Luis Horna es uno de los deportistas peruanos más destacados de la historia. Consiguió los laureles deportivos del Perú en el grado de gran cruz por su título en uno de los torneos más importantes del tenis, el Roland Garros, en modalidad de dobles en julio 2008. Un año antes, fue la figura del equipo nacional que clasificó al Grupo Mundial de la Copa Davis por primera vez. Hoy alejado del deporte blanco y más cercano al triatlón, conversó con Raúl Vargas en el tercer episodio de Fuera de Serie.
¿Cómo nace la vocación deportiva? ¿Cómo se forma alguien para tal o cual deporte?
Yo creo que todo empieza por una historia familiar. Empecé a jugar al tenis gracias a mis padres. Ellos lo practicaban socialmente, primero en el Jockey Club y luego en el Club Rinconada. Era una actividad familiar de fin de semana. Íbamos con mis hermanas, jugábamos un rato y después pasábamos el día en el club, haciendo vida de club. Eso es algo que ya no se hace tanto. Poco a poco fui agarrando el gusto y el interés por el deporte, por el tenis en particular.
¿Qué condiciones se necesitan para empezar a sentir satisfacción? Cuando uno elige tal o cual deporte puede ocurrir que no le vaya bien. En el fútbol ocurre mucho.
Sí, claro. La primera etapa, te lo digo ya como entrenador, es la de la diversión. Te tiene que divertir, tiene que ser una actividad que te guste, que te genere placer. Esos es algo que hoy en las academias de tenis no hay mucho porque los padres buscan resultados demasiado rápido. Para mí jugar era divertido, lo hacía con mis padres, con mis amigos, con los socios del club. Era la apuesta por la gaseosa, por el menú.
¿Y eso se combinaba con los estudios?
Sí, te estoy hablando de cuando era bien joven. Eran mis inicios. Luego ya empieza la etapa de los resultados, cuando empiezas a crecer. A los 12, 13, 14 años. Empiezas a competir a nivel nacional e internacional. Ahí sí empiezas a ver resultados.
¿Cuál es la relación con el entrenador, con el profesor que te va a ir llevando palmo a palmo?
Tuve en esa etapa dos entrenadores extraordinarios: 'Cocho' Rojas y Daniel Patz. Fueron quienes me formaron, tenía una relación muy fuerte con ellos. Pasaba más tiempo con ellos que con mis padres realmente. Me endosaron con ellos, como diciendo “ustedes háganse cargo porque nosotros de tenis no sabemos mucho”.
¿Cuáles serían, considerando ya tu experiencia, los requisitos que uno debe reunir para poder jugar tenis?
Sacrificio, no solo para el tenis, para el deporte en general, casi en toda profesión. Conozco muy pocas historias en las que la palabra sacrificio no esté presente. Sea cual sea el deporte, sea cual sea la aptitud que tengas físicamente. Vas a dejar muchísimas cosas de lado, tu juventud, tu colegio, tus amigos, muchas veces tu casa, y vas a tener que convertirte en un profesional a una edad muy temprana.
La personalidad y el carácter se van forjando luego con las experiencias que uno va viviendo. La pasión por lo que haces la debes tener para poder destacar en lo que elijas en tu vida. Si no, es difícil destacar. Las experiencias duras son las que hacen un carácter fuerte. A mí me tocó irme de mi casa a muy temprana edad, a los 14 o 15 años, para Estados Unidos. Vivir solo y después regresar y chocarme con una realidad dura familiarmente.
¿Qué carácter tiene el tenista?
Yo creo que terminas forjando un carácter duro a raíz de la soledad que pasas. Todo el tiempo estás solo. Somos personas bastante solitarias en general, pero si hay en el tenista una tendencia, por así decirlo, es que desarrolla un carácter con el que bajo presión reacciona bien, porque es un deporte muy individual.
Cuando ingresas al tenis y empiezas a avanzar profesionalmente se producen dos fenómenos, la competencia y la necesidad de ser triunfador.
Sí. En esa búsqueda para mí lo más difícil fue tener que irme a vivir en otro país. A los 19 años, agarré mis cosas, me fui a Buenos Aires y armé un equipo de trabajo en Argentina.
¿Ya para jugar tenis? ¿No tenías dudas?
Ninguna. Estaba convencido. Ya desde los 16 era profesional. Me encontré con que aquí en Perú tenía muchísimas distracciones. Venía de ser tenista juvenil, había sido el número uno del mundo. En esa época el tenis acá era importante y tenía compromisos, muchas cosas para los que no estaba preparado a los 19 años. Tomé la decisión de irme a un lugar donde no era nadie, donde no me conocían y me hice un argentino más. Eso me permitió entrar a un circuito en el que si no los tenía a ellos, no tenía a nadie con mi cultura, no había ningún peruano.
