En el Perú cuando queremos referirnos a una persona que no aprovechó las oportunidades en su vida el primer nombre que nos sale de la boca es Reimond Manco. La primera vez que lo vimos meter un amague en el Sudamericano Sub 17 del 2007 en Ecuador todos nos quedamos maravillados ante la aparición de un crack de otro lote. En ese torneo hizo 3 goles, fue considerado la figura de la competencia y Perú clasificó al Mundial en Corea del Sur, donde quedamos eliminados ante Ghana en cuartos de final. Alianza Lima lo hizo debutar en Primera y tan sólo meses después, el PSV Eindhoven, lo llevaría a sus filas con la esperanza de haber descubierto a una nueva joya sudamericana.
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Pienso que el error de todos los que quisieron encaminar su carrera como futbolista fue que nunca le preguntaron si en verdad quería ser jugador profesional o al menos le explicaron el reto que significaría. No existe entrevista en la que, con sinceridad, Reimond responda que “nadie lo comprendía”. Para él el fútbol era jugar, un simple juego, como lo hacía con sus amigos, de pequeño, en Venezuela, no una profesión.
Manco quería divertirse con la pelota por las tardes y con las amigas en las noches. Los entrenamientos a doble horario, el gimnasio, las concentraciones, las pruebas físicas y demás exigencias del fútbol de alto nivel lo aburrían. Él quería agarrar la pelota, llevarse a todos y meterla de huachita, si es posible. Del fútbol, lo que más le gustaba era tener el atraer el balón en sus pies, la plata en la cuenta y las chicas a la discoteca. Pero no todo lo demás.
Nosotros, los periodistas y los hinchas, le pedíamos injustamente la gloria internacional. Que sea la nueva figura del fútbol peruano internacionalmente. Que la rompa en la Champions y la selección. Pero nunca entendimos lo que él anhelaba por dentro. Sólo él sabe qué demonios internos necesitaba sepultar. Porque tanto compromiso significaba desperdiciar la oportunidad de aprovechar la fama y el dinero del fútbol. Manco escogió lo segundo por voluntad propia, porque no fue una sola oportunidad desperdiciada en el extranjero. Después del PSV, llegó al Williem II, el Atlante de México y hasta fichó por el Al-Wakrah de Qatar, eso sí sin jugar un solo minuto, pero con el mejor contrato de su vida, pues ganaba cerca de 100 mil dólares mensuales (afirmó que lo quisieron presionar para que le el 40% de su sueldo a un representante, pero se negó y que por eso no jugó).
Hoy, a pedido de los fans, Manco regresa a las luces del show del entretenimiento, pero para jugar por el Persas FC de la anunciada Kings League Américas, el boom de contenido deportivo digital creado por Piqué e Ibai Llanos. Ha sido llamado por el archi famoso streamer ElZeein para jugar por su equipo de Fútbol 7 y ha aceptado el reto de divertir a la gente. Yo al menos, no perderé ninguno de sus partidos.
Hace poco, me sorprendí cuando aceptó jugar por el Ecosem de Cerro de Pasco la Copa Perú. Pero luego de escucharlo, analicé que fue una manera para mostrarle a los más jóvenes cuál puede ser el destino final si se desperdicia el talento y se derrocha el dinero. Esto aplica para todas las profesiones, no sólo para el fútbol. Él quiere dejar un mensaje y ese me parece el mejor gol de su carrera. Cuando lo escucho hablar en su programa de YouTube estoy seguro que si pudiese retroceder el tiempo haría todo lo contrario. Manco ahora sí quiere ser ejemplo. El tiempo y los errores lo ayudaron a madurar y hoy se sienta frente a una webcam y micrófono, auténtico y sincero, con una sola intención: contar lo que no se debe hacer en el fútbol. Manco ya cumplió con esa tarea pendiente. Y ahora, por fin, años después, podrá jugar, sin presiones, divertirse y divertir al público, metiendo todas las huachitas posibles.
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