al ídolo que volvía a ser lo que nunca dejó de ser: un goleador.
Tras el descanso, sin saber que sería su último partido con la crema -o quizás sí lo sabía-, ‘Lolo’ salió rejuvenecido. Como si su romance con las redes se hubiera dado el tiempo para un último affaire. Apenas a los dos minutos volvió a anotar. Esta vez fue asistido por Alberto ‘Toto’ Terry. Era un doblete impensado para alguien de 43 años. Pero no para él.
Si bien Alianza Lima tuvo minutos para reaccionar con el empate orquestado por Gómez Sánchez y Cornelio Heredia, nadie le cambiaría el rumbo a la tarde. Juan Castro se encargaría de poner el 3-2 y, como si de un guión preparado se tratase, el mismo ‘Lolo’ puso el 4-2 definitivo. Las tribunas se olvidaron de esa incredulidad con la que llegaron al estadio y se perdieron en el delirio que significaba ver a su ídolo anotar un triplete a su clásico rival. Sin saber, además, que esos serían los últimos gritos generados por él.
La demostración futbolística de ‘Lolo’ provocó algo que en estos tiempos sería impensado. Las tribunas del Estadio Nacional, que en un principio estaban divididas por los colores de las camisetas, se confundieron en un grito unísono: “¡Queremos seguir viendo a ‘Lolo’!”. El goleador no dudó y volvió. Porque para un hombre de principios, la gratitud siempre estará por encima de los protocolos. En una vuelta olímpica memorable, la insignia que personificaba las virtudes sobre las se cimentaba el nombre de Universitario de Deportes, se despidió entre aplausos de más de cuarentena y tres mil hinchas.
Al día siguiente, todavía con las repercusiones del clásico, Teodoro Fernández Meyzán continuó llevando su vida como siempre. La de un mortal que no asume su categoría de héroe de multitudes. Sentado en su oficina de la Aduana en el Callao, entendió que así, ovacionado tras un triplete, era la mejor manera para cerrar su exitosa carrera.
La despedida oficial de ‘Lolo’ -aunque de manera simbólica-, se dio el 14 de octubre de 1953 en un ‘U’ vs. Centro Iqueño. Solo estuvo cinco minutos en el campo y, tras salir por el juvenil Manuel Arce, dio su última vuelta olímpica ante treinta mil hinchas.
La resolución que hasta ahora perdura
Hace 69 años, cuando las cámaras fotográficas no eran tan ligeras como hoy y sus resoluciones condecían con tiempos pasados que a nosotros, contemporáneos del selfie y la exigencia del HD, solo nos pertenecen por asomo hereditario de recuerdos ajenos, existió un hombre, un ídolo que acaparó las miradas de todo aquel que amaba el fútbol peruano desde el romanticismo. De todo aquel que exige sin gritar la aparición de un ser supremo en esas canchas que no eran como las elegantes alfombras de grass que podemos encontrar hoy, y que, con ese pesado pero igual de amado balón, tenga entre sus botines el bien preciado del futbol: el gol.
‘Lolo’ Fernández se despidió como ídolo crema pero, al ser dueño de una grandeza que excede las invisibles fronteras de los colores, es querido por todos. Su imagen, que muchos solo pudimos ver con la escasa nitidez de otros tiempos, vive impregnada de un cariño que la mantiene intacta en el recuerdo colectivo. No necesita de elevados pixeles para mantener su vigencia.
El 30 de agosto de 1953 tuvo su último gran partido como despedida. Se fue con sus goles y su camiseta ‘9′, número que en él fue más que un rótulo de goleador: después de él, quien llevase la ‘9′ tenía que ser un cañonero.
Ese fue Teodoro Fernández Meyzán, un ídolo icónico hasta en el adiós, que no necesitó la resolución del HD para estar en el recuerdo de todos, sino uno intrínseco en los ‘9′ de su estirpe: la resolución del gol.
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