¿Te preguntaste también quiénes en el Perú destacaron y cuánto de esto podría ser superado?
Para mí la persona más cercana fue Jaime Yzaga. Era un referente que yo tenía y a medida que pasaban los años, creé una relación muy buena con él. Me habló y me dio tips para desarrollarme como tenista profesional. Recuerdo que me dijo que me tenía que ir. Él se había ido a Estados Unidos y como que me lo recomendó. Desde ese momento hasta que me retiré, porque después fue capitán nuestro en la Copa Davis, fue una figura muy importante como referencia. Nos inculcó una capacidad de sacrificio y de entrenamiento muy fuerte.
HACER HISTORIA
Aparte de Jaime Yzaga, ¿quiénes fueron compañeros tuyos de carrera?
Deportivamente hablando, aquí en el Perú me formé con el ‘Chino’, con Iván Miranda. Desde los 10 años jugamos Sudamericanos juntos hasta Copa Davis, en la que llegamos al Grupo Mundial. Con él tengo una relación espectacular hasta hoy. Uno de mis mejores amigos es Tupi Venero, con quien he trabajado y he sido partner de dobles, fue mi capitán en Copa Davis y ahora nos vemos una o dos veces por semana. Después tuve una relación bastante buena con David Nalbandián, con Mariano Zabaleta, con Juan Ignacio Chela, José Acasuso, que eran todos tenistas argentinos de mi época. Nos llevábamos muy bien. Los mejores recuerdos que tengo del circuito son experiencias vividas con ellos.
La formación, la competencia y el éxito se plasman finalmente en los éxitos. El primero, tan voceado y reconocido por el mundo, fue tu victoria ante Roger Federer en Roland Garros. Él mismo confesó que fue un momento muy duro para él.
Sí, fue uno de sus momentos más dolorosos (risas). Fue en el año 2003 y a medida que va pasando el tiempo, como que el resultado va tomando la fuerza. Fue la única vez que él perdió en primera ronda en un torneo grande. Para mí tuvo un sabor bien agridulce. Cuando le gano a Federer en ese Roland Garros, venía del nacimiento de mi hija de Luna, tenía 22 años y estaba jugando bien. Me sentía muy cómodo, tenía la esperanza de hacer un buen Roland Garros y cuando veo en el sorteo a Roger Federer en la primera ronda, pensé que se me venía la noche. Me dije listo, ya está, ya terminó Roland Garros, me tengo que ir a otro lado. A medida que fueron pasando los días, lo fui digiriendo de una buena forma y buscando la estrategia. Luego le gano a Federer y en segunda ronda me toca Martin Verkerk, un holandés, que era un partido durísimo también, casi tan complicado como el de Federer.
Ese partido lo pierdo en 5 sets, pero con triple match point. Lo tenía prácticamente ganado, un punto más y se terminaba. Me dolió en el alma porque después las siguientes dos rondas eran partidos eran muy accesibles como para llegar al cuarto de final. Luego me fui a Alemania por un torneo chiquito, de poca plata, en los que no te va a ver nadie. Mientras yo jugaba ahí, Verkerk iba avanzando y llegó a la final. Me dejó un sabor muy pero muy malo ese Roland Garros. Tuve 3 o 4 meses clavada la espina, hasta que empecé a jugar bien, hice el salto de nivel y me metí entre los primeros 50 ese año.
También deben haber momentos en los que te vaya mal para luego poder recuperar las fuerzas.
Claro. Yo le gano a Federer cuando era el 2 o 3 del mundo. Para mí ese fue un partido y nada más. Le he agarrado cariño ahora, en los últimos tres años, que lo repiten en ESPN y que la gente me habla, pero en realidad, en el fondo de mi corazón, ese torneo para mí fue malo. Me quedó siempre una espina clavada sobre qué hubiese pasado si ese punto [ante Verkerk] lo hubiese ganado y hasta dónde podría haber avanzado en ese torneo.
La otra gran experiencia que es la de la Copa Davis. Cuéntanos un poco de ella.
La Copa Davis para mí siempre tuvo un tono especial. Cuando yo era chico lo único que veíamos, porque en esa época no había televisión por cable ni nada de eso, era la Copa Davis. Era ver a Jaime Yzaga, a Pablo Arraya, a Alejandro Aramburú, a Tupi Venero y enamorarnos del tenis en esa forma. Crecí con la esperanza de jugar algún día Copa Davis. Cuando empecé a jugar y posicionarme entre los mejores jugadores de Sudamérica en el circuito del ATP, mi ilusión era llegar al Grupo Mundial de la Copa Davis, algo que no se había conseguido nunca y que nunca más se consiguió.
