LEE: El Alianza-Cristal que remeció la redes: La exigencia del hincha por el “eterno Barcos” y la admiración que despertó la narración oficial de Pol Deportes
Con ese ruido de fondo, con sentencias ajenas que querían dictar su destino antes incluso de que rodara la pelota, así llegó el cuadro rimense a Matute. Rodeado de factores externos que parecían jugar en su contra, pero sostenido por una fortaleza interna difícil de quebrar; una unión casi familiar donde todos —jugadores, comando técnico y también aquellos trabajadores silenciosos cuya labor suele pasar desapercibida, pero resulta vital en la logística del club— estaban comprometidos con sacar adelante la serie. Marchaban juntos en busca del objetivo, ese premio consuelo capaz de redimir una temporada irregular y transformar la duda en convicción.
¡Gracias por suscribirte a Pasión Celeste!
Tu inscripción ha sido confirmada. Recibirás nuestro newsletter en tu correo electrónico. ¡Esperamos que disfrutes del contenido!
Lamentamos verte partir.
Tu suscripción ha sido cancelada y ya no recibirás más nuestro newsletter en tu correo electrónico. Si cambias de opinión, siempre serás bienvenido de nuevo.
¡Gracias por habernos acompañado!
Newsletter exclusivo para suscriptores


Y si el escenario previo ya parecía desalentador, el desarrollo mismo del partido terminó por empinar aún más el camino celeste. Sporting Cristal golpeó primero, aprovechando un contragolpe letal en el que el disparo de Ian Wisdom derivó en un penal que Gerald Martín Távara Mogollón transformó en gol. Pero la alegría duró poco: Alianza Lima reaccionó con furia y lo dio vuelta rápidamente gracias a un doblete de Eryc Castillo. El golpe final de la primera mitad llegó desde los pies de Paolo Guerrero, empujando a Matute a corear, con esa mezcla de euforia y provocación, el “Vamos cervecero”, pero con la letra torcida en un “que esta noche te vamos a ganar”.
Mientras los jugadores se dirigían hacia los camerinos, cruzando la estrecha escalera entre insultos —parte inevitable del folclore del fútbol—, Távara avanzaba con la cabeza en alto y el pecho inflado, como si quisiera recordarle al mundo que su amado club, pese a todo, seguía de pie. Seguramente, solo el volante izquierdo y unos cuantos hinchas creían en que Sporting Cristal salía airoso de La Victoria.
Un complemento para Távara
La charla de Paulo Autuori en el entretiempo fue decisiva. No un regaño ni un estallido emocional, sino un mensaje sereno y motivador que reordenó las ideas. Los cambios también hablaban por sí solos: Cristian Benavente y Fernando Pacheco ingresaron por Jesús Pretell y Santiago González. De inmediato, el ataque celeste mostró señales de vida, con un disparo de Felipe Vizeu que estremeció el poste.
Sin embargo, la transformación real llegó cuando Autuori decidió apostar por una línea de tres en el fondo. Leandro Sosa dejó su lugar a un Gustavo Cazonatti que revitalizó el mediocampo, y con el capitán Yoshimar Yotún ya en el campo, las asociaciones a ras del piso comenzaron a multiplicarse. Aun así, el marcador seguía inmóvil, hasta que, en una jugada que sintetiza ese fútbol asociativo que tanto enorgullece al técnico brasileño, Gerald Martín Távara encontró el espacio preciso para que su zurda prodigiosa conectara un remate cruzado imposible de detener.

Ese descuento fue la primera chispa. El corazón de Sporting Cristal volvió a latir, lento al inicio, pero con señales claras de que aún tenía pulso para cambiar la historia. Y el propio Távara parecía sentirlo. En el tiempo de descuento, con un tiro libre espectacular, el mediocampista nacido en Sullana —que lleva sangre celeste en las venas y un vínculo indestructible con el club que lo formó— igualó el marcador y envió la llave a los penales. Era él: el jugador tantas veces criticado por actos extradeportivos, deseado por los archirrivales y aun así aferrado al sueño de quedarse para siempre en La Florida. Aquella noche, aunque no fuese una pelea por el título, quedaría grabada como una de esas victorias que el hincha celeste celebra porque la historia siempre dicta que a un rival directo hay que vencerlo.
Y si de jerarquía se trataba, los penales ofrecieron la prueba definitiva. Ningún jugador falló. Távara abrió la serie; luego Benavente, el incansable Irven Ávila y los tantas veces señalados Nicolás Pasquini y Fernando Pacheco mantuvieron la perfección. Pero toda celebración necesita un héroe silencioso, y ese fue Diego Enríquez. El arquero que llegó a los 12 años a La Florida, que recorrió equipos de provincia antes de volver al Rímac para custodiar el arco, atajó el primer penal aliancista —el de Sergio Peña— y desde entonces todo fue festejo, desahogo y orgullo.
Paulo Autuori, un hombre habitualmente frío en sus gestos, también se rindió ante la emoción. A sus 68 años, abandonó la zona técnica corriendo para encontrar a Yotún en el centro del campo. Lo abrazó, lo levantó y compartió con él palabras que solo ellos conocen. Al otro lado, Maxloren Castro gritaba de alegría y se acercaba a un círculo donde no solo estaban futbolistas con la camiseta celeste, sino jugadores nacidos en La Florida; muchachos que sienten el club como su casa y que representan ese sentido de pertenencia que tantas instituciones buscan y que hoy Sporting Cristal puede exhibir con el pecho inflado: formo y juego con mis jugadores de la casa.
En la línea lateral, Julio César Uribe observaba la escena con los ojos brillantes y una sonrisa contenida. Como director general de fútbol, entendía que lo ocurrido era apenas un paso dentro de un proyecto mayor, un cambio que no se vislumbra en un futuro lejano, sino en el 2026, año en el que el club está obligado a levantar el título.
Por ahora, la misión inmediata es conquistar el cupo de Perú 2, y el siguiente escollo será Cusco FC, un rival duro que primero visitará Lima y luego obligará a cerrar la serie en la altura imperial. Muchos dirán que esta clasificación no debería celebrarse, que no es más que un acceso a la Copa Libertadores. Pero lo de anoche debía festejarse. Porque en un año tan complejo, las alegrías no han sido abundantes, y esta —con épica, corazón y jugadores de casa— es una de esas que se atesoran para siempre.
