“El pasto es para las vacas”, vociferó al aire desesperado Guillermo Vilas, tras la quincuagésima volea ganadora de su rival, Eric van Dillen. No era posible que él, por entonces número 4 del mundo, estuviese siendo superado en la grama de Wimbledon por un discreto jugador norteamericano, que ni siquiera figuraba entre los 50 mejores del ránking. Vilas, hombre nacido y forjado en la tierra batida de las canchas de Buenos Aires, no estaba acostumbrado al vértigo, la tracción o el saque y red que impone el juego sobre césped. Por esa razón, era natural que no reprimiese su malestar ante este dolor de cabeza. La consagración en el templo del tenis demanda, para los que no son sacadores naturales, una obligatoria metamorfosis tenística. Sobre hierba no hay tiempo de trabajar el punto. La elaboración metódica debe sucumbir ante el pragmatismo de la definición rápida. Se trata de adaptarse, cuanto antes, a las exigencias de la catedral o morir en el intento.
La lista de jugadores de fondo de cancha que lograron conseguir que su juego rime con la hierba londinense no es amplia. Pero tampoco es tan breve. Ahí están Bjorn Borg, Jimmy Connors, Andre Agassi, Lleyton Hewitt, Novak Djokovic y Rafael Nadal dando testimonio vivo de que con talento y cabeza se puede sortear el inconveniente de no poseer un servicio letal y dejar huella en el All England Lawn Tennis and Croquet Club de Wimbledon. Todos ellos han desafiado, en algún momento, la hegemonía de los que sirven y volean maravillosamente como Roger Federer, Pete Sampras, Boris Becker o Stefan Edberg. También hubo otros, entre los grandes, que no lograron acomodarse en plenitud a la exigente velocidad de la superficie. Por ejemplo, Ivan Lendl, que solo en ocasiones podía utilizar sus golpes liftados para hacer daño sobre el pasto, no pudo levantar el brazo en ninguna de las tres finales que le tocó disputar. Mats Wilander y Jim Courier no consiguieron enverdecer su tenis, como tampoco Justin Henin, Monica Seles y Gabriela Sabatini. Se retiraron sin ganar Wimbledon. Tres peruanos, en cambio, sí pudieron hacerlo. Ahí estuvieron Alejandro Olmedo en el 59 derrotando al proverbial Rod Laver; y en juniors dobles, Jaime Yzaga, haciendo dupla con el mexicano Agustín Moreno en el 85; y también Luis Horna en el 97 junto al chileno Nicolas Massú.
En esta edición 2017 del torneo, los candidatos son los mismos de siempre. Es muy difícil que alguno de los rejuvenecidos ‘cuatro fantásticos’ no levante la copa. Federer, Nadal, Djokovic y Murray siguen teniendo la primera opción. Además, no se verían la cara entre ellos hasta las semifinales, donde, de cumplirse los pronósticos, Roger enfrentaría a Novak y Rafa se mediría con Andy.
Tras la sorpresiva caída de Stan Wawrinka, la mayor amenaza del póker de astros era el talentoso Kyrgios. Lástima que una lesión muscular y su autodestructiva cabeza lo despidieron en primera rueda.
Otros aspirantes son: Raonic (finalista del 2016), Tsonga, Del Potro, Cilic, Kevin Anderson, John Isner, Steve Johnson y el impredecible Jerzy Janowicz. Todos ellos con saques demoledores y ánimos de hacer historia.
En 1974, Vilas, tan solo 6 meses después de quererse comer la raqueta en su derrota en Wimbledon contra Van Dillem y pronunciar su inolvidable frase contra el tenis sobre hierba, conquistaba el Torneo de Maestros en Australia. ¿Adivinan la superficie?
Con el paso de los años ‘El Viejo Willy’ comprendió que el que es bueno aprende a ganar en todas partes.