Fue en setiembre del 2007 en el club Rinconada, en una cancha enorme con 6 mil personas contra Bielorrusia. Fue el momento top, de mayor euforia y mayor felicidad en mi carrera. Fue mucho más que todo lo que haya podido conseguir a nivel personal en el circuito. En el 2007 tuvimos esa oportunidad de llegar al Grupo Mundial y en el 2008 gano el Roland Garros. En ese año y medio era como que el tenis estaba de moda, fue muy fuerte.
¿Cuándo es que decides dejar el tenis?
No sé si yo dejé el tenis o si el tenis me dejó a mí. Después de llegar al Grupo Mundial en el 2007 y de ganar el Roland Garros en 2008, mis prioridades cambiaron completamente. Mis hijos crecían. No había participado mucho en la crianza de Luna, en realidad. Entraban en colegio y yo no estaba ahí. La relación con mi esposa es muy larga, desde que éramos muy jóvenes, y yo sentía la necesidad de ser padre y ser esposo, de pasar tiempo en casa, de no viajar y estar en aviones.
Creo que si el tenis me hubiese permitido un calendario de 14 o 16 semanas al año, lo hubiese podido jugar muchos años más. Viajar 6 o 7 meses al año ya no era sano. Lo estuve pensando durante un año, todo el 2008 lo pensé y en el 2009, cuando me rompí la fascia del pie en la pretemporada, me di cuenta de que ya era el momento de dar un paso al costado y de disfrutar de otras cosas. Realmente dejé el tenis. Hoy me gusta verlo, pero prefiero no jugarlo. Me meto a la cancha con los chicos, pero jugarlo no me causa ninguna satisfacción.
¿De ahí al Triatlón cómo fue el paso?
Estuve un tiempo en el limbo de buscar alguna actividad deportiva que me guste para poder competir y cuando probé la bicicleta, cuando empecé a bicicletear con un amigo, me di cuenta de que era bueno encima de las dos ruedas. Probé una competencia en triatlón para ver si me gustaba. Me encantó el ambiente, la gente que compite aquí en el Perú es muy agradable.
Es una disciplina completamente distinta
Si, de larga duración, cero explosiva. El desafío físico es muchísimo mayor, el desgaste, el dolor y la parte mental es importantísima, de una manera muy distinta al tenis.
EL FUTURO
En el caso del tenis hemos tenido cumbres pero también abismos terribles que hacer para sacar adelante el tenis nacional.
Creo que hay dos paralelos que tienen que ir de la mano. Uno es el tenis social, que tiene que crecer. El tenis ya no es tan caro como antes, ahora tenemos al alcance de todos una raqueta, unas pelotas y hay canchas para poder jugar. Deberían haber muchas más. El tenis tiene que volver a ser un deporte familiar, que puedas ir con tus hijos, tus nietos o tu esposa a practicarlo y así cada vez hay más gente jugando. En los torneos juveniles hoy participan 20, 30 chicos y antes eran 64, 128.
Por otro lado, en el nivel de los entrenamientos para los más grandes, de 14 a 18 años, hay un déficit que tenemos que mejorar. Tenemos que capacitar a los entrenadores para que puedan llevar un mejor producto a los tenistas y así crear un grupo de gente, un grupo de jóvenes que practiquen este deporte en forma competitiva
Todo eso supone al mismo tiempo tener organización.
Se ha logrado cambiar la directiva que teníamos hace 18 años en el tenis, cosa que a mí me parece nefasta. No podemos tener un presidente durante 18 años en un deporte que en los últimos 14 no ha crecido. Se ha logrado ese cambio y de alguna forma he estado involucrado con la gente que ha agarrado la directiva ahora, que es gente muy capacitada para cambiar nuestro deporte. Espero que sea así en los próximos años.
De no haber sido deportista, ¿qué hubieses querido ser? Tú me has confesado alguna vez que abogado de ninguna forma.
Nada que tengas que ver derecho, con letras. Tengo una debilidad muy fuerte por la sierra. Me encanta la sierra de mi país, me encantan las montañas. Eso es algo que adquirí de niño. Íbamos mucho a La Oroya, porque mi padre era minero. Cada vez que paso por la Carretera Central siento algo que me gusta. Creo que hubiese sido ingeniero de minas como mi padre. El olor de la sierra, el olor de esos campamentos, toda la gente, me llama mucho la atención, me siento en casa. Como que es algo habitual para mí. No es que haya ido mucho, pero tengo historias de cuando era niño y nos íbamos a la mina, veo fotos con el casco, con mi papa y con mi mama. Es algo que siempre tengo ahí, es un recuerdo muy agradable.
De todas maneras tienes que reconocer que has llegado a las alturas.
(Risas) Sí, sí, de una forma u otra.