En confianza, como en una distendida charla entre amigos, Ricardo Gareca confiesa en un programa de Fox Sports lo que suponíamos una vez firmada la clasificación tras el repechaje ante Nueva Zelanda: ya tiene grabada en su cabeza la lista de 23 jugadores para Rusia 2018.
Lo sospechábamos porque a lo largo de 32 meses su discurso no cambió ni siquiera en los momentos más críticos –que los hubo–, mantiene el mismo libreto de la coherencia para tomar las decisiones más justas posibles. Y bajo ese pensamiento es poco probable que se arriesgue con apuestas sorpresivas que rompan la armonía de un grupo consolidado.
Para el argentino importa mucho la meritocracia establecida desde el arranque de su proceso. En ella se conjugan básicamente tres pilares para transformar a un jugador cualquiera en uno de selección: 1. Capacidad futbolística (no necesariamente continuidad, aunque el propio Gareca lo diga); 2. Profesionalismo y 3. Compromiso. Esos tres rasgos pueden verse reflejados en cada uno de los llamados en la recta final de las Eliminatorias. Y está bien que se valoren estos aspectos y no solo se premie al que apruebe solo una de las materias, aunque sea con excelencia. Por experiencia ya sabemos cómo nos fue en otros procesos cuando teóricamente sobraba calidad y escaseaba la fidelidad por la camiseta.
Gracias a estos lineamientos es que se logra la unidad del grupo, que el equipo potencie y priorice el juego colectivo antes que el individual, porque todos entienden que en el triunfo como en la derrota la responsabilidad es compartida. El eje donde giran los engranajes es el once, no un par de jugadores. No más divos ni egos por las nubes. La saludable homogeneidad del pensamiento de esta tropa tiene que ver con el sentido común: todos transitan el mismo camino para lograr el objetivo compartido.
“Lo más importante que hicimos fue dejar de lado todo lo que tiene que ver con el nombre y trayectoria y enfocarnos en jugadores con continuidad”, cuenta ahora Gareca con la gran satisfacción de haber acertado en su apuesta.
Sin embargo, más allá de los requisitos establecidos, hay un factor futbolístico determinante que prima por sobre todos: el gusto del técnico. Nombres como el de Cristian Benavente y Alexander Callens, por ejemplo, son los más significativos para graficar este aspecto. Sencillamente no satisfacen el paladar de Gareca. No quiere decir que no estén a la altura de las exigencias, sencillamente no encajan en las características que busca el entrenador. Y en esa lógica subjetividad no hay que buscarle peros.
La convicción del técnico es también el convencimiento de los futbolistas. En esa línea es que Gareca ha decidido enviar un mensaje tácito a su grupo a falta de siete meses para el Mundial. Salvo lesiones o imprevistos –el próximo jueves ya sabremos si Paolo Guerrero podrá ser incluido– la lista de 23 mundialistas se puede recitar de memoria. “La selección tiene un grupo ya armado”. Esa declaración es la confirmación de la coherencia de un técnico lúcido que comandó un proceso ya exitoso. Llegar a una Copa del Mundo no es pan de cada día para nuestro fútbol.