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Una vez superado el último umbral de seguridad policial, el primer vistazo a la cancha y las graderías del coloso donde el club Bolívar funge de local aguarda una sorpresa que, horas antes de la cita, sonaba a un delirio provocado por la altura: parece haber más peruanos que bolivianos. No tengo la seguridad de que sea como lo pienso, pero intuyo que a todo hincha se le debe estar cruzando por la cabeza aquel cliché que reza que en La Paz, más cerca de las nubes que de la tierra, hay una gran oportunidad para tocar el cielo, asegurar la permanencia en el limbo de las Eliminatorias y evitar, a como dé lugar, aquella derrota que supondría que los 12 mil fanáticos peruanos desaten su propio infierno.
Los aficionados hacen ebullición cuando el plantel de la Bicolor salta al campo de juego para los trabajos precompetitivos. El desorden de las arengas se alínea cuando los titulares ensayan tiros al arco. Cada atajada genera elogios y cada gol se celebra como tal.
Pronto, fanáticos de ambas escuadras entran en calor a través de la disputa de quién grita más fuerte. Atrás de mí, en voz baja, un hincha boliviano le dice a su pareja peruana “ustedes son el rival que más ruido hace y también son el que peor se va”. Ella le responde: “Recuerda que solo pueden hacer olas los que tienen mar”.
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Clima de tensión
El himno peruano retumba, pero es inevitable escuchar cómo los cánticos bolivianos provenientes de la tribuna sur se intentan sobreponer, así como las pifias de la zona preferencial. A diferencia de los encuentros disputados en Asunción y Santiago, no hay respeto en torno al distintivo nacional. Pese a que algunos compatriotas quieren hacer lo propio cuando es el turno del rival, muchos más son los que piden el decoro que se les fue negado.
Los pasajes primigenios tras el arranque del partido traen consigo una metamorfosis tribunera que recorre una ruta irregular desde el entusiasmo hasta el suspenso. Aunque el planteamiento del director técnico Juan Reynoso promete un carácter más ofesivo en contraste a lo visto hasta la fecha, las constantes desconexiones entre sus líneas erigen malos presagios.
Por el lado del contendiente, es la escapada de Henry Vaca, en el minuto 20, la que despierta a la afición local. El error en despeje de Carlos Zambrano, sumado al bloqueo insuficiente de Alexander Callens, dejan al meta Pedro Gallese sin la posibilidad de frenar el fuerte disparo cruzado que le da el gol y la primera alegría de la tarde a los de casa.
Después del tanto, para los peruanos, el tránsito hacia el final de la primera parte se debate entre la incredulidad y el desconcierto. En la media cancha la elaboración se hace cada vez más dificultosa, mientras que el mismo grupo de muchachos que se coló en la fila intenta explicar cómo es que “quema” la pelota cuando el oxígeno es insuficiente.
Sin ideas destacables, Franco Zanelatto y Joao Grimaldo procuran superar a los laterales rivales y, las veces que lo logran, culminan sus jugadas en centros infructuosos que son fácilmente interceptados por la defensa de La Verde. El cabezazo de Gianluca Lapadula detenido por el portero Guillermo Viscarra enciende el entusiasmo de una tribuna norte que, aunque no deja de alentar, empieza a mostrar signos de su molestia. El juez central anuncia la llegada del medio tiempo. Desde lugares indistintos algunos confirman su enojo: “¡Fuera Reynoso!”.